18. Noche oscura

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Tercera persona

María se acomodaba su viejo fular contra el pecho, intentando alejar el frío de la noche de su piel. La oscuridad caía con intensidad sobre la mansión de la Vega, pintando el ambiente con una gama de grises y negros tan opacos como la obsidiana.

Se ahuecó el cojín de la espalda para acomodarse en su estrecho balcón con la intención de continuar leyendo el libro de brujas que tanta curiosidad le despertaba. Con sus primos de visita no había tenido apenas unos momentos a solas para poder continuar la historia. Se moría por saber qué le pasó a la chica del bosque.

Sin embargo, aquella noche tras cenar se había excusado más temprano de lo habitual con la intención de dedicarle unas horas a aquella lectura tan especial. No podía continuar más aguantando aquella intriga tan infantil.

Tras terminar de preparar su rincón de lectura, lanzando y acomodando todos los cojines y almohadones que tenía y recogiendo una de las pesadas mantas de su cama, se sentó junto al candil con el libro sobre su regazo.

Antes de abrir sus páginas, paseó su mirada a través del bosque que se propagaba hasta más allá de donde los ojos alcanzaban a ver. Observó en silencio el movimiento de las copas de los árboles mecidas por la brisa nocturna, estas creaban olas similares a los trazos de un pincel sobre un lienzo, dibujando siluetas sin sentido.

La embriagó la ternura, recordando los momentos de tranquilidad y felicidad que había vivido en aquel bosque. Había escapado de todos sus problemas encontrando consuelo en la naturaleza, había sido libre por algunas horas corriendo y riendo entre aquellos árboles. Recordó el último día que vagó en él, había sido la última vez que vió a Robin y al resto.

Todavía la consumía el sentimiento de malestar, preocupada por cómo estaban las cosas entre ellos. Aún sin tener la culpa de la situación, ya que no estaba segura de que era lo que pasaba entre ellos, el remordimiento la invadía al pensar en Robin.

No era justo que ellos tuvieran que cargar con las consecuencias de sus antepasados.

Con un suspiro, abrió el libro por la mitad y comenzó a buscar la página trescientos veinticuatro. Justo cuando estaba a punto de dar con ella, a solo dos páginas, una brisa entró en el balcón con fuerza, provocándole cosquillas en el rostro con algunos cabellos despeinados.

Fue aquella corriente de aire que despejó las nubes que ocultaban a la luna lo que le llamó la atención. Aunque era algo salvaje, aquella brisa era agradable contra su piel. María volvió a contemplar la espesura, preguntándose si los árboles sentirían lo mismo contra sus hojas.

Fue entonces cuando algo en la linde le llamó la atención. No estaba segura de que había sido aquel movimiento o si simplemente se lo había imaginado, pero le pareció ver una sombra extraña. Estudió con más detenimiento el área, absorta en dar con lo que fuese que rondaba por allí a aquellas horas de la noche. Podría haber sido un animal pero aquella silueta era demasiado grande, es más, ninguna criatura se acercaría tanto al límite del bosque.

Tras unos minutos examinando aquellos alborotados pinos, se relajó, desechando todas las teorías que se le habían pasado por la cabeza. Seguramente había sido su imaginación. Volvió a concentrarse en su libro, sin embargo no había avanzado más de dos páginas cuando paró de nuevo. Aquella extraña sensación no se le iba y la estaba poniendo de los nervios.

Fue entonces cuando un leve fulgor se hizo visible en la espesura del forraje. Cuando las nubes dieron paso a la luna, su claridad iluminó parte de la maleza, dando vida a aquel pequeño brillo lejano.

María se extrañó. No debería de haber nadie rondando por la mansión a aquellas altas horas de la noche, mucho menos vagabundeando por el bosque. Una mezcla de excitación y preocupación la invadió. Seguramente no fuera nada. Podría ser una persona, podría ser algún ladrón, algún cazador nocturno o... Podría ser Robin.

