El miércoles a primera hora, me reuní con el jefe de Relaciones Públicas y la de Mercadeo para tratar lo de la foto que rondaba de mí en las redes sociales. Ninguno creía que fuese el gran problema que Katherine decía; de todos modos, debíamos complacer a la presidenta de la compañía, así que nos dedicamos a trabajar en ello. Primero, nos pusimos en contacto con el director de Granitos de Mostaza. El pastor John entendió la situación y no parecía estar molesto como Katherine sugería. Tras aclarar eso, discutimos ideas para redirigir la atención a los comedores públicos. Finalmente, decidimos hacer un comunicado oficial en las redes de la empresa a través de un vídeo.
Me quedé preparando el discurso con el jefe de Relaciones Públicas mientras la de Mercadeo buscaba el equipo para grabar. Tras repasar unas indicaciones, hicimos el vídeo en mi oficina. Queríamos que se sintiera natural y fresco. Quitando las pausas y cortes, el contenido no duraría más de dos minutos. En primera instancia, dejé claro que mi papel en la construcción de casas fue como persona natural y no en representación de la compañía. Sin embargo, hablé de que la empresa promovía la responsabilidad social en cada uno de los empleados, así no fuera cierto, y que sus acciones eran reflejo de ello.
Utilicé lo anterior como un gancho para introducir el tema de los comedores públicos: recalqué la cifra de la donación, usando algunas estrategias legales para hacerla sonar más grande, y las estadísticas del alcance que tendría sobre los habitantes de calle. Por último, invité a revisar las redes de la fundación cristiana y de la empresa donde, por supuesto, había un bombardeo de publicidad de parte y parte.
Una vez terminamos, los dos se fueron a editar el vídeo y me quedé a solas en la oficina. Encendí el computador dispuesta a retomar mis funciones, pero lo primero que apareció en la pantalla fue mi foto con Marianne. Una sonrisa ocupó mi rostro al caer en cuenta de lo felices que nos veíamos juntas, pero no duró mucho tiempo. La idea de tener una relación e intentarlo como personas normales era idílica. Sonaba hermoso en el plano de la fantasía; pero, cuando lo traía a la realidad, cuando pensaba en los detalles, se volvía atemorizador.
Mi boda con Alejandro se había convertido en un asunto mediático y comercial. Lejos de ser una ceremonia con nuestros allegados, era una especie de evento corporativo al que asistirían muchos empresarios reconocidos. Incluso esa noche esperábamos fundar los cimientos de futuros negocios. Cada detalle de la boda fue pensado en torno a eso: desde la comida que serviríamos hasta la música que sonaría. Romper con Alejandro significaba romper con cientos de personas más que esperaban algo de mí. Sin mencionar que no tenía la menor idea de cómo quedarían las cosas con mi trabajo.
No amaba a Alejandro y no creía que fuese un secreto para nadie. Cuando empezamos a salir, no estaba buscando el amor; buscaba la estabilidad emocional. Con él, las cosas eran sencillas, superficiales y planas. Con Marianne, en cambio, todo se sentía como una avalancha de emociones: turbulento, acaparador y muchas veces asfixiante. Me enamoré de ella a los veinte. Su nombre estaba escrito junto a mis grandes primeras veces; y en negrillas, estaba mi primer corazón roto. Lloré más que nunca, maldije haberla conocido y llegué a odiarla de verdad. Forjé mi personalidad en una dirección opuesta a cómo me sentía en ese momento: como una chica vulnerable y frágil. Aun así, con veintisiete años, volví a enamorarme de ella.
Me encantaba la persona en quien se había convertido y esa pasión con la que defendía sus ideales. Cuando estábamos juntas, mi pasado, mis temores, mi recelo, mis preocupaciones, mis obligaciones... todo simplemente desaparecía. Cada vez me costaba más separarme de ella, abandonar sus brazos y volver a mi rutina corporativa. Sin embargo, no estaba segura de que ella se sintiese de la misma forma.
La sentía diferente desde que regresó a la Capital. A veces, parecía que estuviera evitándome. Desde aquella reunión con Eric, tardaba en contestar mis mensajes y me daba respuestas cortas, casi que por compromiso. Ni siquiera habíamos vuelto a tocar el tema de lo que pasaría si terminaba con Alejandro. Supuse que el asunto de las cenizas estaba teniendo un mayor impacto en ella de lo que me contaba, pero cada vez que trataba de indagar al respecto, encontraba la forma de esquivar mis preguntas. Sentía que no estaba siendo honesta conmigo. En ese momento, escogerla se sentía como dar un gran salto de fe a ciegas, sobre todo cuando no sabía qué pasaba por su mente.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...