10. Namjoon; el Dragón Negro.

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Domingo 31 de marzo

10:55 PM

Tae cumplía tres meses en la Tierra. Aquel mundo, en un principio, lo aterró e hizo sentir completamente ajeno, al punto de llevarlo a considerar sensato terminar con su vida, para así liberar a su madre y concederle el derecho a crear un nuevo descendiente sin pasar por alto la ley... No; él nunca quiso morir, aquella fue una decisión tomada desde una adoctrinada racionalidad, basado en las leyes escritas en el "Código Moral de los Seres de la Luz", el que posiciona a cada Níreo y Niryusa como piezas de ajedrez en su tablero celestial y, dicta; quien no cumpla su función preestablecida no tiene razones para vivir, convirtiéndose en una impureza.

A causa de su crianza, sentirse y comprobarse útil debía ser lo más importante para Taehyung, aunque... Siendo sincero, una vez halló amparo en corazones similares al propio y dio un mejor vistazo a cómo se vivía en la Tierra, cada día pensaba menos en ello, aliviando su consciencia. Los inspiradores y emotivos discursos de Kook sobre la identidad, la búsqueda de la felicidad, la paz interior, la importancia de la libertad y el amor propio, tenían mucho que ver...

Pero, seamos sinceros; los lujos y el entretenimiento facilitados por la situación económica de sus nuevos amigos, especialmente los hábitos descarados y consumistas de Hoseok, eran los principales culpables tras su cambio de perspectiva. Taehyung sonreía por la vida disfrutando nuevos placeres. Seguro, vanidoso y sociable... ¿Encaprichado? Con cierto léuzur que se había convertido en el centro de su nueva vida, la razón de sus expectativas para el futuro. Sí; Tae acaba de dar un vistazo a las millones de opciones que ofrecía la sociedad terrestre y quería ser partícipe de todo, sólo que no decidía qué estudiar ni en qué trabajar, todo era tan tentador... Como descansar y simplemente dejarse mimar a costa de Kook.

«Así son los jóvenes; soñando felices, planeando el porvenir... Me alegro por ti», razonaba Yoongi en su trabajo con una sonrisa apesadumbrada, recordando fugazmente al chiquillo de los cristales al recibir otro de sus insistentes mensajes de texto. El gato le tenía estima, pero rodó los ojos hastiado, botando los artículos de los clientes por la cinta transportadora. «¿Por qué putas te enseñaron a usar el teléfono?», es que Tae no paraba de hablarle para saber cómo estaba y contarle todo lo que hacía. Justo aquel día, como todos los domingos, el chiquillo tenía el día libre y Yoongi creyó poder disfrutar algo de silencio en su puesto de trabajo, pero no; no podía librarse de él, algo había hecho "mal" y, sin ser su objetivo, se había ganado su cariño e insistente preocupación.

Era hora de cerrar y el felino cajero no necesitaba más que pasar a su casillero, cambiarse el "ridículo uniforme" y acelerar en su motocicleta sin rumbo. No era su intención llegar a casa esa noche... Mucho menos cruzarse con la fuerte presencia de un intruso de otro mundo dentro del local.

Alguien entró al supermercado cuando ya no estaba permitido el acceso a clientes, mas los guardias se apartaron a su paso, asustados, deseando desaparecer de su vista; era un hombre inmenso, con ojos sagaces de párpados caídos, labios gruesos y pómulos altos, hablando en términos humanos. Eran sus cuernos de carnero, y quizá la larga cola negra de lagarto sobresaliendo bajo su gabardina negra, los que intimidaban a todo el mundo.

Los seres de oscuridad pura, irónicamente, no tienen la misma mala fama que los seres de luz; estos se relacionan normalmente con los terrestres, pero, como se esperaba de la humanidad, aún así les temen a causa de su apariencia exótica, intimidante y "oscura".

Yoongi no. El gato curioso no se quedaría sin saber qué quería el grandulón, quien preguntaba a los trabajadores sin conseguir respuesta pues nadie quería extenderse en palabras con él y preferían no saber de sus asuntos. Yoongi fue directamente hasta él y se interpuso en su camino, viéndolo desafiante hacia arriba, pasando por alto su propia cola inquieta y erizada, las orejas gachas y ganas de gruñir... El alto frunció el ceño, intuyendo que el "gatito", rabioso por su presencia, era la persona indicada.

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