31. Escondite

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Tercera persona

Las siluetas de varios cuerpos se movían con fluidez entre los árboles, seguidos únicamente por el sonido de sus agitadas respiraciones. El bosque les hacía compañía, por casualidad guiándolos con su brisa hacia su destino mientras las ramas que se interponían en su camino pasaban rozando sus figuras en una suave caricia. Las telas rozaban todo a su paso, sin ningún tipo de miramiento por el barro, la arena o el verdín que se incrustaban en los bajos de los pantalones y en los puños de las camisas, incluso los chalecos comenzaban a tiznarse del ambiente. No se escuchaban apenas animales, ni siquiera el canto de los pájaros que estaban demasiado ocupados corriendo a esconderse antes de que cayera por completo la noche.

A María ya se le hacían conocidos aquellos parajes, siendo evidente que el largo camino de vuelta que habían recorrido estaba llegando a su fin. Observó a sus compañeros, todos se veían extenuados, preocupados e incluso a veces, cuando miraban a sus espaldas, asustados. Lo cerca que habían estado del peligro esta vez los había hecho más conscientes de la gravedad del asunto. Aquella banda de ladrones no se dedicaban solo a asaltar los caminos, sus acciones parecían mucho peores que simplemente robar.

Cuando por fin entraron en sus tierras, se notó cierta relajación en el grupo, como si supieran que allí estaban a salvo. Robin cambió de rumbo, desviándose hacia la izquierda mientras observaba las copas de los árboles de su alrededor para asegurarse del punto en el que se encontraban. Iba el primero, marcando el paso y la dirección del grupo y ninguno de ellos lo puso en entredicho, simplemente lo siguieron como si fuera su brújula.

Quizás era por el cansancio acumulado que llevaban, o quizás por la tensión que habían soportado los últimos días, pero todos ellos pensaron que aquel camino que habitualmente era placentero y tranquilo, hoy estaba siendo sofocante y eterno. Por suerte para todos ellos, al fin alcanzaron el claro de piedras al que se habían dirigido. Aquella vista, con la estructura tan característica de las rocas, como si formara un enorme trono en mitad del bosque, les sirvió de lugar de reposo. Todos se sentaron en las diferentes piedras, algunos se tumbaron contra la dura superficie y otros se apoyaron contra ellas como si fueran los mejores almohadones de seda.

Alexander colocó con cuidado el cuerpo inconsciente que llevaba en los brazos sobre la roca más baja. Cuando consiguió soltar el peso que habían estado cargando sus brazos, sintió estos acalabrandos y rígidos, dejando bien claro el esfuerzo físico titánico que habían hecho durante demasiado tiempo.

Con cuidado de no hacer movimientos muy bruscos para evitar despertar a la muchacha, le levantó la prenda de ropa y comprobó el estado en el que se encontraba la herida. Aunque había pequeñas líneas de sangre saliendo de los puntos, eran mucho menos preocupantes de lo que se esperaba. Además,las pequeñas hebras de hilo seguían en su lugar por lo que parecía que ellas también habían soportado su propia lucha titánica y la habían vencido.

Tras unos minutos de silencio, en los que el grupo no se decidía si estaban descansando y recuperando el aliento o si estaban asimilando todo lo que había pasado y recuperando la normalidad de sus nervios, Lucas habló.

–Pff... Eso estuvo cerca.

–Demasiado cerca –remarcó su gemelo mayor.

Aunque no lo dijeron en voz alta, todos pensaban lo mismo. Aquello había rozado de cerca el peligro.

–¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó Anna mientras miraba a la chica herida– No podemos dejarla aquí, en mitad del bosque.

Tanto Alexander, como Robin y María ya se habían planteado la misma pregunta, pero seguían sin encontrar una respuesta que les convenciera. Cualquier sitio que pensaran tenía algún tipo de traba.

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora