Tercera persona
El terreno se hundía por todas partes, haciéndolo inestable y una trampa para los pies; había aguas estancadas dispersas en charcos por toda la zona, aumentando la humedad del sitio hasta niveles insostenibles; los árboles eran tan extraños que se formaban ciénagas bajo sus enormes raíces; la vegetación era tan abundante y lechosa, llena de musgos y lodo que hacían que todo estuviera resbaladizo al tacto; las copas de los árboles eran pobladas, pero parecían marchitas y, sin embargo, no dejaban pasar la luz del sol lo que le confería un aspecto tétrico y lúgubre.
Siguieron avanzando pero no les hizo falta más que unos pocos metros hasta que encontraron una vieja cabaña semi destrozada sobre las raíces de un enorme árbol negro.
–Parad, ahí hay algo –señaló Max con el dedo hacía la cabaña, que se comenzaba a dejar ver entre la espesura.
Parecía más bien un cuarto en vez de una cabaña, debido al tamaño que tenía, además se veía que el lugar necesitaba cuidados y mantenimiento: las tablas estaban podridas y las que no, estaban rotas; lo que hacía de puerta era una simple tela amarrada con dos piedras; el techo apenas cubría, ya que había dos grandes agujeros que daban la bienvenida a todo aquello que quisiera entrar por arriba, ya fueran bichos, goteras o la luz del sol.
Se escondieron entre las raíces cercanas para evitar ser captados por ojos curiosos, si los había, y se quedaron estudiando la estructura por si entraba o salía alguien. Sin embargo, tras unos minutos nada pasó.
–No creo que haya nadie en casa, además, eso es demasiado pequeño para un grupo, casi diría que es pequeño para una sola persona. Además, no se escucha nada y parece que está abandonado –dijo Robin, saliendo de su escondite. Los demás lo siguieron.
–Sin embargo, puede que encontremos alguna pista. Es raro que esto esté aquí en medio de la nada –dijo Alexander, curioso por ver lo que había dentro de aquel desaliñado cuartucho.
Avanzaron con cuidado y sigilo, esperándose una trampa o alguna emboscada, pero nada ocurrió. Robin y sus amigos se adelantaron al resto, subiendo los escalones construidos sobre las raíces y con cuidado de no hacer ruido con las piedras, apartaron la tela para asomarse al interior. Después de unos segundos de exploración, Robin habló.
–No hay nadie, está vacío.
Los chicos procedieron a entrar para investigar en profundidad el lugar, y María y sus primos no tardaron en seguirlos. La habitación no era más grande que su propia habitación. El suelo estaba tan destrozado como el resto de la casa, lleno de agujeros y tablas rotas; la cocina estaba estropeada y sucia como si no se hubiese utilizado en mucho tiempo; una capa de polvo cubría los pocos muebles que había allí dentro. Ninguno hablaba, observando todo a su alrededor y estudiando cada pequeño detalle por si había alguna pista oculta. Sin embargo, Alexander se adentró en la habitación, dirigiéndose al pequeño camastro que había en el rincón más alejado. Tenía intención de comprobar si la cama había sido usada hacía poco pero se paró en seco en mitad del cuarto cuando fue consciente de lo del bulto sobre ella.
O mejor dicho, de la persona acostada sobre ella.
Todos se dieron cuenta del cambio en el ambiente, de repente tenso por si había alguna clase de peligro. El chico se giró y con un dedo en los labios, le señaló al resto para que guardaran silencio. Todos lo hicieron sin dudar.
Alexander avanzó con sigilo y con extremo cuidado, curioso y nervioso por descubrir quién se ocultaba en aquel mohoso y abandonado lugar. Esperaba encontrarse con alguno de los bandidos, haciendo uso de aquel lugar como punto de vigilancia, por ello se sorprendió de sobremanera cuando vislumbró un rostro femenino y una hermosa cabellera rubia apoyada sobre una almohada sucia.
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Enredadera negra y roja
FantasyUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...