7. Dando caza al pajarito

132 22 0
                                    

Tercera persona

Cuatro pares de pies se impulsaron con todas sus fuerzas ante las palabras de Robin.

La distancia era corta. Los árboles entre los que había desaparecido la melena pelirroja estaban muy cerca de donde se encontraban ellos y sus piernas corrían haciendo uso de toda su longitud para alcanzar el objetivo que se habían impuesto.

Las ramas azotaban los cuerpos en movimiento, aunque estos intentaran esquivarlas en un vano intento de protegerse. La brisa de la mañana era fuerte entre la maleza, cortando incluso la respiración de los rastreadores. Ese es el único sonido que se escuchaba en todo el bosque: los alientos entrecortados de cuatro jóvenes que están persiguiendo a su presa.

Eso es lo que eran: una partida de caza.

Y estaban dando caza a un pajarito.

Tras aquella explosión de intensidad física, los segundos pasaban como minutos y el ambiente se hacía cada vez más pesado.

¿Dónde diablos se ha metido la chica? A esta velocidad ya deberíamos haberla alcanzado hace un buen rato.

Robin dudó de la dirección hacia la que se dirigían. Quizás había cambiado de rumbo o la habían sobrepasado sin darse cuenta. Aún así no pararon de correr, buscando cualquier indicio que les guiara en su búsqueda.

Entonces captó la sombra de una pisada. La perfecta silueta de un pie humano.

Se lo señaló a sus compañeros, sin querer hablar para no hacer ruido. Todos observaron la forma dibujada en la tierra antes de seguir avanzando en aquella misma dirección.

No pasó ni un segundo antes de que una mancha azul y un destello pelirrojo oteara a unos metros por delante de ellos.

¡Ahí está! ¡Al fin!

La chica corría a un ritmo impresionante. Podía igualarlo perfectamente con el suyo y él era el más rápido de todo el grupo. Aún así, el subidón de adrenalina que sintió en la sangre al enfocar a su presa, hizo que aumentase aún más su marcha. No le hizo falta más que unos pocos segundos para alcanzarla.

El ruido, cada vez más cercano, de los cuatro perseguidores alertó a la pelirroja, pero fue demasiado tarde. Cuando giró para ver qué era aquella presencia a su espalda bastó para que Robin la aferrara por el brazo.

La cara de la chica se tornó en pánico al instante. Su primera reacción fue luchar contra el agarre, pero el chico no se lo permitió, la asió con más fuerza. Los otros muchachos los alcanzaron y combatieron contra sus propios pulmones, intentando recuperar el aliento perdido en la cacería.

Robin notó en su agarre cómo temblaba el cuerpo de la chica al verse rodeada por cuatro completos desconocidos. Bueno, tres.

–¿¡Tú!? Tú eres el del coche de caballos –lo acusó.

Robin torció el gesto al darse cuenta de que era perfectamente capaz de reconocerlo. Por mínimas que habían sido sus esperanzas, aún albergaba alguna de que no fuese capaz de recordar su rostro.

–¿Qué quieres? ¿Por qué me habéis seguido? ¿Quiénes sois? –preguntó con ansiedad al ver que ninguno decía ni una palabra.

–Esas son muchas preguntas, preguntas de las que no necesitas saber la respuesta –le respondió tajante.

–Me perseguís en pleno bosque, como una manada de lobos cazando a una liebre... ¿Y tienes la maldita osadía de decirme que no tengo derecho a preguntar? –el rostro de la pelirroja pasó de temor a ira.

–Pajarito –fue lo único que le contestó.

La respuesta la dejó descolocada.

–¿Qué?

Enredadera negra y rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora