Capítulo 26

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RACHEL

Al salir de la casa del terror, dos hombres nos esperaban en la salida para anunciarnos que éramos los primeros en salir, lo que significaba que habíamos ganado. Sin embargo, no era momento de celebrar, ya que tenía algo más importante en mente: recordar lo que el señor Harris me había dicho.

Más tarde, decidimos tomarnos otra cerveza, pero esta vez optamos por no entrar en ningún juego. La noche avanzaba, y era hora de regresar a casa.

— ¿Nos vamos a casa? — pregunté mientras me levantaba del asiento que compartíamos. Aun así, el señor Harris no dejaba de mirarme, lo que me inquietaba.

Finalmente, salimos del recinto del parque donde se encontraba la feria.

La noche había caído, y el cielo estaba oscuro, lo que acentuaba el viento y el frío que todavía persistían. Aunque el verano estaba comenzando, las mañanas y las noches eran frescas.

Anton: — ¿Quieres mi chaqueta?

— No, no hace falta. Con mi Koala me abrigo — respondí, abrazando al peluche que él me había dado cuando ganó el juego de los dardos.

Anton: — Tienes frío, eso no puedes negarlo, y yo lo noto, así que póntela

Sinceramente, me sorprendió su amabilidad, y decidí aceptar la chaqueta. Tenía que anotar este gesto en mi diario de novedades del año, ya que parecía un acto inusual de su parte.

Durante el viaje de regreso a casa, no hablamos mucho. Intercambiamos miradas de vez en cuando, pero no hubo conversación hasta que llegamos a casa, momento en el que se desató todo.

— ¿Supongo que Julia y la pequeña ya estarán dormidas? — pregunté mientras subíamos las escaleras hacia nuestras habitaciones.

Anton: — Supongo

— Gracias por esta noche. Estuvo bastante entretenida y divertida — dije, sonriendo mientras ponía mi peluche de Koala en el suelo.

Él siguió mirándome a los ojos, sin apartar la mirada de la mía. Y de un momento a otro, mis locas hormonas tomaron el control de mi cuerpo, lo que hizo que me acercara a él y le diera un beso en la mejilla.

— Buenas noches — susurré al darme la vuelta, pero él tomó mi mano, me atrajo hacia su cuerpo y me abrazó con fuerza.

Ninguno de los dos hablamos, pero por nuestras miradas intensas y por la tensión sexual que empezábamos a sentir, sabíamos lo que queríamos decirnos sin necesidad de usar palabras.
Entonces, no aguanté las ganas y le besé en los labios, acto al cual no se negó.
Después, me aparté para respirar y para volver a mirarle a los ojos.
Yo estaba intentando comprender lo que estaba haciendo e intentando comprender si todo eso era real o simplemente era otro de mis estúpidos sueños. No obstante, era real.
Esta vez, él me tomó de la cintura y tomó la iniciativa de darme otro beso.

¡Dios! Mi piel estaba que ardía y eso que solo me había dado un beso.
No quería pensar qué me pasaría cuando se diera otra cosa.

Procedió a subirme a su cuerpo y me aferré a su cadera con mis piernas.

Entramos a su habitación, sin apartar nuestros labios y sin dejar de besarnos.
Ambos nos sentíamos demasiado calientes como para estar dejando pasar esa oportunidad, así que lo primero que hizo fue dejarme sobre la cama y besarme el cuello…
¡Joder! Sus besos me iban a matar. Eran exquisitos.

A continuación, me comenzó a desabotonar la blusa y cuando mi pecho quedó descubierto, tardó unos segundos mirándolos, quizás la vista le había gustado y eso solo me prendió en llamas.

Después, se apartó y se puso de pie frente a mí para quitarse su camiseta, dejándome ver su abdomen marcado, sus pectorales duros como si fueran las cuatro paredes del cuarto en el que estábamos y cuando se quitó el cinturón y se bajó el pantalón, quedé boquiabierta.
Tenía unas tremendas piernas y se veía que las había conseguido con bastante esfuerzo en el gym y sí, no dejemos de lado el tremendo paquete que había entremedio de ellas, que con el bóxer color blanco que traía puesto se marcaba más y hasta se podía ver su perfecta silueta.

Anton: — ¿Te gusta lo que ves?
— preguntó con una voz grave, la que casi podría decir que me causó un orgasmo.

— Se ve bien y si se ve así con ropa no me imagino lo que será verlo sin ella
— respondí, me mordí el labio y él lo notó.

Anton: — Otro día te dejaré probarlo
— mencionó, abrí las piernas para que se metiera entre ellas y así hizo.
Aún no me había deshecho del pantalón que llevaba puesto, y estaba a punto de hacerlo cuando mi teléfono comenzó a sonar. Sin embargo, eso no nos detuvo.

El teléfono volvió a sonar una vez más, y aunque deseaba apartarme de sus labios, sus besos me tenían completamente atrapada. Finalmente, el teléfono sonó nuevamente, y esta vez sí nos separamos.

Anton: — Carajo…

Agarré el teléfono y contesté la llamada.

Julia: — ¿Rachel, estás en casa o todavía están en la feria?

— Estamos en casa, ¿por qué?

Julia: — Es que la pequeña no quiere dormir. Se despertó y no puedo hacer que vuelva a dormirse

— ¿Has intentado cantarle o algo?

Julia: — He probado de todo. ¿Podrías venir y ver si puedes hacer algo?

— Está bien

Colgué la llamada y miré al señor Harris, quien se tiró al lado izquierdo del colchón.

— Tengo que ir a ver a la pequeña. Julia dice que no se duerme y quiero ver si puedo ayudar

Me levanté y busqué mi blusa para ponérmela de nuevo, pero mi teléfono volvió a sonar.

— ¿Sí?

Julia: — No es necesario que vengas. Finalmente, logré que se durmiera.

— ¿Estás segura?

Julia: — Sí, está todo bien. Buenas noches

— Vale, buenas noches

En realidad, habría preferido ir a ver cómo estaba la pequeña en lugar de quedarme allí haciendo el amor con el señor Harris. ¿Era una fantasía mía? Sí, pero era consciente de que no estaba bien.

Anton: — ¿A dónde vas?

— No puedo hacerlo

Anton: — Pero Julia dijo que no es necesario que vayas

— Pero no podemos hacer esto. Usted es mi jefe y…

Anton: — ¿Y? ¿Quieres negar que lo deseas tanto como yo?

Sus palabras tenían razón, pero mis principios siempre iban primero.

— Lo siento — dije, y una gran parte de mí, si no toda, me odiaba por lo que acababa de decir. Luego, salí de la habitación y me fui a la mía.

No podía hacerlo porque el pensamiento de acostarme con él me asustaba. Me asustaba pensar en que uno de mis grandes deseos se cumpliría.
Parecía una estupidez pensar de esa manera, pero ¿qué podía hacer?
Tenía un miedo abrumador sobre lo que podría suceder después, sobre el futuro. El señor Harris era conocido como un mujeriego, y yo no quería ser solo otra en su lista interminable.

Señor Harris, Usted Es Mi ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora