Tercera persona.
Robin bostezó mientras se estiraba perezosamente, el cansancio no lo había abandonado incluso después de dormir. Apenas había pegado ojo y empujó la pierna de Lucas intentando hacerse un poco más de hueco. Habían compartido el pequeño sofá de su habitación principal, cada uno usando un reposabrazos como almohada y aunque este era cómodo, se volvía rígido tras varias horas en él. Su cuello se sentía entumecido así que se incorporó, rindiéndose en su intento de continuar durmiendo un poco más.
Lucas ni se inmutó cuando desenredó sus pies de entre los suyos y se levantó de la improvisada cama. Tras una breve pausa en el baño para hacer desaparecer los rastros del sueño, Robin salió con calma para observar su habitación.
Rebeca dormía plácidamente en el centro de la gran cama con dosel, junto a ella, sentado en una gran silla tapizada en verde, se encontraba Max. Se había dormido con la cabeza apoyada sobre el colchón mientras Lucas estaba en el suelo junto a él, con la espalda contra la cama y los brazos cruzados en el pecho, en un vano intentando de mantener el calor en su cuerpo. Por último, Lucas seguía roncando estrepitosamente sobre el sofá frente a la cama, ni un terremoto habría sido capaz de despertarlo.
Sin embargo, no les prestó atención a sus amigos, se centró en la chica que dormía en su cama. Aunque seguía algo pálida, tenía mucho mejor color que los dos últimos días, por lo que parecía que aunque fuese lentamente, se estaba recuperando.
Robin se enfundó sus viejas botas y mientras las observaba se dió cuenta de la gran cantidad de barro seco que se había acumulado en ellas. Recordó los eventos de anoche, desde que se separaron de María en el bosque hasta que consiguieron llegar a su habitación
Al principio todo había ido bien, el camino por el bosque hasta la fortaleza había sido relajado, sintiéndose al fin a salvo de toda aquella locura de las ciénagas, sin embargo, cuando llegaron a su casa, todo se torció.
Después de una breve disputa con sus amigos, llegaron a una conclusión tajante: era imposible subir a Rebeca por las improvisadas escaleras que usaban ellos para salir y entrar a su antojo. Tendrían que avanzar por dentro de la residencia Aguilar, a escondidas, para poder llegar con la chica hasta sus aposentos.
Decidieron investigar un poco antes de meterse en la boca del lobo. León, Max y Robin entraron por la puerta principal como si fuese una noche como cualquier otra, saludando a las pocas sirvientas que con prisas terminaban sus últimas labores del día. Se dirigieron directamente a las cocinas y cuando entraron por las ajadas puertas dobles por las que se escapaba el dulce olor de los fogones, comprendieron que era aún más tarde de lo que habían supuesto, por lo que se dirigieron directamente al gran comedor.
–¿Estás seguro de esto, Robin? –le preguntó León al llegar ante las enormes puertas de metal galvanizado.
Se cuestionó a sí mismo durante unos segundos, antes de responder.
–Es el precio que tenemos que pagar para poder tener la noche tranquila, tengo que lidiar con él quiera o no –aún no lo había visto y ya le estaba dando dolor de cabeza.
Se mantuvo quieto durante unos segundos, con las manos apoyadas contra el frío metal mientras se mentalizaba para afrontar aquella cena. Apretando con fuerza la mandíbula, empujó con fuerza y entró en la gran sala.
Una enorme mesa de acero, del mismo material del que parecía estar hecho todo en aquella casa, coronaba el centro de la habitación. Podría perfectamente abarcar a 30 personas cómodamente y aunque era algo burda y bruta, la gran composición de platos, tentempiés, bebidas y postres que había dispersa sobre ella la hacían impresionante.
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Enredadera negra y roja
FantasíaUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...