Narra María
La oscura vista ante mí era impresionante. Allí parada, resguardada entre los árboles, podía tomarme mi tiempo para observar con detenimiento aquel impresionante edificio: la residencia Aguilar
Aquella imponente fortaleza se alzaba majestuosa e impenetrable, con sus altos muros defensivos de piedra arenisca, daba la impresión de estar lista para soportar cualquier asedio. En lo más alto, salpicando la recta línea de la muralla, se observaban pequeños torreones circulares, miradores desde los que sin lugar a duda se podría ver a kilómetros a la redonda. En las plantas inferiores se apreciaban cada ciertos metros unos pequeños ventanucos, de apenas unos palmos de anchura, que casi no dejaban entrever el interior. Sin embargo, en los últimos pisos, si se agudizaba la vista, podían verse ventanales enormes con vidrieras de colores, que centelleaban bajo la luz del sol.
La mitad de las historias que he leído a lo largo de mi vida han pasado en castillos así, parece una fortaleza medieval. Tiene que ser incluso más impresionante por dentro, ojalá pudiera echar un vistazo...
Sin embargo, aunque mi mente se dispersaba recordando las cientos de historias que había leído sobre lugares tan magníficos como aquel ante mis ojos, mi total atención estaba centrada en la pequeña escalera que colgaba a unos metros frente a nosotros. Allí, destartaladas contra el gran muro de piedra se alzaban dos cuerdas repletas de peldaños de madera, dando la bienvenida a todo aquel que quisiera subir varios pisos de alturas.
Mi prima se encontraba a mitad de camino, escalando lentamente y con pie firme, mientras en lo más alto, asomado a través de una ventana, se encontraba Lucas vigilando. Mientras mi primo y yo esperábamos nuestro turno para ascender, León se encontraba a nuestra espalda, vigilando de cerca el bosque por si percibía alguna presencia.
Cuando Anna le dio la mano a Lucas para que la ayudara a cruzar al interior, no perdí ni un segundo y corrí con rapidez hacia el muro. Sin dudar, alcancé el primer escalón y comencé mi propia escalada. Aunque subía con prisas, me concentré en apoyar bien los pies sobre las tablas, en un intento de que las cuerdas bailaran lo menos posible, sin embargo seguía notando el zarandeo del movimiento contra mi cuerpo.
Cuando llegué a la altura de Lucas, que esperaba por mi mano para brindarme su ayuda, alcé el rostro hacia el cielo, observando la cumbre del muro. Aunque habíamos subido bastantes metros, la pared de ladrillos seguía impasible durante algunos pisos más. Pude apreciar el leve atisbo de una hermosa vidriera, repleta de brillantes tonos azules y verdes que resaltaban contra el gris que invadía todo a su alrededor. Algo en aquella escena me atrajo la atención, aunque apenas podía escudriñar las formas, parecían animales y decoraciones marinas.
–¿María? –me preguntó León mientras me tendía la mano.
Mirándolo a la cara, comprendí que mi ensimismamiento había durado más de lo que había pensado. Tomé su mano y dejé que me alzase con facilidad a través del hueco de la ventana. Solté la mano del chico para tomar la de mi prima y ambas esperamos pacientemente hasta que, con gracilidad, Alexander asomó por la abertura y se unió a nosotras.
Nos encontrábamos en un largo pasillo, tan oscuro como el resto del edificio. Aquella ciudadela era tan sombría por dentro como por fuera. Cada pocos metros, a la derecha, se hallaban diferentes puertas de color cetrino y frente a estas, en el lado izquierdo, se abrían paso unos pequeños. Mientras que había fácilmente diez puertas a lo largo del pasillo, solo habían construido tres pequeños rellanos. Estos últimos estaban compuestos por dos asientos de piedra, tallados directamente en el muro, y de tres escalones que los alzaban por encima del nivel del pasillo. Sorprendentemente, aquellos pequeños huecos en el muro no eran tan oscuros como el resto de la casa, los grandes ventanales que los coronaban, repletos de cristales de diferentes colores y formas, iluminaban aquellos rincones como si de un arcoíris se tratase. Además, las representaciones que mostraban eran hermosas, todas sobre la naturaleza: un gran río en mitad de un bosque, un claro rodeado de maleza y un gran árbol repleto de pájaros.
Ensimismada como estaba, no me daba cuenta de que Lucas nos estaba guiando hacia el final del pasillo, hacia la única habitación que tenía dos puertas. Abrió sin miramiento alguno, dejando claro lo familiarizado que estaba con aquel lugar. Nos hizo un leve gesto para que accediéramos a la sala y lo hicimos, entramos los tres observando la habitación.
Todo en aquel dormitorio estaba cuidado al detalle, la enorme cama de madera de roble con su elegante dosel, los enormes armarios y estanterías repletas hasta el techo, el alargado y mullido sofá gris frente a la cama... Era un contraste inesperado respecto al aspecto lúgubre del resto de la fortaleza, al igual que las vidrieras del pasillo.
–¿Cómo está?¿Cómo ha pasado la noche? –preguntó Alexander mientras se acercaba a la cama para observar a Rebeca.
–Sorprendentemente ha dormido como una muerta, a veces le tenía que tomar el pulso para asegurarme que no lo estaba de verdad –le contestó Max–. Comió un poco anoche pero no le sentó muy bien, sin embargo, esta mañana hemos conseguido que beba un poco de sopa. Ahora iba a cambiarle los vendajes.
–Deja que te ayude –le insistió mientras se acercaba al chico más bajito y le cogía la botella de alcohol de entre los dedos.
Max se quedó paralizado, sorprendido, mientras sus ojos iban entre el muchacho que tenía frente a él y la puerta. León estaba apoyado en el marco, parecía que se había entretenido recogiendo la escalera y que acababa de llegar. El gemelo mayor observó con la ceja alzada la escena ante él, con una sonrisa pícara. Aunque los demás estaban entretenidos, para mi primo y para mí, no se nos pasó por alto aquella interacción entre ambos, en la que parecía que él, estando en medio, ni siquiera existía. Además otra pista era el rostro sonrojado de Max mientras cedía la botella.
Tanto mi primo como yo nos miramos interrogantes. Sonreí, bailando mi mirada entre los dos chicos que se observaban como si estuvieran solos en la habitación. Escuché una risa estrangulada escaparse de entre los labios de Alexander y apenas me pude contener queriendo acompañarlo.
Rebeca estaba observando con su habitual calma como le sacaban la camisa por la cabeza y le desenrollaban las vendas. Ayudé como pude para intentar evitarle la vergüenza que pudiese sentir por encontrarse desnuda de cintura para arriba, pero viendo lo impasible que tenía el rostro, no parecía importarle lo más mínimo. Además, aquellos chicos parecían todos bastante caballerosos, porque sus ojos miraban a todos partes excepto a aquella cama. Incluso yo giré el rostro, sin querer ver su cuerpo sin su permiso.
Fue entonces cuando me di cuenta.
Robin tenía los ojos clavados en la cama, pero no en el cuerpo semidesnudo de Rebeca, sino en mí. Observé su mirada afilada mientras se concentraba en mi rostro y me miraba con avidez. No comprendí el significado, parecía soberbio y a la vez podría jurar que notaba el fuego en sus ojos.
Observó al resto, todos repartidos en la habitación, concentrados en la chica que yo sostenía entre mis brazos. Con una sonrisa descarada y aquella mirada penetrante, gesticuló sin hablar, esperando que le leyera los labios.
–Eres la última persona que esperaba ver en mi cama... Me gusta.
La manera en que sus labios acariciaron la palabra cama al decirla me puso nerviosa. Me sorprendió hasta el punto de dejarme sin palabras, no supe reaccionar. Su manera de mirarme, sus palabras, su manera pícara de sonreírme... todo fue demasiado, así que lo único que hice fue sonrojarme hasta el punto de sentirme febril y girarme para poder huir de aquel... deseo.
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Enredadera negra y roja
FantasyUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...