Capítulo 35

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ANTON

Jueves.

Estaba finalizando los detalles con mi fotógrafo para programar una sesión de fotos con Hugo y su esposa, ya que habían decidido aparecer en la portada de su próximo libro. No tenía idea de cómo sería la sesión ni qué poses usarían; eso quedaba en manos del fotógrafo, porque yo no entendía mucho de fotografía.

Mientras discutía los detalles, eché un vistazo por la ventana y vi a Rachel jugando con la pequeña en el patio de la casa que habíamos alquilado. Estaban en una manta sobre el césped.
En ese momento, una sensación de aprobación recorrió mi interior. Dejar ir a Rachel no parecía una buena opción ni para el bien de la pequeña ni para el mío.

Rachel pareció darse cuenta de que la estaba observando y levantó la mirada hacia mí. Nuestras miradas se encontraron y no aparté la mía. Si ella pensaba que la estaba espiando por su forma de cuidar a la pequeña, tenía razón. Si pensaba que la miraba porque la deseaba y quería estar a solas con ella, también era cierto. A pesar de todo, no iba a mostrar mi enamoramiento de manera abierta, ya que mantenerme distante era más seguro.

Julia: — Señor, lamento interrumpir…

Julia me sacó de mis pensamientos al entrar en la habitación y hablar.

— ¿Qué sucede?

Julia: — Venía a decirle que hoy por la tarde tengo que salir

— ¿Has salido mucho estos días, no?

Julia: — Bueno, solo lo mencionaba, pero si no es conveniente, no hay problema

— No, ve. No hay problema

Julia: — ¿Seguro?

— Sí, no te preocupes

Julia sonrió y se retiró. Mientras tanto, volví a observar a Rachel y a la pequeña. Podía pasarme la tarde entera admirando su belleza, no solo de la preciosura de niña en que se estaba convirtiendo mi hija, también a la mujer que la estaba cuidando.
La que me traía con ganas de amarla, aunque no se lo hubiera dicho todavía.

JULIA

— Hola, ¿estás libre hoy?

Cloe: — No, ¿por qué?

— Quería ir al lugar que te mencioné

Cloe: — Justo ahora estoy en el supermercado y no creo llegar a tiempo. ¿A qué hora quieres ir?

— Antes de las diez de la noche, porque creo que a esa hora cierran

Cloe: — No creo que pueda. Charles me invitó a cenar en un restaurante para presentarme a su novia

— Está bien, entonces iré sola

Cloe: — ¿Estás segura?

— Sí, no hay problema

Cloe: — Puedo cancelar la cena

— No, tienes que ir. No te preocupes, yo iré sola y te contaré lo que averigüe después

Cloe: — Está bien. ¡Buena suerte!

— Tú también diviértete en tu cena de presentación con la nuera

Colgué la llamada, suspiré profundamente y continué mi camino. Caminé hasta llegar a la plaza donde había visto al hombre parecido a Anton la última vez. Aunque tenía esperanzas, también estaba preparada para la decepción.

La plaza estaba abarrotada de gente, dificultando el paso. Finalmente, llegué a la puerta del bar donde lo había visto. Entré, miré a mi alrededor y solo había cinco personas en el local. En la barra, solo un hombre gordo tomaba cerveza. Elegí una mesa cerca de la pared y me senté justo enfrente de una puerta que conducía a la cocina del bar.

Pedí una cerveza a pesar de que no podía tomar nada de alcohol porque si volvía a casa y el señor Harris se daba cuenta, tal vez me despedía. No obstante, en ese momento tenía que aliviar la tensión que sentía, fuese como fuese.

Pasaron varios minutos, veinte para ser exactos y yo hasta me había pedido algo de comer porque tenía hambre y aún no había cenado.
Ya eran las ocho y media de la noche y todavía no había rastro del tal hombre que vi entrar en este preciso bar.
Quizás solo era un cliente, pero no, yo recordaba que en su mano llevaba un delantal color negro.
Él tenía que ser empleado, a pesar de eso, no lo veía por ningún lado y justo ahí, en ese momento, llegó mi esperanza en persona.
Miré por la puerta de la cocina al mismo hombre, estaba de espaldas lavando una olla en el fregadero.
Sus rasgos eran familiares y, al darse la vuelta, confirmé que era él.
Estaba seguro de ello.
No podía ser cierto.

Noté que tenía mucho parecido a Anton, bastante para ser verdad.
Hasta la forma de encorvarse era la misma porque él era un poco alto.
Así pues, el barman se acercó a él y le dijo algo.
Ese misterioso hombre se secó las manos y se quitó el delantal negro y un gorro de cocinero que andaba.
Se puso otro delantal del mismo color y se dio la vuelta, gesto con lo que le pude ver su rostro.
Su manera de mirar… Es que no era posible.
Si no era Anton, era su gemelo porque eran idénticos.
Él me miró y ahí supe que algo andaba mal.
Su mirada me hizo sentir que algo estaba fuera de lugar. Ese hombre no era un completo desconocido; al contrario, tenía una extraña familiaridad.

Ese hombre permaneció de pie hasta que alguien en la barra solicitó una cerveza. Se acercó y tomó un vaso, volviendo a mirarme antes de bajar la vista al suelo. Cuando sirvió la cerveza y la colocó frente al cliente, no pude resistir más y me levanté de mi silla.

Mi pulso latía a mil por hora y tal vez estaba cometiendo una locura al confrontarlo sin estar segura de quién era. Sin embargo, él seguía mirándome fijamente.

Finalmente, llegué a la barra y noté algo en su camisa. En una letra pequeña, en uno de los lados, decía “Anton,” su nombre.
Lo miré de nuevo y finalmente habló.

Anton: — ¿Julia?




Señor Harris, Usted Es Mi ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora