34. Leyenda local

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Tercera persona

–¿Puedes contarnos qué fue lo que te pasó? –le preguntó Alexander a la chica postrada en la cama.

Después de curarle las heridas, las cuales estaban sorprendentemente mejor de lo esperado, volvieron a vendarla y tumbarla en la cama. Había recuperado cierto color tras haber probado bocado en el desayuno, parecía que la sopa caliente había surtido efecto.

Todos se habían relajado al verla tan mejorada, los síntomas estaban remitiendo y el dolor parecía haber desaparecido del semblante torcido que había mostrado los últimos días. Ahora se veía renovada, con un ligero color en las mejillas y sin los ojos hundidos.

La chica tardó en contestar, como si estuviera pensando concienzudamente sus próximas palabras.

–Era de noche. Dos hombres entraron en mi casa y me atacaron. Fue mientras dormía, así que me transformé y me defendí. Cuando me vieron cambiar, se asustaron y me dispararon. Salí corriendo como pude.

–Mierda –murmuró Alexander mientras se mordía el labio en un gesto nervioso.

–Maldita sea, tienen que ser los mismos tipos que atacaron a María, pero... ¿Quién cojones son? ¿Qué quieren del valle? Aquí apenas hay nada como para que se asienten y acechen estas tierras, mierda –empezó a divagar Robin mientras daba vueltas por el cuarto, pensativo.

–Lo único que les interesa a ese tipo de personas es el dinero, tiene que haber algo valioso aquí que quieran.

Robin sopesaba las palabras de Lucas mientras este le hablaba, sin embargo, no encontraba respuesta alguna.

–¿Crees que los podrías reconocer si los volvieras a ver?

La chica divagó unos segundos, intentando recordar los detalles de aquellos dos rostros sucios y maquiavélicos que la habían asaltado hacía apenas unas noches.

–Sí. Uno de ellos tiene una herida en la cabeza, conseguí darle un zarpazo mientras intentaba meter la cara bajo mi vestido.

El cuarto se quedó en silencio, de repente el ambiente era cortante como el filo de una hoja.

El labio de María tembló, mientras en su mente se enredaba la escena que acababa de describir Rebeca y su propio ataque. Por suerte para ella, no había llegado al punto de tocarla, Robin la había salvado antes.

Sin que se diera cuenta, el muchacho en el que estaba pensando la observaba, dándose cuenta del gesto ahogado y temeroso que tenía la pelirroja. Sabía exactamente en lo que estaba pensando y le hacía encolerizar.

Aquellas chicas no se merecían lo que habían vivido y mucho menos, lo que les podría haber llegado a pasar. Ninguna chica.

Alexander apretaba los puños, intentando controlar la ira que bullía en su interior tras escuchar el testimonio de la chica herida. Incluso Max se veía enfadado mientras le daba un apretón cariñoso en señal de apoyo. Fue este último el que rompió el silencio.

–Me da igual qué es lo que quieren de este lugar, lo único que me importa es detenerlos antes de que acaben haciendo daño a alguien. Ya han dejado claras sus intenciones después de lo que casi pasa con María y Rebeca.

–¿Y qué podemos hacer? No sabemos nada de ellos, ni cuántos son, ni dónde están, ni qué quieren... Estamos dando palos de ciego –puntualizó León.

–Por ahora sabemos que mínimo son tres hombres, al menos esos son los que vi rondando por casa De la Vega. Pueden ser los mismo que la atacaron a ella o no –dijo señalando la cama–, pero sean los que sean no podemos seguir dejándolos rondar a su antojo por los bosques.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora