41. Soluciones

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Narra María

Los días comenzaron a pasar en una apacible rutina, tan complaciente para todos que llegó al punto de que no éramos conscientes de lo rápido que estaba pasando el tiempo.

En la mansión nos despertábamos temprano en la mañana, desayunábamos con mi tío mientras manteníamos una agradable conversación o eso es lo que queríamos que pensara para evitar cualquier sospecha cuando, poco después, nos marcháramos con prisas. Siempre seguíamos los mismos pasos: salíamos al camino principal, rumbo al pueblo, cuando llegábamos nos hacíamos notar con un ligero paseo por la calle principal y tras nuestro pequeño teatro, corríamos a escondidas hacia el bosque.

Después de unos minutos vagabundeando por el bosque, por un camino que ya se nos hacía reconocible y familiar, siempre dábamos con aquel muro de la fortaleza. Gracias a las vidrieras de la cúspide, el lugar era fácilmente rastreable. Los primeros días habíamos tenido que esperar a que alguno de los muchachos nos viera entre los árboles para lanzarnos la escalera, ahora sabían perfectamente a la hora que llegábamos y siempre nos esperaba alguno de ellos, listo para desbloquearnos el ascenso.

Cuando por fin estábamos al resguardo de las habitaciones de Robin, disfrutábamos del tiempo que teníamos juntos. Para mi sorpresa, Anna se había vuelto cercana a los chicos, incluso charlaba animadamente con Max cada vez que llegaba; León simplemente los observaba y hacía alguna aportación de vez en cuando; su hermano, Lucas, siempre se la pasaba dormitando contra la puerta, según él estaba haciendo guardia; Robin siempre se tiraba en el suelo, entre la maraña de pies, escuchando al resto, a veces incluso preguntaba por la mansión y por mi tío, sobre cómo estaban las cosas por allí; Alexander siempre chequeaba a Rebeca, actualizándonos sobre su estado y su constante mejoría.

Era sorprendente como se caldeaba la habitación, como se colmaba el ambiente de tranquilidad y sosiego, transportándonos a todos a un estado de ánimo gozoso. Parecía que aquella primera conversación que habíamos tenido entre aquellas cuatro paredes, en las que solo hubo lágrimas, nervios y dramas, nunca había ocurrido. Incluso con aquel catastrófico día en la memoria, me sentía completamente satisfecha con aquel nuevo grupo de amigos que habíamos creado, un grupo de amigos que no estaba destinado a encontrarse y menos aún a escogerse, y sin embargo, así había sido.

Así pasaron los días, sin darnos apenas cuenta de cómo se sucedían las noches una tras otra, no fue hasta más de una semana después que la realidad nos sacó de nuestra burbuja de placidez.

Fue Alexander el que abrió los ojos al grupo.

–Rebeca ya está casi perfecta. Ya puede andar y la herida está cicatrizada perfectamente y en un tiempo récord. Mi único consejo es que no haga grandes esfuerzos.

Todos nos alegramos por las buenas noticias aunque éramos conscientes de lo bien que estaba evolucionando, habíamos sido testigos de cómo cada vez se le veía con más fuerza y de cómo podía caminar un poco más cada día.

Pero, por otro lado, saber que su recuperación estaba llegando a su fin significaba que nuestras reuniones secretas y aquel pequeño cuartel general que habíamos montado para nuestro grupo estaban llegando a su fin.

La pena y la alegría a veces van de la mano.

Salir de aquella habitación en la que nos habíamos encerrado durante tantos días volvía a traer a flote los problemas que habíamos ignorado durante ese tiempo: los bandidos, la situación de Rebeca, las trifulcas entre las familias...

–Creo que no me equivoco al decir que ninguno quiere afrontar lo que se nos viene encima, pero es momento de buscar soluciones, chicos. Tenemos demasiados problemas ahora mismo para seguir ignorándolos –planteó Robin.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora