Capitulo 26

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La Habana, Cuba.

Miranda

La abuela desde el interior de la casa gritaba "¡Es muy tarde para salir a la calle, Miranda! mientras sentada en la terraza de la casa peleaba papas para cenar, pero yo quería salir a la calle, visitar en Malecón, quedarme ahí en ese muro de concreto y observar el mar de noche, o lo poco que se podía ver, siquiera la espuma juntarse con la arena bajo el cielo azul de la noche para mí sería suficiente. Tomábamos una guagua «asi llaman al transporte público acá» y llegábamos directamente a la avenida, dónde se encontraba ubicado. Papá me acompañaba a la hora que fuese, vigilante para cuidarme de cualquier peligro y no lo hacía por complacer un capricho, si no porque sabía que ese sonido en particular el de las olas del mar, desde niña fue todo lo que calmó mis miedos, mis disturbios, y ahora calmaba mis miedos, mi ansiedad.

De regreso volvíamos caminando, las calles quedaban casi solas a las ochos de la noche, las personas cansadas de luchar se resguardaban en su casa para descansar y prepararse para un nuevo día, en esta isla tan abstracta, de no ser por los turistas, serían calles desciertas. Por ahí podías ver a un grupo de hombres mayores cantando una guaracha acapella, sentados en una plaza con una botella de ron compartida entre más de siete personas, pensando cuánto tuvo que sacar cada uno de su dinero para costear una botella así y con eso tener un poco de diversión.

Ante mi necesidad, buscamos una casa cerca del mar, a la que pudiera acceder a la hora que quisiera. Después de pasar días con papá buscándola, pudimos encontrarla en uno de los barrios llamados la Habana del Este, que detrás tenía una extensa playa, a la que iba cada noche, unas veces sola, otras noches con mi abuela. La que adoraba caminar por sus calles, sus ojitos brillantes al ver el cielo, las playas y contarme su historias me llenaban el corazón de nostalgia por ella, sabía que su corazón pertenecía aquí, a este lugar.

Ella se quedaba en la orilla, sentada en su silla playera abrigada hasta las piernas, fumandose uno o dos tabacos, mientras yo, nadaba de noche, en la oscuridad, sumergiendome por ratos, esperando que la desesperación que traía arrastrada se mininizara con la desesperación que se sentía estar bajo del agua, helada, de noche en plena oscuridad. Lo hacía cada noche, esperando que el sol se escondiera por el horizonte.
Terminé por acostumbrarme al frío rápido, nada más helado que Londres, aquí era muy cálido, incluso de noche todavía podías sentir el vapor salir del suelo y las paredes calientes. Salía de la playa sentandome en la arena junto a mi abuela, que si le quedaba algún tabaco me lo daba.

-Me puede dar una pulmonía -bromeé inhalando varias veces el tabaco esperando que se encendiera.

-No te vas a enfermar, te estás curando. -me dijo echada de patas abiertas. -Deja que el tiempo pase.

-Eso espero.

Con mi ropa húmeda pasábamos a casa, me terminaba cambiando para cenar, papá y unos tíos que vivían en la zona por los cuales conseguimos la casa, nos esperaban en casa. Unas veces era pescado frito, otras langostas, acompañados de unas cervezas, sentados a las afueras de la casa en una mesita de plásticos, unos junto a los otros, sin tantas distancias. En otras oportunidades los llevaba a comer a lugares que ellos jamás se imaginaron ir, lo que denotaba mucho la diferencia social que existía aquí y que en todas partes del mundo las hay, pero aquí era de extremo a extremo, no existía termino medio.

Miami no fue suficiente para olvidar, seguía en el mismo lugar a pesar de haber partido, no hallaba un lugar del apartamento donde viví que tuviera acomodo para mí, una playa que pudiera distraerme, un pub que me hiciera feliz. No hallé nada y seguí buscando, escarbando, pensando. ¿A dónde demonios debía ir? Y todo me llevó hasta aquí. Para llegar tuvimos que esperar la respuesta del gobierno cubano y que nos otorgara un permiso de entrada al país. Esperé encerrada en mi habitación la respuesta, pasé así casi un mes, no recuerdo con exactitud los días, pero después de salir en esta ciudad no hubo un día más de encierro para mí.

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