2. Encuentros problemáticos

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Tercera persona

La llama tintineaba asustada por la oscuridad que intentaba engullirla mientras el farol pendulaba en la mano del muchacho. El bosque estaba en silencio, al menos en la quietud habitual que permiten los animales nocturnos. Un búho ululaba en la parte más alta de un pino cercano mientras la ligera brisa de los primeros momentos del anochecer hacían temblar a la luz, creando sombras extrañas a su alrededor.

El chico avanzaba por el inexistente camino a través de las raíces de los sauces, sin vacilación alguna en su caminar, como si hubiese hecho aquel mismo sendero mil veces antes. Un pie dos centímetros más a la derecha que en el paso anterior, rodeando un árbol por la izquierda en vez de por la derecha para evitar un gran hoyo... Se movía como si de un gato se tratase, con agilidad y confianza.

Sus pensamientos se perdían al mismo ritmo que los últimos rayos de sol desaparecían en el horizonte. Su concentración estaba enfocada en la hora que era y en llegar a tiempo a su objetivo. Si la información que había escuchado a escondidas era verdad, no le debería de quedar mucho para que el carruaje llegase a su destino y su intención era interceptarlo antes.

Su sigilo y su sentido de busca problemas lo habían llevado a estar en el lugar correcto en el momento más oportuno. Estaba escondido en las cocinas intentando robar un trozo de pastel de manzana sin que se diera cuenta nadie cuando había visto al informante de su padre y a uno de sus guardias entrando con prisas por la puerta trasera.

–Necesito verlo ya, es urgente. Tiene que ver con los De la Vega. Según he escuchado, el carruaje ya debe de estar en camino, no tienen que faltar más de dos horas para que llegue –decía el hombre canoso mientras andaba con presteza.

El guardia ni siquiera le contestó, ni se percató de la pluma que asomaba por encima de la mesa de la cocina donde estaban las tartas enfriándose. Dándose por vencido con el trozo de pastel recién sacado del horno, tomó un trozo de pan y salió por la misma puerta por la que habían entrado segundos antes los dos hombres. Pasó por las caballerizas y recogiendo una capa abandonada en un poste y un farol que descansaba en una caja, se adentró en el bosque.

Se había acercado a la linde del bosque, por si conseguía escuchar el ruidoso carromato por el camino principal, pero no había tenido suerte. Siguió avanzando a ver si conseguía apreciar su presencia a lo lejos.

No fue hasta varios minutos después que escuchó el primer sonido humano. Una súplica lejana se oía semiperdida en el viento que cada vez azotaba con más fuerza. Aquella voz sonaba rota y desesperada, como si de un ruego verdadero se tratase. El muchacho comenzó a correr agarrando el foco con más fuerza para evitar que bailara violentamente en su mano. Unas voces masculinas se mezclaban con la anterior junto con otros sonidos irreconocibles.

Cada vez estaba más cerca del jaleo, cada vez haciéndose una idea más clara de lo que estaba pasando. Cuando vió por primera vez el carruaje entre las sombras de los árboles, pudo al fin presencial lo que pasaba.

Dos hombres tenían arrinconado a un pobre cochero mientras y lo estaban maniatando mientras un tercero peleaba por abrir la puerta del coche de caballos. Fuera quien fuese el que estaba detrás de aquella puerta, luchaba arduamente por mantenerla cerrada. No cedía ni un ápice contra la fuerza del asaltante.

Aquella persona necesitaba ayuda y urgentemente. Aunque el pensamiento de que un Aguilar ayudara a un De la Vega le daba asco, sabía que no podía ignorar el impulso de ayudar a alguien en apuros. 

Robin Aguilar era más que un nombre y una tradición. 

A la par de ese pensamiento, su cerebro empezó a idear un plan para irrumpir en aquel atraco.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora