7. Ídolo Intocable.

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Sábado 2 de febrero de 2019

«Mamá... Hueles tan bien».

La verdad, Jungkook no recordaba el aroma de su madre. Ella falleció hacía ya 25 años... Aunque, quizás de sentirlo, lo reconocería. En el sueño no tenía tal lujo; los sueños son inexactos, difusos, interpretaciones del cerebro acerca de lo que alguna vez recibió de sus sentidos. En aquel en particular, su corazón se regocijaba en el abrazo materno, acunado por la inigualable paz infantil a pesar de saberse ya un hombre adulto.

La consciencia es cruel al atajar la imaginación. En el que pudo ser un dulce sueño, manchó de gris el regocijo al recordarle la realidad.

«Tú... Ya no estás aquí», sintió frío en su pecho, estrechando a su madre como si pudiese regresar al agradable estado de ignorancia en el que el sueño era su realidad. Inhaló hondo con un nudo en la garganta, despertando con el rostro hundido entre la almohada y un suave cuello que olía a jazmín. Se había refugiado en él sin recibir oposición; Taehyung dormía profundo, con sus rizos desordenados y la boca entreabierta, estrechando al pintor contra su pecho.

Sonrojado, con los ojos cristalinos; se negó a cualquier tipo de pensamiento, apartándose cuidadosamente del joven para no despertarlo. Se sentó en el borde de la cama, frotándose el rostro en busca de claridad, entrar en sintonía con el presente... Abatido, se levantó, dando un par de pasos hasta apoyarse en el barandal que separaba el entrepiso de su estudio.

Aquel lugar era el rincón favorito del mundo para Kook; veinticuatro metros cuadrados de privacidad, atiborrados de atriles, lienzos, pinturas y materiales que, aunque desordenados, le hacían saber que estaba en casa. El muro de cristal de cuatro metros de ancho con seis de alto al fondo del estudio, el que alcanzaba el cielo raso bañando de luz natural el estudio y el sobrepiso, era el que coronaba de perfección a su "rincón".

Su hermano mayor, Seokjin, a pesar de las apariencias era considerado con él, lo quería más que a nada en el mundo. Jungkook lo recordaba cada vez que observaba la ciudad desde aquel barandal; el mayor le había dejado la mejor habitación del penthouse, únicamente porque sabía cuánto le gustaba pintar.

La sonrisa no alcanzó a dibujarse en su rostro, bajó veloz y descalzo por la escalera al oír golpecitos en la puerta; justamente era Jin, como si lo hubiese invocado con sus pensamientos.

—Holi —saludó el menor asomándose al pasillo. Su sonrisa maníaca no disimulaba nada bien; Jin supo que algo raro pasaba, cruzánose de brazos a escrutarlo con la mirada.

—Estás vestido —admiró el mayor, aparentemente listo para salir al vestir una exclusiva camisa de encaje blanco, chaqueta y pantalón celestes. Que su hermanito llevara puesto un pantalón corto y una sudadera sin mangas, en la comodidad de su rincón, no era habitual... Usualmente andaba en calzoncillos por todo el departamento.

—¡Oh! es que ya me dio hambre —Disimuladamente cerró la puerta tras de sí, acompañando a su hermano hacia la escalera— ¿Desayunamos juntos? ¿Por qué me buscas tan temprano?

—Hablé con Hoseok. —Fue una dura sentencia, salida con engañosa tranquilidad de sus labios. El hermano menor se encogió culpable, sin detener el paso—. Dice que estás interesado en alguien... Alguien inapropiado para tus fines. Necesito saber qué pasa exactamente.

La gente es entrometida y presurosa al juzgar, ignorante de los sacrificios de otros, el costo tras la supuesta "suerte dorada" de personas como Jin, como la de otros de su misma raza.

La vida de un léuzur está marcada por sus decisiones, la primera de ellas tomada a los 15 años por sus progenitores. A esa edad, su alma pierde la capacidad de recuperar energía por sí solo como los humanos mas, siendo demasiado jóvenes para lanzarlos al mundo en busca de energía ajena mediante el contacto sexual como su raza precisa por naturaleza, los padres suelen optar por sacrificar su propia energía: obsequiarla a sus hijos mediante un "abrazo fraterno".

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora