Durante casi una década de mi vida, estuve huyendo de mi pasado, andando sin rumbo fijo, pero con la convicción de evitar a toda costa regresar a ese lugar. Sin embargo, ahí estaba: mirando desde la ventana del avión los pequeños puntos aglomerados que poco a poco tomaban forma de edificios. Tenía una ligera sensación de ahogo en el pecho, como si el aire fuera más denso y mi respiración se volviera forzada en consecuencia. No era para menos. Después de tantos años, estaba de vuelta en la misma ciudad donde nací, crecí y... de la que no dudé en largarme apenas tuve la oportunidad.
Me estuve preparando para ese momento. Llevaba meses haciendo ejercicios de exposición imaginaria y reforzando técnicas de relajación que conocía, pero al parecer no era suficiente. Me sentía abrumada por el hecho de regresar, aunque fuese por tan poco tiempo. En esa fría ciudad convergían los fantasmas de mi pasado, mis asuntos sin resolver y mis recuerdos más dolorosos. Creía que estaba lista para hacerles frente, pero debía ser una ingenua al pensar que de esa batalla saldría librada sin un solo rasguño.
—¿Estás bien? —preguntó Daniela—. Te ves pálida.
Asentí más para convencerme a mí misma que a ella.
—Sólo estoy un poco... —no sabía que decir.
Puso su mano sobre la mía y me dio dos palmaditas.
—Estarás bien —sentenció y entonces cambió de tema intentando hacerme sentir mejor—. ¿Lista para buscarla? —esa pregunta, en lugar de tranquilizarme, disparó mis nervios.
Si se trataba de saldar cuentas con mi pasado, ella ocupaba un lugar prioritario. Durante años, imaginé cientos de escenarios en los que la volvía a ver. La idea de estar frente a frente con ella y poder decirle lo que tanto había ensayado en mi cabeza fue una razón de peso para emprender ese viaje. Al convertir la fantasía en una posibilidad muy factible, mis temores diezmaron mis ganas de buscarla.—Pensándolo bien, no creo que sea una buena idea.
El choque de las ruedas contra el asfalto nos sacudió: habíamos aterrizado. Miré a Daniela y supe que más tarde hablaríamos de eso, pero, en ese momento, me limité a observar el aeropuerto desde la ventana. El avión se detuvo y, minutos después, la azafata nos dio la indicación de que podíamos empezar a descender. Agarramos nuestro equipaje, salimos de la cabina y bajamos por las escaleras. Un soplo de viento helado nos dio la bienvenida a la Capital.
Nos dirigimos a la salida de vuelos nacionales donde nos esperaba María José con muchas ansias. Apenas mi amiga y ella se encontraron con la mirada, aceleraron el paso y se dieron un beso que no pasó desapercibido por los presentes. Me quedé atrás para dejarlas disfrutar de su momento; llevaban más de un mes sin estar juntas. Cuando se separaron, María José me saludó con un cálido abrazo.
—¿Cómo estuvo el viaje?
—Estuvo bien —respondió Daniela tras tomar su mano—. Aunque insisto que pudimos haber tomado un bus.
—Habrían demorado más de doce horas en llegar —se encogió de hombros—. Además, sé que nos irá bien. Sólo tenemos que encontrar patrocinadores y saldremos de aquí con el triple de lo que tenemos.
—Si conseguimos la aprobación —Daniela le recordó.
María José hizo una mueca restándole importancia. Ella se había encargado de los trámites para inscribir a la fundación en el programa del Ministerio de Desarrollo Social. Trabajó en el portafolio, fue a los talleres y se reunió con los dirigentes del proyecto en varias ocasiones. Lo único que faltaba para formalizar la inscripción era pasar con éxito una auditoría en la que todas debíamos estar presentes.
De camino al hotel, María José nos puso al tanto y nos dijo lo que podíamos esperar de la reunión que teníamos al día siguiente. Sonaba bastante optimista sobre el resultado. Daniela y yo, por el contrario, no queríamos hacernos ilusiones en vano. Al crear la fundación, nos topamos con un sinfín de obstáculos que provenían de todas partes. Conocíamos de primera mano los estigmas sociales que había por los adictos en recuperación y dudábamos que las cosas se dieran con tanta facilidad. Aun así, no queríamos menospreciar el trabajo de María José, por lo que decidimos reservarnos nuestras dudas.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...