5. Malas noticias

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Narra Robin

Estaba esperando a los chicos, escondido mientras tanto en mi pequeño rincón. Era sin duda, mi lugar favorito, incluso más que el bosque.  Un pequeño ventanal se alzaba en el muro norte, ocupando por completo la pared. Ante él se abría un pequeño espacio, similar a un pasillo, de menos de un metro. Este estaba rodeado por dos cortos asientos de piedra a los que les había puesto mantas y unos cuantos cojines para hacer menos incómoda la piedra que moldeaba el banco. La luz entraba teñida de colores vivos y brillantes, siguiendo el mismo patrón que las pequeñas esquirlas de la cristalera. Los colores se reflejaban sobre la piedra, contraponiéndose éstos contra el feo fondo que hacía de lienzo. La luz entraba a raudales por aquellos pequeños cristales de colores que componían la silueta de árbol. La habían incrustado dentro del marco de la antigua ventana de barrotes.

Todo en aquel espacio era reducido, incluido yo, por eso huía a aquel rincón, a buscar paz en mi mente. Era el rincón de no pensar, un lugar para descansar cuando la vida me desbordaba y no tenía fuerzas para combatirla. Y para pensar en mi hermana sin temor a que ojos extraños me vieran melancólico.

Al fin y al cabo, aquel rincón lo había mandado a hacer mi hermana.

Suspiré con desánimo.

Escuché el ajetreo antes de siquiera verlos. León caminaba en silencio, solo el sonido de sus pasos lo delataba. Mientras Lucas hablaba con Max sobre algo relacionado con el río y algún animal, un rumor sobre una bestia salvaje que había escuchado en el pueblo. Pero antes de poder terminar la conversación completa, escuché dos sonoros golpes en la puerta que daba a mis habitaciones. Asomé la cabeza por el pasillo.

–Chicos, aquí.

Los tres se giraron hacia mi, sin sorprenderse de que mi voz no viniera de detrás de la puerta. Los tres reanudaron sus pasos hasta alcanzarme. León se apoyó en el borde del pasillo, cruzando sus pies para apoyarse en una única pierna. Lucas se sentó en el escalón que coronaba la entrada a los asientos, pero no antes de que Max lo subiera y se sentara frente a Robin, ambas piernas cruzadas sobre los cojines.

–Hola, señorito –dijo Lucas para incordiarme. Sabe que odio que me llamen así–. ¿Qué era eso tan urgente como para sacarme de la cama?

No contesté, en parte por no saber como decir todo lo que había pasado la noche anterior y en parte por no saber si debería contarlo. Pero estos energúmenos son mis mejores amigos, mis fieles aliados. Sé que puedo confiar plenamente en ellos.

Los tres me miraban expectantes, mientras la preocupación iba tiñendo el rostro de Max.

–No sé ni por dónde empezar. Esta noche ha sido una completa locura.

–No sé qué es lo que habrá pasado, pero tienes un aspecto horrible, Robin... ¿Has conseguido dormir algo siquiera? –le dijo Max mientras su vista se concentraba en las oscuras sombras bajo mis ojos.

–No mucho, la verdad.

–Empieza por el principio –León cambió de postura, acomodándose para escuchar la historia que se avecinaba.

–Pues, siendo sincero, todo empezó mientras intentaba robar un trozo de tarta de manzana...

Les conté sobre la conversación que había escuchado a escondidas en las cocinas, sobre el camino que recorrí en el bosque para que supieran donde había pasado todo, les detallé todo sobre el carromato, los bandidos que lo habían asaltado y de qué pasó entretanto.

–¿Estás loco? ¿Qué diablos haces ayudando a un De la Vega? Si tu padre se entera, estás acabado. Definitivamente.

–Ya lo sé, Max. ¿Pero qué esperabas que hiciera? –dije exasperado– Da gracias de que no me fui, sino todo el valle habría estado en problemas.

–¿El valle entero en problemas porque le hubiesen robado unas cuantas monedas a un noble? Vamos, Robin, no seas exagerado. No sería la primera vez que pasa algo así.

–Si me dejaras terminar la historia, sabrías el porqué –me callé, esperando a ver si seguía interrumpiéndome. Cuando no lo hizo, continué–. Cuando noqueé al primer ladrón, intenté que saliera del carruaje. Estaba diciéndole que escapase antes de que los otros tipos se dieran cuenta, pero cuando conseguí que abriese la puerta... –un escalofrío me recorrió al recordar aquel primer encuentro– Resulta que el heredero de la familia De la Vega, es una chica.

–Mierda –fue lo único que dijeron.

León suspiró, mientras su hermano se mordía la lengua para evitar seguir soltando palabrotas y maldiciones. Max se había puesto pálido mientras intentaba controlar sus manos para mantenerlas quietas. Aunque había terminado con aquella fea manía hacía años, aún sentía de vez en cuando el impulso de volver a morderse las uñas.

Entendí perfectamente las reacciones de mis amigos. Aquellas eran muy malas noticias. Nuestras familias se odiaban desde hacía años y la rivalidad entre ambas era conocida por todo el valle, era imposible que no se supiera cuando era claramente visible.

Después de todo lo que pasó con mi hermana Morgana, lo difícil sería que no nos odiásemos a muerte. Había perdido a mi hermana y no dudaba, ni por un segundo, en que la culpa fuese de la familia De la Vega.

–Conseguí que escapase al bosque mientras yo entretenía a los otros dos, pero no sé más a partir de ahí.

Todos nos quedamos en silencio. Nuestras cuatro cabezas asimilando lo que había pasado y pensando sobre las repercusiones que tendrían aquellas noticias.

–Si la chica es la única sucesora... ¿Qué creéis que harán? –preguntó Max.

–Teniendo en cuenta la edad que tiene, no creo que tarde mucho en casarse. Seguramente su tío empiece a buscarle un noble que le interese para que sea su marido.

–A lo mejor está ya casada –puntualizó.

–No creo, no le vi ningún anillo y si estuviera casada se habría quedado con él en vez de dejar la capital para venir al campo.

–Tienes razón.

El silencio pesaba con incertidumbre a nuestro alrededor. Intenté alejar aquel pensamiento de mi mente, no era algo que tuviera que ver conmigo.

–Un momento, si dices que te vio directamente.. ¿Crees que se lo dirá a alguien? –dijo Lucas mientras sopesa sus propias palabras– Como alguien se entere de que has estado involucrado en el asalto, aunque solo hayas ayudado, van a estallar los dos, el conde y tu padre.

–Lo sé. La chica me preguntó mi nombre pero no se lo dije. No creo que sepa quién soy. Pero si da una descripción de mi, alguien podría reconocerme. Por eso os he mandado llamar.

Los tres chicos a mi alrededor se quedaron callados, esperando mis palabras. No me pusieron en duda en ningún momento, nunca dudaron de mí. Sin embargo, lo más importante de todo aquello era que sin importar lo que les pidiese, siempre estarían dispuestos a ayudarme.

–Tenemos que ir a la mansión De la Vega. Necesitamos husmear qué es lo que ha pasado allí desde anoche y que es lo que la chica ha contado.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora