19. El jefe

130 19 8
                                    

Narra Robin

Cuando salí de mi cama por no poder dormir y me dirigí hacia el bosque para relajarme, no pensé que acabaría siendo pillado espiando a María.

Había dado mil vueltas entre las sábanas hasta salir del revoltijo de tela cansado e irritado por no poder conciliar el sueño. Al final decidí vagabundear un rato para despejar mi cabeza de aquellos pensamientos que me invadían y me provocaban insomnio. No fui consciente de hacía dónde me dirigía hasta que ya me encontraba en la linde del bosque, mirando directamente hacia la mansión de la Vega. Iba a continuar mi camino hasta que la luz de una pequeña vela atrajo mi atención hacia el torreón y fue entonces cuando la vi. María estaba allí, tirando cosas por el suelo mientras sostenía un libro en la mano. Reconocí al instante aquel tomo, era el que estaba leyendo cuando hablamos en la librería del pueblo. Me quedé allí, intrigado por lo que estaba haciendo.

Llegué a pensar que si la observaba podría comprender qué era lo que pensaba aquella cabeza pelirroja. Así que me senté sobre las raíces del árbol más cercano y allí me quedé observándola, estudiándola.

O al menos eso intentaba cuando vi como desaparecía dentro de la habitación. Justo cuando estaba seguro de que se habría ido a la cama, escuché las voces procedentes de lo más profundo del bosque. Me subí al instante en la copa del abeto en el que me encontraba, esperanzado de que las grandes y pobladas ramas me ocultaran de ojos ajenos. Justo cuando pude apreciar la primera silueta a lo lejos, oí un susurro procedente del lado contrario. No tardé mucho en darme cuenta de que era María la que se acercaba desde la linde de los árboles.

¡Mierda, la van a pillar! Tengo que hacer algo... pero entonces me pillaran a mí aquí... Joder, joder, joder... Como se entere de esto mi padre me mata pero... no puedo dejarla.

Dudé durante unos segundos, pero fue tiempo suficiente para que ella también fuera consciente de las voces que se acercaban cada vez más a nosotros. Intentó esconderse usando aquel árbol como escudo pero sabía que cualquiera que se acercara podría verla. Yo también lo sabía así que me dejé caer con sigilo delante de ella y apretándonos a los dos contra el árbol, le tapé la boca con mi mano, temeroso de que se asustara y nos delatara a los dos con un grito.

El pánico se dibujó en su rostro al verse atrapada e intentó forcejear conmigo para librarse de mi cuerpo y mis manos, pero no la solté.

–¡María, para, soy yo! –le susurré contra su oído lo más bajo que pude.

Al instante dejó de luchar y se relajó tan rápidamente que me sorprendió. Le quité mis helados dedos de los labios y la miré a los ojos, intentando decirle con la mirada que se quedara callada.

Observé el haz de luz de un farol acercándose cada vez más hacia nosotros. Solo se escuchaba el sonido de pisadas, las voces habían callado, hasta que, a no más de dos metros de nosotros, volvieron a hablar.

–Ey, para, si te acercas más al filo nos podrían ver desde la casona –dijo una voz masculina. Sonaba rígida y autoritaria, incluso gutural.

–Qué extraño, me había parecido ver una luz por aquí –habló un segundo hombre.

María tembló tan fuerte que lo pude notar contra mi propio cuerpo. Incluso yo maldije internamente: aquel hombre era uno de los que nos habían atacado en su carruaje.

Me había imaginado mil personas diferentes antes de aquella gentuza, pero como siempre, ponte en lo peor y acertarás. Cuando me giré para mirar cómo se alejaban de nosotros escuché la respiración agitada de María. Si seguía así, podrían escucharla incluso a esa distancia.

–Olvídalo, nosotros no hemos visto nada, seguro que te lo has imaginado. Si no bebieras tanto no la pifiarias tanto. Quizás, hasta el jefe se pensase en ese ascenso que le pediste.

–Es él el que nos dice que bebamos y comamos todo lo que queramos mientras nos mantengamos alejados del pueblo. Maldita sea, ojalá me elija, así dejaría de cavar agujeros para la mierda... Por cierto, ¿creéis que vendrá esta noche?

–No lo creo, ya sabes que viene cuando...

En aquel punto se habían alejado tanto que me era imposible seguir escuchando la conversación. Me permití volver a respirar y mis pulmones se relajaron, había estado conteniendo el aliento sin darme cuenta. Me separé de María y, extrañamente, al instante eché de menos aquel calor.

Miré a María, estaba en silencio y con la mirada perdida, clavada en mi pecho. Esperé unos segundos a que reaccionara pero no lo hizo, era extraño verla tan encogida, temerosa. Si de algo estaba seguro desde que la conocí es que era valiente y cabezota, por eso me preocupé al verla tan... diferente.

–¿María? –le dije alzándole el mentón para poder mirarla a los ojos, intentando que volviera en sí– ¿Estás bien?

Sus pupilas se dilataron, como si estuviera despertando de un sueño profundo, volviendo poco a poco en sí. Respiró profundo y habló.

–Sí, sí, estoy bien, es solo... Cuando he reconocido esa voz me he puesto muy nerviosa. Lo siento, casi nos pillan por mi culpa.

Me reí medio en silencio.

–Somos expertos en que no nos pillen, María –la solté y me alejé de ella. Ambos necesitábamos calmarnos y estar tan cerca de ella tenía el efecto contrario– Pero sí, ha estado muy cerca.

–No hace falta que lo jures –dijo nerviosa–. Si nos hubiesen pillado estoy completamente segura de que habría cumplido lo que dijo en el carruaje –tembló ante el recuerdo.

Recordaba las palabras de aquel malnacido como si las acabara de decir. Bestias como aquellas hacían con las mujeres lo que les venía en gana, aunque con ello las destrozaran. Nunca comprendí aquella brutalidad y siempre condenaría a los hombres así. Aunque para mí, aquellos animales no se podían considerar hombres, no eran más que bestias salvajes.

–No te preocupes, tú vuelve adentro y duerme. No se atreverían a entrar en la casona, ni siquiera de noche.

–Gracias de nuevo Robin, siempre te tengo que estar agradeciendo –se rió, de repente divertida por todos los problemas en los que nos metíamos–. Ten cuidado volviendo a casa.

Asentí y miré hacia el punto en el que había perdido de vista a aquellos hombres. Había escuchado hablar solo a dos pero juraría haber visto más sombras alejándose de ellos, así que quizás eran más.

–Por que vas a volver directo a casa, ¿verdad? –me preguntó María mientras seguía mi mirada hacia aquel mismo lugar– No los sigas Robin, no vayas solo, es muy peligroso.

Me cogió de la mano, como si aquel simple gesto fuera capaz de detenerme. Me reí de su autoconfianza, pero tenía razón, no los seguiría. Al menos, no aquella noche. Estaba solo y no sabía cuántos de ellos eran, no quería acabar en una emboscada. Tampoco era tan estúpido,conocía mis propios límites.

–No te preocupes, no estoy tan loco como para embarcarme en una caza suicida. Ahora vuelve a dentro para que me pueda ir, no quiero dejarte sola aquí fuera.

María sonrió con astucia, por mi repentina caballería. Sinceramente, hasta yo mismo me sorprendí del cuidado que tenía con ella. Se suponía que tenía que odiarla y hacer todo lo posible por fastidiarla y aquí estaba, cuidado de ella como un guardaespaldas.

–Ya me voy, ya me voy –dijo mientras avanzaba hasta salir de los árboles. Justo cuando pensé que se había acabado nuestro tiempo juntos, se giró de nuevo– Ten cuidado, Robin, y... no te voy a preguntar qué hacías aquí –dijo mientras se reía de mí, como si me hubiese pillado in fraganti. Aunque técnicamente era exactamente eso lo que había hecho.

–Mejor... Porque si me preguntas, ni yo mismo sé la respuesta –me sonrió, como si aquella contestación fuese justo la que esperaba–. Hasta mañana, María. Que descanses.

La chica se encaminó al trote hacía la puerta trasera de la mansión y se giró para verme marchar. Solo que ya no estaba allí, iba camino a casa ideando un plan en mi cabeza.

Habrá que cazarlos antes de convertirnos en presas.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora