21. Ayudaré a todo aquel que lo necesite

84 15 3
                                    

Tercera persona

Incluso el bosque estaba cohibido por la presencia de aquel animal tan extraordinario. Todo estaba en silencio a excepción del arrullo del agua que seguía su camino de manera imparable. Los pájaros no cantaban más, los pequeños roedores se acurrucaban en sus escondrijos temerosos de ser atrapados, el viento no ululaba como si fuera una muestra de respeto. Todo el ambiente se sentía pesado ante la presencia de aquella enorme bestia.

Incluso para los desconocedores del tema, era fácil darse cuenta que aquel animal estaba fuera de su hábitat. El color dorado pálido de aquel pelaje no coincidía con los tonos verdosos del bosque, resaltaba incluso aunque se intentara ocultar entre la maleza. Su abrigo de pelo no era lo suficientemente grueso para protegerla de las temporadas de heladas que hacían en invierno, incluso su tamaño desencajaba en aquel ambiente repleto de seres pequeños.

Todos los presentes habrían pensado lo mismo si no fuese por el miedo que se apoderó de ellos, dejándolos inmóviles como estatuas, temerosos de que cualquier movimiento pudiese provocar al animal y que este los atacara.

El animal los miraba con la mirada afilada, estudiando y sopesando sus opciones frente a aquellos cinco extraños. Parecía que había dado con ellos por casualidad, ya que no parecía estar de caza. Si hubiese estado buscando alimento no se habría revelado, sino que los habría atacado sin delatarse o al menos eso era lo que pensaba María en aquel momento.

La leona -por la ausencia de la corona de pelaje alrededor de su cuello y en su cabeza- se aproximó hacia ellos con paso desconfiado y curioso, olfateando el aire en un intento vano de reconocer algo en ellos. Cuando comprendió lo que aquel olor significaba se detuvo de inmediato, aunque para entonces ya se encontraba fuera del bosque, desamparada de los árboles y sus sombras.

Los cinco pares de ojos humanos aprovecharon para observar al detalle a aquel animal tan fuera de lo normal. Era un claro ejemplar adulto, aunque parecía completamente desarrollado se podría considerar pequeño para su edad.

Pero no fue ni su tamaño, ni el color dorado de su pelaje, ni los exquisitos ojos dorados lo que atrajo la atención de María, sino la gran mancha negra que tiznaba la piel de su costado derecho. Aunque aún se encontraba a unos metros de distancia y no podía estar completamente segura, estaba casi convencida de que aquello era una herida.

Y a juzgar por la cantidad de sangre, una herida abierta.

El miedo pasó a un segundo plano dentro de su mente cuando la invadió la preocupación por aquel animal. La congoja le apretó el corazón imaginándose cuanto le tenía que doler, incluso el más mínimo movimiento o esfuerzo, hasta respirar le tendría que costar muchísimo viendo donde se localizaba la herida.

–¿Estás herida? –le susurró a la leona como si esta pudiera responderle.

Pero, lógicamente, en vez de responderle, el sonido de su voz la asustó haciendo que el animal saltara y se alejara unos metros hacia atrás, volviendo a ponerse bajo el refugio de las copas y las ramas de los árboles.

María alzó la mano en su dirección, como si pudiese alcanzarla, sin embargo el animal no tardó más de unos segundos en perderse entre la espesura del bosque. El sonido, herido y desacompasado, de sus cuatro patas fue lo único que les quedó de aquel encuentro tan insólito.

–¿Qué diablos ha sido eso? –preguntó Max con los ojos aún desencajados por el terror.

–¿Todos habéis visto lo mismo o estoy teniendo alucinaciones con una leona? –preguntó Lucas mientras se frotaba los ojos como si estos no funcionaran bien.

–Era una leona, de eso no cabe duda –bromeó Robin en mitad de un escalofrío.

–¿Habéis visto la mancha oscura que tenía en el costado?

–Tendré que avisar a mi padre para que organice una partida de caza. A ver como le explico yo...

Empezó a hablar Robin mientras planeaba una manera para contarle a su padre lo que había pasado, pero aquello sólo sirvió para escandalizar a María.

–¿¡Cómo que para darle caza!?

Robin se sobresaltó por la ferocidad con la que interrumpió María.

–Hombre, no esperaras que deje campar a sus anchas a un animal tan peligroso. No tardará mucho en atacar a alguien, María.

–Eso no lo sabes. Nos ha podido matar a los cinco sin apenas esfuerzo y no lo ha hecho en ningún momento. Creo que simplemente era curiosidad por saber quiénes éramos.

–Vamos, María, es una depredadora, aunque no nos haya atacado hoy, ¿qué crees que hará cuando tenga hambre? –no dejó que contestara– Ya te lo digo yo, atacará a lo primero que se le ponga por delante. No podemos arriesgarnos.

María no se molestó en prestarle atención a lo que estaba diciendo, sino que se dió la vuelta y se dirigió a paso ligero hacia el lugar por el que se había marchado el animal. Observó con detenimiento el camino que se había formado a través de la hierba y de los arbustos tras el paso del cuerpo de la leona y no tardó mucho en dar con lo que estaba buscando.

Pequeñas gotas de sangre estaban regadas aquí y allí, justo por donde había huído. La preocupación la invadió, al igual que el impulso por ir detrás de ella y cuidarla hasta que se recuperara.

María arrancó una hoja manchada de sangre del arbusto más cercano y volvió junto a los chicos para enseñársela.

–¿Ves? Está herida, no es un peligro para nadie –dijo con la voz entrecortada por la preocupación.

Robin la observó en silencio durante unos segundos antes de suspirar abochornado. La miró como intentando descifrar algún puzzle que se le escapaba a su comprensión.

–A ver si me queda claro, María, porque te juro que no hay quien te entienda– Robin se acuclilló en la orilla del río para echarse agua en el rostro– ¿A ti lo que te preocupa es el animal? –dijo como si plantearse aquel pensamiento fuese incorrecto.

–Exacto. Deberíamos de ir detrás de ella a ver si conseguimos encontrarla antes de que se aleje demasiado. No debería de ser muy difícil seguir el rastro d...

–Ey, ey, para el carro. No vamos a perseguir a un animal herido, es lo más peligroso que podemos hacer –dijo León como si fuera la personificación del raciocinio–. No puedo entender por qué quieres ayudarla.

–Ayudaré a todo aquel que lo necesite mientras lo merezca. Aquel pobre animal no ha hecho nada malo y no me parece bien que se vaya a morir de una infección por el simple hecho de que tú le tengas miedo. Así que sí, quiero ayudarla –María sonrió a los chicos que ahora la miraban con admiración, totalmente deslumbrados por ella. Aquellas palabras les hicieron reflexionar sobre sus propios principios, de repente en duda sobre la manera en la que habían prejuzgado tanto a aquel como a otros muchos animales antes–. Además, quien sabe, a lo mejor es dócil.

–Lo dudo mucho –puntualizó Robin–. Pero está bien, no le diremos nada a mi padre. Aún así, no iremos a buscarla, eso puede ser nuestra sentencia de muerte si se siente acorralada –María fue a replicar, pero la interrumpió antes–. Pero, si nos la volvemos a encontrar, trataremos de ayudarla... pero solo si se deja.

María sonrió, satisfecha por haberse salido con la suya de nuevo. Aunque no los había convencido del todo, había conseguido lo suficiente para mantener a aquel animal con vida hasta que pudiera dar con ella.

–Ahora volvamos, debemos prepararnos para mañana. Tenemos otra caza más importante.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora