Narra Alexander
Sabía perfectamente que mi prima estaba maquinando otro de sus planes desde el momento en que llegó a la casona, ayer a última hora de la tarde. Había llegado con evidentes signos de haber vagabundeando por el bosque de nuevo, eso no lo dudaba. No entendía como todos estaban tan ciegos en aquella casa para no ver lo que estaba haciendo, incluso con las mentiras que salían de mi boca y de la de mi hermana para protegerla.
Había que ser muy ciego para no ver la marca de tierra en sus botas, los bajos de su falda húmedos y llenos de maleza pegada o el brillo de emoción que inundaba sus ojos.
Aún así, algo estaba fuera de lugar en ella, al menos algo más de lo normal. Había llegado callada, seria, aunque se le notaba la emoción en sus ojos habría jurado que también podía apreciar cierta preocupación en ellos.
Y por supuesto, aunque ambos, mi hermana y yo, le preguntamos qué había ocurrido, María no nos contó nada. Por el contrario, nos pidió que la cubriésemos de nuevo al día siguiente, ya que tenía intención de salir bien temprano en la mañana. Nos miramos a la vez, ambos preocupados por los riesgos que estaba dispuesta a afrontar para volver a ver a aquellos estúpidos chicos.
O al menos pensaba que lo hacía por ellos, por volver a verlos, porque sino no podía encontrar una respuesta lógica a sus acciones. Por eso mismo aceptamos ayudarla, haría por ella lo que fuese después de todo lo que ella había dado por nosotros, pero sobre todo porque si no la cuidamos nosotros no sé quién lo haría.
Pero cuidarla no significa concederle todos los caprichos que nos pidiese, por eso mi hermana y yo decidimos aquella misma noche, al retirarnos a nuestros aposentos, que al día siguiente la seguiríamos para asegurarnos de que no le pasaba nada.
Ya habíamos preparado todo antes de acostarnos: había hablado con su tío para decirle que tenía intención de llevarlas a las dos al pueblo a dar un paseo y a mirar telas y accesorios para sus vestidos, había pedido a las criadas que preparasen una pequeña cesta con comida para los tres por si nos tardamos en volver y le había mentido al viejo mayordomo sobre la hora a la que saldríamos para que no pudiese venir con nosotros. Había que reconocer que aquel anciano era un devoto de su trabajo, incluso en la gran ciudad se podrían haber peleado por contratar sus servicios las familias más grandes y nobles. Sin embargo, para María era todo un inconveniente para sus planes totalmente fuera de la permisibilidad de su tío.
Gracias a todos los preparativos del día anterior, Anna y yo no tardamos más de unos minutos en alcanzar a María después de que abandonara la casa a toda prisa a primera hora de la mañana. Corrimos detrás de ella intentando lalcanzarla sin éxito, llevaba un ritmo que ni un galgo de caza sería capaz de aguantar. Así que no nos quedó más remedio que descubrirnos para no perderla.
–¡María, para, por favor! –le grité a la sombra que avanzaba delante nuestra ya sin aliento y con las primeras gotas de sudor asomando por mi frente.
Escuchamos como los pasos que se alejaban cada vez más de nosotros se detenían de inmediato y continuamos avanzando hacia ella, hasta que nos la encontramos cara a cara.
Aunque nos recibiera con una mala cara.
–¿Qué diablos hacéis aquí, Alexander? ¿Otra vez me estáis siguiendo? ¿Qué estáis pensando, en tomarlo como un nuevo hobbie?
Vi como el rostro de mi hermana se contraía en una mueca, herida por las palabras de María. Me enfadé con ella y con su actitud infantil.
–Si nuestra cabezota prima nos dijera qué es lo que está pasando, quizás no nos tendríamos que preocupar tanto por ella como para seguirla a escondidas –la acusé alzando la voz, de repente desesperado con ella–. Maldita sea, María, estamos mintiendo por ti, estamos jugándonosla por ti y tú simplemente nos ignoras para salir a jugar con tus nuevos amigos –podía notar como se crispaba mi rostro cada vez más tras cada palabra que salía de mis labios–. Hemos venido hasta el culo del mundo por tí y estoy totalmente seguro de que sii no fuera porque te cubrimos las espaldas para tus escapadas, ni siquiera te importaríamos, ¿verdad?
Incluso antes de terminar la frase, sabía que estaba siendo demasiado duro con ella, pero ver la primera lágrima correr por el rostro de mi hermana apartó de mi conciencia cualquier ápice de remordimiento. Observando lo pálido que estaba el semblante de María supuse que mis palabras habían surtido efecto.
–Yo.. No, claro que no, Alex. Me alegro mucho de que estéis aq...
–Pues no lo parece, María –la interrumpí, mi tono solemne y frío, duro como el acero.
María observaba a Anna, volviéndose consciente de la realidad al ver la pena que reflejaba el rostro de mi hermana. Incluso el de ella misma se contrajo en una mueca de tristeza y arrepentimiento.
–Tienes razón, lo siento. Debería de haberos contado lo que está pasando y lo haré, de verdad. No quiero que penséis eso, no sabéis lo feliz que me hace que estéis aquí, os lo juro. Es solo que... que algo grande está pasando en el valle y necesito respuestas.
–Pues déjanos que te ayudemos a encontrarlas, María. Prefiero meterme en problemas contigo a dejarte sola ante el peligro –dijo mi hermana, al borde del llanto.
–Oh, Anna, lo siento tanto –le contestó, corriendo a sus brazos para abrazarla, intentando consolarla para que se detuvieran sus pequeñas lágrimas.
–De acuerdo, os lo contaré todo, pero debemos aligerarnos o no llegaremos a tiempo, no tenemos tiempo que perder –dijo mientras tomaba la mano de mi hermana con la suya para retomar el rumbo–. A ver, ¿os acordáis del ataque a la calesa cuando llegué al valle? Pues hará un par de noches...
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Enredadera negra y roja
FantasyUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...