Capítulo 37:

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—Juan. Te lo digo una vez más. Tus manos son mágicas en la cocina.

Sonrío cuando mi padre hace como si no le importara el cumplido de Delia, cuando sé que no es así en lo absoluto.

Me centro la mayor parte del tiempo en observar la interacción entre los dos, y no puedo evitar comparar. Cuando mamá vivía con nosotros, papá era una persona completamente distinta.

Los ojos no le brillaban como lo están haciendo ahora. Apenas sonreía y, casi siempre buscaba paciencia para no rebatirle, ya que mi madre siempre ha sido de carácter fuerte y dominante. No tanto como ahora, pero sí que lo era.

Y sí, sé que suena difícil de creer teniendo en cuenta la personalidad de mi papá pero así es. Mamá era la que mandaba en casa, ella era la principal autoridad y lo que se decía, se hacía, así sin más. La diferencia de ella y esta nueva mujer es que, con todo y que fuera ella quien mandara, lo hacía con dulzura y tacto. No como una tirana controladora.

Tal vez por eso nos irritó a ambos que diera órdenes cuando vino, pues luego de tanto tiempo, nos habíamos acostumbrado a discutir las cosas entre papá y yo, y pedir la opinión del otro en todo momento. Que quisiera eliminar eso tras tanto tiempo pues... no, no podía.

—¿Cuántas veces has probado la comida de mi papá? —la curiosidad es más que notoria en mí. Ella ve a mi padre antes de responderme, como si buscara no meter la pata antes de hablar.

—Debo admitir que varias veces. Cuando tenemos un descanso nos lleva al patio que queda detrás de la estación y montamos una especie de picnic donde almorzamos. Él lleva una lonchera con comida, comida preparada por él. Yo suelo llevar el postre.

Veo hacia mi papá con mis ojos bien abiertos. Un recuerdo invadiendo mi mente:

—Creo que llevaré almuerzos al trabajo de vez en cuando.

Frunzo el ceño alzando la vista de mis apuntes para ver a mi padre.

—¿No les dan almuerzo allá? No es tan malo lo que sirven hasta donde puedo recordar.

—No lo es —concede él—, pero siempre será mejor mi comida.

—Bueno —sonrío divertida—, eso definitivamente no se puede rebatir.

Papá me guiña un ojo y comienza a buscar algo en las encimeras provocando mucho ruido.

—¿Puedo ayudarte? —casi grito, pues el ruido es bastante molesto y mi voz no se escucharía si hablo en un tono normal.

—¿Has visto tu vieja lonchera? Esa que llevabas a la primaria para almorzar.

—¿Quieres esa lonchera? ¿No es muy grande para tí solo?

Papá parpadea viéndome y luego se aclara la garganta. Me enderezo totalmente intrigada.

—¿Papá? ¿Me estoy perdiendo de algo?

—¿Eh? No, claro que no. Me da igual el tamaño, no tengo tiempo para comprar una más pequeña y hasta donde recuerdo esa se encuentra en perfectas condiciones.

—Puedo ir yo a comprarte una más pequeña sin problema —me burlo. Papá me pone mala cara.

—¿Qué problema tienes con la que ya tenemos aquí?

Me separo de la mesa y me pongo de pie. Me acerco a uno de los gabinetes y abriendo una de las gavetas cercanas al suelo meto mi mano hasta atrás hallando la dichosa lonchera.

—No tengo ningún problema con ella, papá. Sólo es divertido ver como quieres con todas tus fuerzas guardar tu almuerzo específicamente en esta lonchera —se la entrego. Él pone sus ojos en blanco.

El Secreto de NathDonde viven las historias. Descúbrelo ahora