Aunque el pensamiento de que fuera aquel orgulloso muchacho le cruzó la mente, lo desechó con rapidez. El muchacho no era tan inconsciente como para llegar a aquel punto... ¿Verdad?

Decidida a descubrir qué o quién estaba rondando por aquella zona, se levantó y, arropándose con su vieja rebeca de lana, se encaminó hacia las cocinas. Con cuidado de no hacer ruido para no despertar a nadie del servicio, cruzó con rapidez los pasillos hasta alcanzar la puerta que daba al exterior. El frío la recibió sin compasión, calándole los huesos con rapidez.

Aprovechó la oscuridad y se dirigió en dirección contraria del fulgor, hacía el establo. Apenas le hizo falta abrir la puerta para colarse dentro y rebuscando entre los viejos alarcones de aperos, encontró en ellos un par de viejas botas de montar. No dudó ni un segundo en calzárselas, satisfecha por lo cómodas que eran y por templarse los pies. Salió a prisa y se dirigió hacia la linde del bosque.

A tientas y solo con la luz de la luna cuando esta asomaba de entre las nubes, tocó el primer árbol antes de lo que esperaba. Decidió no adentrarse más en la espesura, por si tenía que huir con rapidez de vuelta a la casona. Recorrió lentamente los metros que la separaban del lugar donde recordaba haber visto aquella extraña silueta. Aunque apenas veía más allá de unos pocos centímetros por delante suya, avanzaba con paso firme, decidida a resolver aquel misterio. Observó desde allí el gran edificio de su familia, fue capaz de ver sus habitaciones iluminadas por la vela que había encendido para poder leer y que había dejado prendida. Desde allí se podía ver perfectamente el nido de cojines y mantas que había hecho en su balcón.

Cuando al fin alcanzó el lugar que estaba buscando, no encontró nada. Sin embargo, estudió con detenimiento la zona, buscando indicios de la presencia de algún animal o del paso de algún humano. Para su sorpresa, fue exactamente lo último lo que encontró. La planta de una bota estaba dibujada en la tierra húmeda junto a la silueta de un círculo perfecto. Estudió con detenimiento el patrón de la huella aunque se le hizo una tarea casi imposible con la poca luz que había. Como si le hubiesen leído el pensamiento, el tenue brillo de una llama asomó por su espalda.

Sorprendida y asustada a la vez por la presencia de un desconocido cerca de ella, trastabilló y chocó contra el tronco del abeto donde estaba. Sin saber cómo reaccionar ante el peligro que se cernía sobre ella, se quedó observando la luz que avanzaba por el bosque. Siguiendo su instinto de supervivencia, intentó esconderse usando el grueso tronco del árbol contra el que se había tropezado. Temerosa de asomar la cabeza para ver quién era aquel intruso, tembló contra las arrugadas cortezas.

Esta ha sido la peor idea de mi vida.

Consciente ahora del peligro real que corría, intentó alejarse de aquel lugar para poder volver sana y salva a la mansión. No había avanzado ni un paso lejos del árbol, cuando un ruido sonó a pocos metros de distancia.

Se estaban acercando a ella.

En pánico, pensó en chillar para pedir ayuda. Con suerte, despertaría a alguien en la casona y acudirían en su ayuda. Solo esperaba no estar demasiado lejos.

Fue entonces cuando sintió el movimiento. Algo cayó justo delante de ella desde la copa del árbol donde se encontraba. Sin darle tiempo a reaccionar, la aprisionó contra el tronco, empujando su cuerpo contra el suyo y tapándole la boca con una mano para evitar que gritara.

Presa del pánico por verse atrapada, María luchó con todas sus fuerzas, arañando al hombre que forcejeaba contra ella.

–¡María, para, soy yo! –le susurró su carcelero.

María dejó de luchar, reconociendo de inmediato la voz que le susurraba al oído.

¡Robin!

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora