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El café en el que Yangyang lo había citado era uno en el que Seungmin había estado ya varias veces. Estaba bastante cerca de la casa, un poco más al centro de la ciudad, y era ese tipo de café al que la gente que trabajaba cerca iba durante sus descansos a comprar algo para reponer las energías. Usualmente muy pocos clientes se quedaban a consumir allí, a pesar de que había mesas habilitadas para ello.

Ese era el ambiente que solía haber, movido, y con el olor de los granos de café recién tostados inundándolo todo. Pero desde que Seungmin estaba a una cuadra de distancia pudo notar las sospechosas camionetas negras que estaban aparcadas en la entrada y el ambiente más bien silencioso que había en toda la manzana. Las personas pasaban frente al café y sus miradas se tornaban intranquilas mientras simplemente seguían de largo.

Y él estaba a punto de entrar a un lugar así.

Abrió las puertas, aún un poco dudoso. El tintinear de la campana de la puerta se oyó por encima de él y la calefacción se sintió enseguida como una caricia juguetona en su cuerpo. Sin embargo, él sentía frialdad.

El café estaba más bien vacío. Tuvo que dar una amplia mirada a su alrededor hasta notar la figura encorvada de alguien que tomaba de una taza humeante mientras leía el periódico. Se trataba de un hombre joven, de cabellos oscuros que estaba sentado en una de las mesas que estaban al fondo. Su mirada no lucía amigable, tenía el ceño fruncido mientras leía y su taza de café humeaba en su mano. Seungmin no supo si debería dirigirse a él o no. No pudo evitar preguntarse, una vez más, en qué clase de negocio raro andaría Yangyang metido. Y lo peor: ¿En qué clase de negocio raro lo quería meter a él?

—Ehm...— tanteó, alzando un poco su voz para hacerse escuchar. El hombre puso su taza sobre la mesa y dobló cuidadosamente el periódico. Seungmin no sabría decir si lo había escuchado o no.— Esto... estoy buscando...

—Yangyang está ahí detrás.— su mirada de repente se encontró con la de Seungmin y algo lo hizo erizarse. Tenía una mirada ardiente pero inexpresiva, además de una voz profunda y cadenciosa, la cual, lejos de suavizar su imagen, lo hacía lucir aún más amenazador.

—¿A-ahí donde?— Seungmin trató de mostrar un poco de aplomo, pero estaba nervioso, ¡Que diantres!

El hombre se levantó y Seungmin pudo constatar que también era más alto que él.

—Ven.— Aún esa voz algo monótona. Seungmin lo siguió hasta la parte interior del café, donde estaban las oficinas.

Se detuvieron frente a la administración y Seungmin pudo sentir un conjunto de voces enardecidas del otro lado de la puerta. Su guía, quien permanecía con su rostro inexpresivo, hizo una imperceptible mueca de hastío y dejó salir un suspiro antes de tocar dos veces y abrir sin esperar a que le contestaran.

—Ya llegó el humano.— dijo mientras empujaba suavemente a Seungmin dentro de la habitación.

Yangyang se puso de pie, estaba sentado en una de los brazos del sofá que había en la habitación. Allí había otras cinco personas, pero quien más llamó la atención de Seungmin fue un hombre imponente que permanecía sentado en el escritorio, vestía un traje caro, obviamente hecho a la medida, además de tener un peinado impecable y una apariencia de modelo de alta costura. Si no fuera por la mirada escrutiñadora que cruzó con él, incluso le parecería hasta guapo. Al parecer ese era el jefe de Yangyang. No se lo había imaginado así, por su mente, había pasado la imagen de un cuarentón regordete con una fea cicatriz en la cara que probablemente usaba a Yangyang para servicios más allá de los convencionales.

—Gracias Jaemin.— dijo Yangyang, obviamente dirigiéndose al chico que estaba leyendo afuera.— Puedes volver.

No fue necesario insistirle, él solo se retiró de vuelta a la parte delantera del café. Era casi como si le molestara estar allí con esas personas.

*.✧ No se admiten mascotas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora