Adele
—Si fuera jugador de básquet te dedicaría todas mis cestas. Haría ochenta, noventa, muchas, muchas para que las vieras.
—Pero no lo eres...
Crucé mis piernas apoyandome en la mesa que trajo hasta una de sus canchas en sus campos para que cenaremos. Una reunión de trabajo lo hizo quedarse hasta tarde y yo con él acompañándolo. Por la hora era imposible encontrar un restaurant abierto pero armamos nuestra propia cita con vinotinto y una pizza siendo esta la última orden que sacó la pizzería más cercanas a nuestra ubicación.
—No... no soy un jugador de básquet...
Rebotaba el balón buscando encestar, hasta no hacerlo no se sentaría. Vestía un smoking blanco que ya pasaba a beige de tanto caer y arrastrarse por la cancha pero a él no le importa y a mi menos. Tomando impulso por octava vez lanzó el balón que rebotó contra la orilla del arco y giró en él para luego pasar por la malla.
—Soy tu esposo y eso es aún mejor.
—Explicame cómo hago para no amarte.
Rodó la silla colocandola junto a la mía y abrí mi brazo recibiendolo en mi hombro, dejé un enorme beso en sus labios que sabía al vino del trago que bebí haciéndolo más delicioso.
—No te voy a explicar eso, nunca.
—Tampoco hace falta, no quiero dejar de hacerlo.
—¿Brindamos?
—Si.
Sonreí con entusiasmo tomando mi copa de vino, con cuidado chocamos nuestros envases de cristales y un beso selló nuestro brindis.
—Por otra noche contigo, bajo tus brazos, probando tus besos y siendo tu amor.
—Mi único amor.
Éramos los únicos en este espacio vacío, nadie nos observaba, nos viroteaba, nos interrumpía. Eramos nosotros en nuestro propio mundo creado, repleto de amor y felicidad convencidos de que no tendría fin.
***
Hoy no puedo creer que dejar de amarte se convierta en mi pasaje a la felicidad absoluta.
Visualizando la calle y mi auto deseé tomarlo para manejar hasta allá sin importar cuántos días tarde en llegar, mis ansias por correr a su lado me mordieron el cuerpo entero. El solo parpadear me daba la imagen de aquellos días de él acostado en esa cama, fuera de este mundo y mi respiración desaparecía.
Entonces me imaginé correr para estar con él a pesar de todo y me veía a mí quedándome en este lugar, en esta acera arrebatandome mi propio chance de continuar. Él no merece esto después de todo lo bueno que le ha dado a otros, pero yo tampoco merezco seguir así y es mucho lo que pongo en riesgo si de nuevo lo elijo a él.
Apagué el celular con las llamadas de April en pantalla. Respiré hondo tragándome las lágrimas y regresé a casa de Miranda poniendo mis pies sobre la alfombra, leyendo su frase.
—Estupida alfombra casi me haces huir.
—¿Que te hizo mi alfombra?
Miranda me observaba desde el sofá principal le sonreí sacudiendo los pies antes de pasar. Ella hacia lo mismo sacudiendo con un paño blanco el sofá, acomodando unos cojines y teniendo una manta blanca sobre el.
—Nada.
Caminé a ella levantando los cojines para sentarme. El calorcito de la chimenea encendida me calmó un poco y pude explicarle.