35. Un secretito mágico

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Tercera persona

La habitación estaba en silencio, provocado por el peso de las últimas palabras que había pronunciado María. Aún temblaba entre gorgoteos lloroso acurrucada en el regazo de Robin, mientras este la observaba cohibido. El chico no sabía qué hacer ante aquel llanto roto. Se habría esperado aquella pérdida de estribos de cualquier otra persona antes que de María, aquella pelirroja solo había demostrado pasión y fuego en todo momento, y sin embargo, allí estaba, tartamudeando en un vano intento de controlar el hipo y llorando con el corazón encogido.

Parecía tan... rota.

Todos en la habitación la observaban conmocionados, excepto por sus primos, que sus ojos delataban una profunda tristeza.

Después de lo que había descubierto de ellos, aunque fuera poco, tenía claro que aquella familia también tenía sus propios problemas y que no era tan perfecta como el conde hacía aparentar.

Fue Anna la que rompió el silencio cuando se acercó a su prima y acariciándole suavemente el pelo, le susurró.

–Shh... Vamos, cálmate, María. Todo irá bien. Tú respira conmigo... –le susurró como si estuviera tratando de calmar a un pequeño bebé al que había que enseñarle todo desde el principio y, sin embargo, parecía que no era la primera vez que lo hacía.

Tras varios minutos que se hicieron eternos ante el suspenso que sentían todos, María consiguió volver un poco en sí. Se dio la vuelta y aún con su melena revuelta sobre las piernas de Robin, se recostó sobre él, secándose las últimas lágrimas que corrían por sus mejillas. Fue entonces cuando Robin consideró que ya estaba lista para responder algunas preguntas.

–Ey, pajarito... –no esperó una respuesta por parte de ella– ¿Qué quieres decir con que tienes poderes?

María lo miró fijamente, la indecisión estaba escrita en sus ojos. El silencio se prolongó incómodamente, mientras la chica se mordía la lengua dubitativa. Fuera lo que fuera, parecía que aquello había sido un secreto muy bien guardado, por eso, Robin se sorprendió cuando fue Alexander el que intervino.

–Cuéntaselo. Es el único que te puede dar las respuestas que siempre has buscado María, no pierdas la oportunidad que tienes ante tí por el temor que sientes.

Con la voz entrecortada y el labio tembloroso, se decidió a hablar y les contó a todos los presentes su secreto.

–Yo... puedo ver los sentimientos de la gente –la chica cerró los ojos, sin querer ver la cara de repulsión y desagrado que creía que provocarían sus palabras–. No recuerdo bien cuando empezó, los recuerdos de cuando era pequeña están algo difusos, pero sé que siempre ha estado ahí, dentro de mi. Sin embargo, mientras fui creciendo se fue desarrollando, al principio fue algo apenas perceptible, simplemente algunas visiones propias de una niña con una imaginación desbordante –dijo aquellas palabras con un tono que simulaban la voz de otra persona, como si aquellas mismas palabras se las hubiesen repetido muchas veces antes–. Parecía algo tonto, ni siquiera yo le di importancia, hasta aquel maldito día, el primer día de la temporada de verano –el labio le volvió a temblar mientras intentaba controlar su voz para que no volviera a quebrarse–. Aquel día se salió de control, no pude controlarlo y todo me embriagó sin siquiera comprender qué estaba pasando. Todo empezó a llenarse de enredaderas, envolvían a las personas de mi alrededor, se enlazan en sus cuerpos, clavando sus espinas, todas de millones de colores diferentes y siempre serpenteando hacía los demás. Mi mundo se convirtió en enredaderas negras y rojas que abrazan a las personas o que las estrangulaban.

La habitación estaba en completo silencio sepulcral, todos escuchando con atención a la chica que contaba su historia con un aguijón de dolor por cada palabra que pronunciaba.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora