—Esto no es bueno, Sam. Esto va a acabar con Oshlen.
—¡Dime qué hizo! —alzo la voz con desespero importándome tres hectáreas de mierda que todos nos observen sin disimularlo ni un poco.
Nath está tenso de pies a cabeza y me pasa el celular. No quería ver el dichoso video pero al parecer no me queda más remedio si quiero saber lo que está sucediendo, porque Nath se encuentra demasiado enojado, a tal punto que tira de las raíces de su cabello con rabia.
Tomo el móvil e inmediatamente le doy a reproducir el video. Y para mi desagradable sorpresa, me encuentro a un Oshlen... drogándose, o al menos es lo que da a entender al verse tan atontado y soltando risas tontas. El que juegue con unas bolsitas blancas en la mano y tenga los ojos totalmente rojos no ayuda en lo absoluto a que piense en otra cosa que no sea que está esnifando cocaína o algo parecido.
Claramente cualquiera que vea esto pensará que Oshlen es un drogadicto o que va por ese camino, y esto va a acabar con su oportunidad en el equipo de fútbol cuando apenas ha ingresado en él.
Es un mierda. Un problema de los grandes y que debe tenerlo arrancándose los pelos, que es por el mismo camino que va Nathaniel con su palpable frustración.
Xelianna ha jodido a Oshlen de la manera más vil y sucia posible.
—Esto es una farsa. Oshlen no se droga —es lo primero que consigo susurrar después de un buen rato de que el video haya terminado.
Ni siquiera quiero volver a reproducirlo, ese no es mi Oshlen. Mi Oshlen jamás haría algo tan estúpido como eso, menos aún sabiendo las consecuencias que puede traerle.
Nath detiene su caminar —antes andaba de un lado a otro con rapidez y desespero— y bufa negando con su cabeza ante mi conclusión. No sé si estoy más sorprendida por el video o por su extraña reacción.
—Claro que no lo hace —contesta él mirando mal a todos los que se detienen disimuladamente para vernos—. Lo conoces mejor que nadie, Sam. Ese video se supone que nadie lo vería porque fue borrado definitivamente y fue hecho de manera confidencial y secreta.
Frunzo el ceño totalmente extrañada.
—¿Cómo sabes tú eso? — le pregunto haciendo que una vez más se detenga frente a mí. Él tensa la mandíbula mirando fijamente el suelo y justo en ese momento sale Anna de la biblioteca.
Todos los que caminaban despacio por el pasillo se detienen, claramente pendientes al chisme, y a Nath se le olvida espantarlos con la mirada cuando tiene un objetivo en frente mucho más merecedor de miradas asesinas.
Yo, en cambio, estoy que ardo de la rabia que tengo.
Anna luce pasiva y satisfecha, pero evidentemente su personaje reluce más y se muestra con una actitud preocupada cuando se acerca a mí.
Yo no me alejo, de hecho, la veo fijamente, debatiéndome entre los pro y los contra de lo que me provoca con soberana fuerza hacer cuando ella se detiene frente a mí. Nath tira de mi mano para alejarme, en cambio yo no me muevo, permanezco tranquila —que es todo lo contrario a lo que realmente estoy— esperando sus falsas y asquerosas palabras.
—Te lo dije, querida. Estar cerca de Nathaniel significa estar cerca de los problemas.
Esa voz de víctima al principio me intrigó, luego me sorprendió y por último me cansó. Ahora, en este momento, es como si le echara leña al fuego que arde en mi interior. Definitivamente no le conviene avivar la hoguera de furia que crece en mí.
Sonrío lentamente y sin una pizca de gracia y doy un paso adelante. Estamos muy cerca y sé que aunque lo disimula realmente bien —como toda reacción o actitud que no le convenga mostrar a su público— está precavida hacia mí y lo que sea que haga contra ella.
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El Secreto de Nath
Teen FictionSamay Anderson, una chica de 15 años tiene un crush, el típico chico de apariencia atractiva y atrayente, pero al contrario de lo que muchos piensan una excelente persona. Nathaniel (Nath) Hilton, capitán del equipo de fútbol de su instituto y el c...