Capítulo 32

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Jugué con mis dedos, nerviosa por lo que iba a decir. Los últimos días, repasé distintos escenarios en mi mente sobre esa conversación. Estando frente a frente con ella, un nudo se formó en mi garganta. Por nuestro pasado común, aún había una pequeña parte de mí que no se permitía bajar la guardia por completo. Sin embargo, la forma en que me miraba, con ilusión incauta y una pizca de anhelo, me hacía sentir que estaba en un lugar seguro. Por primera vez, iba a ser sincera sobre mis sentimientos y estaba segura de que Marianne se lo merecía.

—He intentado negarlo durante mucho tiempo, escapar de ello, enterrarlo a como dé lugar... —empecé a hablar—. No sólo debido a nuestra historia, sino también por todo lo que está en juego. Por lo imposible que es —exhalé con fuerza—. La verdad es que me gustas mucho —apenas verbalicé esas palabras, sentí que me quité un gran peso de encima—. No me he sentido así desde... hace mucho.

Ella evocó una suave sonrisa.

—Está bien. Sabes que siento lo mismo —acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y aprovechó para pasar su pulgar por el contorno de mis pómulos.

—Ojalá hubieses aparecido antes —me lamenté.

—Me he dicho lo mismo, pero creo que habría sido diferente. No quería buscarte hasta no ser la mejor versión de mí —me explicó con tanta tranquilidad que parecía no tener arrepentimientos—. Además, me gustas mucho más por lo que eres ahora, tan fuerte y segura de ti misma, y por todo lo que has logrado sola.

—Ha sido increíble ver la persona en la que te has convertido —sonreí—. Estoy feliz por ti, por lo recuperada que estás y por el bien que le haces a esos chicos. Es sólo que... quisiera tener más tiempo contigo —bajé la cabeza—. Será tonto, pero desearía que pudiéramos tener citas como una pareja normal y ver si funciona.

Guardamos silencio. Las dos sabíamos que era complicado. Apoyé mi cabeza sobre su hombro. Marianne pasó su brazo por detrás de mi espalda y me agarró de la cintura con cariño. Nos quedamos mirando hacia el suelo durante varios segundos.

—Podríamos intentarlo —murmuró.

—¿Cómo? —me encogí de hombros—. Ellos te necesitan aquí. Y hay personas que me esperan en la Capital.

—¿Alejandro?

—La empresa, mi vida allá...

—No te pido que tomes una decisión ahora —se giró para verme y colocó su mano detrás de mi oreja—. Sólo que lo consideres.

Observé su rostro bajo la luz tenue, como si quisiera guardar ese recuerdo en mi memoria, mientras que mi cabeza asentía. Entonces me acerqué a ella y le di un beso que sellaría nuestra conversación, o al menos durante esa noche. Apagó la luz y nos acostamos en la cama. Nos acomodamos de forma que ella quedó bocarriba y yo de medio lado abrazándola. Nos dimos unos cuantos besos en esa posición. Las dos estábamos agotadas y sabíamos que no pasaría más que eso; pero estar así, junto a la otra, era más que suficiente.

***

Desperté y descubrí que estábamos en una posición distinta. Yo seguía de medio lado, pero mirando hacia la dirección opuesta, y ella estaba abrazándome por detrás. Su mano descansaba en mi vientre. Levanté su brazo con cuidado de no despertarla, me giré para verla y volví a acomodarlo, pero esta vez en mi espalda. La observé dormir plácidamente y no pude evitar sonreír. Al cabo de unos minutos, se despertó. Hizo una mueca y restregó sus ojos.

—Debemos levantarnos, ¿cierto? —dijo con voz ronca.

Asentí con la cabeza.

—Los voluntarios deben estar llegando pronto —dije con pesar—. Tenemos que prepararnos; nos espera un largo día.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora