6. Territorio enemigo

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Tercera persona

Los tallos se inclinaban, intentando mantenerse rígidos tras el paso de los muchachos. El viento los azotaba con suavidad mientras corrían en su contra. Brincaban esquivando viejas raíces, pisando con cuidado sobre las rocas y empujando las pequeñas ramas que querían golpearlos al pasar.

Robin sintió una punzada acechando en su estómago, ácida. Quizás aquella idea no era tan buena como había pensado en primer lugar. Quizás debería de dar marcha atrás y pensar en otro plan.

Los cuatro chicos zumbaban entre la maleza como si hubiesen nacido en ella. Se movían con soltura, conociendo perfectamente el terreno. Al menos no tenían que preocuparse por encontrar la mansión De la Vega, conocían su ubicación perfectamente.

Robin aceleró el trote mientras atisbaba el cielo por encima de las copas de los árboles. Recorrió unos cuantos metros más antes de encontrar lo que estaba buscando. Por encima de la arboleda, se veía la cumbre de un torreón de piedra. Aquello marcaba el lugar exacto donde se encontraba la morada de su enemigo.

El ritmo del grupo se relajó al instante. Los cuatro chicos respiraban ansiosos intentando recuperar el aliento después de la carrera. No tardaron mucho en volver a la normalidad mientras seguían avanzando lentamente hacia la torre. Cuando llegaron a los últimos árboles, se escondieron detrás de unos pinos silvestres que hacían de linde. Acallaron todos los sonidos, incluso sus respiraciones agitadas mientras observaban la mansión De la Vega.

La fachada estaba decorada con detalles dorados, desde las franjas que delimitaban el piso inferior y daban lugar a los balcones de la segunda planta, hasta las estatuas de dos elegantes leones que adornaban las columnas de la puerta principal. Sin embargo, lo que le concedía un aspecto mágico a aquel lugar era el gran torreón que sobresalía sobre el tejado. La alta torre se alzaba en mitad del cielo con aspecto regio, dándole un aire de majestuosidad. La cúpula, que coronaba la espiral, estaba envuelta en su totalidad por cristales, centelleando con vívidos reflejos en el bosque de su alrededor.

Las ventanas lucían marcos robustos de cedro, pintados en un color dorado que hacían contraste con el azúl ópalo de los muros exteriores. Un gran balcón resaltaba en mitad de la fachada, volviéndose el centro de atención, mientras que los otros más pequeños, esparcidos a su alrededor, parecían irrelevantes en comparación. La mera visión del edificio cortaba el aliento y cuanto más detenimiento te tomaras, más detalles exquisitos serías capaz de apreciar.

Una hermosa marquesina de madera decorada con enredaderas hacía de bienvenida para los visitantes y sus carruajes. Unos metros más atrás, se podía ver un viejo edificio de madera que parecía un establo a simple vista.

Había un hermoso jardín, cuidado con sumo detalle, en la parte trasera, donde una fuente destacaba gracias a un ángel de piedra que la coronaba. Dos bancos reposaban a sus costados, admirando la escultura mientras el agua la salpicaba sin miramientos.Todo estaba envuelto en colores vivos, llores y plantas de todo tipo recorrían el lugar. Tulipanes de diferentes pigmentos se desperdigaban entre los arbustos haciéndolos parecer enormes ramos festivos. Peonias y orquídeas coloreaban de rosa el ambiente mientras algunos pequeños lirios del valle le daban un aspecto mágico al lugar.

Y justo en el otro extremo del jardín, delante de ellos, se encontraba su objetivo: la puerta trasera a las cocinas.

Era el momento de pasar a la siguiente parte del plan.

–Vamos allá, chicos –sentenció Robin, dando paso a la acción.

Los chicos más altos, los gemelos, tomaron la delantera seguidos de cerca por Max. Robin avanzaba el último, vigilando sus espaldas. No había más de treinta metros entre los árboles que habían usado para esconderse y la mansión, pero era distancia suficiente para que ojos ajenos pudieran verlos.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora