17. Tenías razón

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Tercera persona

Sabía desde el momento en el que se había despertado, que aquel iba a ser un mal día. Después de una noche de pesadillas, en la que se había despertado casi a cada hora, sudando y luchando por salir de aquellos espantosos delirios, la mañana no había mejorado ni un poco. Había empezado a salir el sol cuando al fin había conseguido conciliar el sueño sin terrores nocturnos, cuando alguien llamó a la puerta y lo despertó. El mero pensamiento de salir de la cama con lo cansado que se sentía lo desanimó.

A duras penas se quitó las sábanas de encima y arrastró los pies hasta la entrada, tanteando la puerta en busca de la cerradura con los ojos aún cerrados. Ni siquiera preguntó quién era, ni tampoco le importaba, solo quería que se fuera rápido para volver a la cama e intentar dormir un poco más.

Los primeros rayos del sol le calentaron las mejillas cuando la luz entró a raudales al abrir la puerta. Se sintió deslumbrado incluso con sus ojos cerrados por la somnolencia.

–Bueno, bueno... Si así es como amaneces normalmente, me encantaría ser el que te despertase todos los días.

Aquella voz profunda tan conocida lo despertó al instante, trayéndolo de bruces a la realidad. Sus ojos vagaron por costumbre sobre su rostro, buscando la cicatriz. No es que dudara sobre si era León o Lucas, reconocería sus voces incluso entre los abucheos de una muchedumbre, lo hizo por costumbre ya que desde el primer día que lo conoció sus ojos buscaban por sí solos aquella marca roja.

León lo miraba con una sonrisa de medio lado, mientras lo observaba de arriba a abajo lentamente. De repente, sintió como se le secaba la garganta y con dificultad tragó intentando librarse del nudo que le había provocado aquel escrutinio. Los nervios le hicieron cosquillas en el estómago y bruscamente lo hicieron hiperconsciente de la situación.

Se miró para comprobar que estaba presentable y comenzó a arreglarse el destartalado pijama que usaba. Se acomodó la camisa en su lugar, se abotonó el primer botón y apretó con fuerza el cordón para mantener firme sus pantalones. Sin saber qué más hacer, se intentó limpiar la cara con las manos, para eliminar cualquier posible presencia de babas. No solía babear, ni siquiera roncaba, pero nunca estaba de más despejarse un poco frotándose las legañas.

Era extraño que Max se preocupara tanto por su aspecto, nunca había prestado especial atención a cómo se veía. El pensamiento de por qué ahora lo hacía le confundió.

–¿Qué haces aquí tan temprano, León? –le interrogó Max, intentando controlar su nerviosismo.

La sonrisa de León flaqueó por unos segundos, aún seguía sonriendo pero también se le veía serio. Era extraño cómo era capaz de parecer feliz y taciturno a la vez.

–Solo quería verte y hablar un rato. Como hacía tanto que no veía al Padre Alejandro pensé en aprovechar y pasar a saludar –se asomó por encima del hombro del muchacho, buscando al pastor dentro de la casa–. Además, hacía mucho que no podíamos hablar solo los dos, ya sabes... desde que te besé.

Sorprendido, los ojos de Max se abrieron como platos y luego comenzó a toser de manera repentina. Se tapó la boca con la mano e intentó tomar aire mientras este se burlaba de él escapándose una y otra vez en forma de tos. León se carcajeó ante aquella reacción y disfrutó del efecto que estaba consiguiendo en Max.

–Ey, ¿estás bien?

–Si, si –contestó el más pequeño, intentando respirar con normalidad de nuevo–. Me he atragantado con mi propia saliva.

La carcajada de León fue aún más fuerte. Era extraño como la felicidad se le contagiaba a Max, sorprendido y algo satisfecho por provocar en León algo tan raro como una carcajada a pleno pulmón. Verlo sonreír ya era difícil, pero provocar una carcajada tan sincera... Max podía contar con los dedos de una mano las veces que había escuchado aquel sonido tan peculiar.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora