4. Pequeños placeres

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Narra León

Sostuve la mano de Max mientras lo guiaba por la calle principal del pueblo. Esquivamos a algunas personas en el camino, zigzagueando entre ellas y saludando a aquellas con las que teníamos una relación más cercana.

Me encontré con el panadero haciendo la ronda y aproveché para comprarle a mi madre el pan de centeno que tanto le gustaba. Así no tendría que ir después. Nos dijo que tuviéramos cuidado y siguió avanzando mientras llamaba puerta por puerta ofreciendo sus recién horneadas hogazas.

Dos minutos después llegamos a la entrada de mi casa y allí estaba mi madre, sentada en su mecedora con el último libro que le habíamos regalado Lucas y yo. Había sido su cumpleaños hacía dos semanas y mi gemelo y yo conseguimos que un comerciante de paso nos trajera de la ciudad un libro nuevo de su escritor favorito.

No nos habíamos fijado de que trataba, pero sabíamos perfectamente que sería de amores imposibles, de dramas complejos y de un final feliz donde los amantes conseguían terminar juntos. Mi madre no soportaba los finales tristes. A veces me la encontraba llorando por el fatídico final de sus protagonistas y la pena que le provocaba le duraba varios días. Siempre pensé que les guardaba luto, como si fuesen personas reales. Hasta hace poco no comprendí que no lo hacía por los personajes, sino por el amor. Por su propio amor perdido. Sigue esperando que el amor de su vida vuelva con ella, aunque sepa que es imposible.

Mi padre desapareció hace siete años. Siempre pasaba la temporada de invierno en la capital, el único lugar donde encontraba trabajo. Y siempre volvía con suficientes ahorros como para vivir bien el resto del año. Pero hacía siete inviernos, cuando se derritió la última nevada, no apareció. Nunca más supimos de él. Ni una noticia, ni una carta, ni un cuerpo que enterrar.

Observé a mi madre, con sus cansados ojos perdidos entre las líneas del libro y la sonrisa que asomaba en sus labios. Hasta yo sonreí, contagiado por su felicidad.

–Buenos días, Olivia –le dijo Max mientras se acercaba a ella y le daba un abrazo inclinándose sobre el sillón–. ¿Qué estás leyendo hoy?

Max siempre se sentaba en los pies de mi madre mientras ella le contaba las historias de los libros que leía. Y los dos se perdían en aquellos mundos imaginarios.

–Buenos días, chicos –me acerqué a ella y le di un beso en la frente mientras entraba en casa a dejar el pan y a buscar a mi hermano.

Dejé de escuchar la voz de mi madre contándole la historia de amor a Max en el momento que entré a mi habitación y vi a mi hermano durmiendo, hecho una bola entre las mantas. Era increíble que siguiese durmiendo, con el alboroto que había ya en el pueblo a esa hora. Me acerqué a él, y tiré del filo de la manta que le cubría la cabeza.

–Despierta Lucas, Robin nos ha mandado llamar...

Mi hermano abrió un ojo y me buscó con la mirada nublada por el sueño. Se quedó mirándome por un segundo mientras su cabeza asimilaba mis palabras. Cuando al fin fue capaz de procesarlas, se sacudió las mantas con desgana y se sentó en el borde de la cama.

–Date prisa –le dije mientras salía de la habitación, sabiendo que no tardaría mucho en alcanzarme.

Me apoyé en el marco del portón de la entrada, observando como Max apoyaba la cabeza en las rodillas de mi madre mientras ella le acariciaba el pelo con una mano.

Me quedé mirando con satisfacción como dos de las tres personas más importantes para mi, se querían tanto y se hacían compañía sin necesidad de palabras.

Me gastaría todos los sueldos de mi vida en libros para mi madre solo para conseguir que estos momentos duraran para siempre.

Max abrió los ojos, y levantando la cabeza de las piernas de mi madre, me miró a los ojos. Le devolví la mirada sin decir nada, y así nos quedamos los tres en silencio, disfrutando de aquella tranquilidad, hasta que apareció mi hermano.

–¡Vamos, vamos! Más le vale a Robin que sea algo importante –dijo bostezando mientras me empujaba para salir de la casa.

Se acercó a nuestra madre madre y dándole un beso en la frente, tomó la iniciativa poniendo rumbo a la casa de Robin. 

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora