Capítulo 9

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Estábamos acostadas en la cama doble hablando acerca de una idea que nos surgió tras reunirnos con una fundación parecida a la nuestra, cuando el celular de María José sonó alertándonos de una llamada. La cantidad de dígitos indicaba que nos contactaban desde una línea fija. Ella se apuró a contestar. Mientras desde el otro lado hablaban, movió sus labios indicándonos que se trataba de Katheleen. Entonces activó el altavoz para que pudiéramos escuchar la conversación.

-Disculpa, ¿para qué fecha me dijiste?

-Este fin de semana de ser posible -respondió una voz femenina diferente a la que esperaba-. La Junta Directiva desea seguir con el proceso de selección lo antes posible.

María José nos miró. Daniela asintió enseguida, pero yo me quedé petrificada. Desde aquella fatal reunión en el restaurante, creí que no volvería a ver a Katheleen. Sin embargo, ahora su asistente nos estaba llamando para programar una visita a la fundación, lo que quería decir que, cuando menos, estaríamos juntas un día entero. Había algo raro en todo eso, pero no dije nada para no desanimar a mis amigas quienes pensaban que teníamos una posibilidad.

-Claro que podemos. ¿Quiénes nos acompañarán?

-La señorita Katheleen, el señor Alejandro y dos colaboradores.

-Perfecto -no sonaba muy segura.

-Perdona, es que estoy gestionando los transportes -confesó en voz baja, como susurrando-. No encuentro ningún vuelo directo.

Nos miramos preguntándonos si sabían en lo que se iban a meter.

-No te preocupes -María José la tranquilizó-. Primero debemos llegar al aeropuerto Ricaurte; allí uno de los miembros de la fundación nos recogerá. El pueblo queda a dos horas.

-Entiendo -la chica guardó silencio. Se escuchaba un intensivo tecleo detrás de la línea-. ¿A qué hora tienen su vuelo?

-Bueno... la verdad es que ya teníamos tiquetes para el miércoles, pero ya mismo llamaré a la aerolínea para reprogramarlos.

-Por favor comuníquese conmigo apenas lo hagan.

María José le hizo señas a su esposa para que cogiese el teléfono y empezara a llamar a la aerolínea. Daniela la obedeció en el acto yendo a la otra esquina de la habitación para llamar a la línea de atención al cliente sin ser escuchada en la plática.

-Acerca del hospedaje -la chica siguió-, he estado buscando y tampoco encuentro hoteles en la zona. ¿Me puede brindar un número al que pueda comunicarme para realizar las reservaciones?

María José me miró. El pueblo era tan pequeño que no contaba con hoteles; lo más parecido a eso era hacer un trato con los vecinos para que les prestaran una pieza y, aun así, no era una opción muy segura. Ellos tendrían que quedarse en nuestra casa, pero explicarlo en medio de una llamada era precipitar la cancelación.

-Nosotras nos encargaremos de eso.

-Vale -lo dejó pasar por alto-. ¿Hay algo más que deba saber?

Daniela, quien estaba escuchando todo desde donde estaba, agitó su camisa en un intento por recordarle a su esposa que hablara sobre la vestimenta. El pueblo tenía muchos problemas de inseguridad, por lo que no era buena idea que fuesen luciendo trajes elegantes, joyería o relojes caros, pero, de nuevo, eso era algo que no podíamos decir de buenas a primeras por teléfono.

-Les sugerimos que vistan ropa informal: camisetas, jean, tenis... atuendos cómodos. El clima suele ser cálido.

-Muy bien. Quedo pendiente entonces a su llamada.

-Sí, a más tardar estaremos comunicándonos contigo antes del mediodía -anotó el número de la empresa y la extensión de quien más tarde supe que se llamaba Sara. Apenas acabó la llamada, corrió hacia donde estaba su esposa-. Dime que ya te contestaron.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora