Capítulo 25

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Faltaba poco para las cuatro de la madrugada. Estábamos arropadas con una sábana gruesa; ella acostada bocarriba y yo de medio lado con la cabeza apoyada en su pecho. Hacía más de media hora dejamos de tener sexo, pero seguíamos desnudas. No estaba segura de si era una pausa o si habíamos acabado, pero me gustaba estar así: con su mano acariciando mi cabello, relajadas, sin hacer más nada. Me alcé para observarla. Su piel se veía radiante y sus ojos tenían un brillo especial. Sin su maquillaje y su ropa elegante, se parecía más a la chica de mis recuerdos. Su belleza no necesitaba adornos.

—¿Qué? —preguntó entre risas.

—Nada —me alcé para darle un corto beso de esos que no tienen segundas intenciones; ella lo recibió con naturalidad. Al terminar, me separé solo unos centímetros manteniendo la cercanía entre nosotras. Quería aprovechar para decirle algo, pero ella se me adelantó.

—Tengo hambre —hizo una mueca—. ¿Vamos a la cocina?

Me eché a reír.

—Suena bien. Hay que reponer fuerzas.

Ella se levantó de la cama enseguida. A mí me costó un poco más dejar las sábanas, pero la seguí en silencio. Aproveché para continuar examinando a mi alrededor. Por lo que alcancé a ver, cada rincón del apartamento lucía demasiado prolijo. Hasta los más pequeños detalles hacían juego entre sí, como sacado de una revista de muebles para el hogar. Entre tanto orden, lo único que desentonaba era la cama que dejamos hecha un desastre y nuestra ropa regada por la sala.

—¿Te gusta el hummus? —me preguntó desde la cocina.

—Sí, está bien —dije para salir del paso.

Agarré mi chaqueta de cuero y me la puse para apaciguar el frío. Entonces me senté en el banquillo esperándola. Katheleen hizo varios recorridos entre la nevera y el mesón para traer un recipiente con el hummus, unas tostadas de queso, algo de jamón serrano, dos vasos y una caja de jugo procesado. Finalmente, tomó asiento y se empezó a armar una tostada. Hice lo mismo, aunque en menor proporción.

—¿Tienes frío? —me preguntó.

—Aún no me acostumbro —serví jugo para las dos—. Es curioso considerando que nací aquí.

—¿No lo extrañas a veces?

—Es... complicado. Aún no he hecho las paces con la Capital.

—Entiendo —dio el primer bocado.

—¿Y tú? ¿Extrañas tu ciudad?

—No lo sé —dijo cuando terminó de tragar—. Aquí puedo ser otra persona —tomó su celular y vio la hora—. ¡Dios mío! Esto es lo más tarde que me he quedado despierta en años.

—¿Tienes trabajo en la mañana?

—No, pero tengo... unos asuntos que atender —se escudó en su vaso de jugo—. ¿Tú tienes que ir al museo?

—Hay un evento en la tarde. Creo que la otra semana es mi última en la Capital —solté el comentario esperando ver su reacción.

—Bueno, al menos alcanzas a dormir un poco —evadió el tema.

No era lo que esperaba, pero le seguí la conversación.

—Vaya que lo necesito —bromeé.

Katheleen esbozó una sonrisa cómplice.

—Estuviste muy bien con ese arnés —murmuró.

—¿Yo? Tú eres toda una profesional.

Las dos nos reímos.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora