41. Blanco y Negro. (Penúltimo capítulo)

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Esa mañana Taehyung se volvió extraño y frío. Literalmente; extraño y frío. Deslizándose entre las sábanas sus sentidos se negaban a ponerse en orden... mareado, ahogado cual pez fuera del agua, las grandes aberturas entre sus costillas se abrían enseñando rojas branquias necesitadas de agua para respirar, ignorantes de ser un anfibio. Su boca tardó en abrirse para dar aire a sus pulmones, tragando bocanadas desesperadas.

La falta de oxígeno no era la causante de su enfermizo tono de piel. Pálido, rozando el gris y azul de un cielo nublado, delgadas y suaves escamas tornasoladas lo cubrían. Bajo la luz del alba que se filtraba entre las cortinas extendió su mano... aún aletargado, apenas meditaba sobre la membrana que unía sus dedos entre sí, hipnotizado por la vista de sus propias venas en la fina capa de piel, como por las garras negras sobresaliendo de su carne: eran parte de sus huesos y no simples uñas.

De haber podido verse a sí mismo hubiera soltado un grito de espanto; sus ojos eran completamente negros, sus labios grises. Sólo un cristal permanecía blanco sobre sus clavículas. Giró despacio para levantarse sin notar que estaba goteando como si recién saliera de la ducha, con largos rizos negros sobre su rostro y hombros: sudaba agua pura, acalorado a pesar de los escasos 10ºC en la habitación.

—Agua... —se quejó en un susurro.

Se tambaleó, sus pies no eran los mismos sino que tenían «¿aletas?», al fin las advirtió. En realidad eran pies palmeados. Casi cae al suelo del espanto al sentir algo extraño en su espalda, mas instintivamente su larga cola de reptil lo estabilizó. Volteó atónito, divisando la nueva extremidad; era más delgada que la cola de Namjoon, pero.

—¿Qué?

Levantó y abrió con sus dedos la aleta dorsal que sobresalía de su cola, palpándola... descubriendo que esta iniciaba en su frente, bajaba por su nuca y se extendía hasta la punta de su cola. Era todo un monstruo, inhaló horrorizado a punto de despertar a su novio, cuando su cuerpo se detuvo involuntariamente y su corazón recuperó la calma.

Tranquilo, pequeño; no eres un monstruo —se escuchó en su mente. Era la voz de su madre.

Una lágrima se atoró en su garganta, o quizás rodó discreta por sus mejillas ya empapadas, cuando vio la silueta del ave de fuego tras la cortina.

—Mamá... —musitó. Su corazón estrujado lo guió; abrió la ventana y por la misma salió al exterior.

Hipnotizado por la Niryusa caminó sobre las hojas secas, sintiendo alivio gracias a la brisa helada. Su cuerpo de ádeus no soportaba el calor, pues aquellas criaturas habitaban los canales subterráneos bajo el Árbol de la Vida.

Caminó hacia el lago guiado por el dulce canto de su madre...

Reconocía perfectamente su melodía... Lo calmaba y guiaba cada vez que se sentía perdido. Al cabo que toda su vida se sintió como lo que en aquel momento representaba; un pez fuera del agua.

El Árbol de la Vida jamás fue su hogar.

Ante él, el gran cuerpo acuoso se hallaba casi cubierto de neblina y las nubes dejaron espacio en lo alto para una sola estrella... Titilaba solitaria, su presencia podía o no ser parte de una alucinación.

«La estrella de la mañana...», fue lo único que Tae reconoció.

El paisaje era exactamente el mismo que su madre había pintado para él años atrás. La silueta formada por los cerros, tras los cuales se adivinaba el pronto amanecer, al fin le fue tan familiar como su nombre.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora