Estábamos desayunando en el buffet gratuito del hotel cuando una llamada entró al celular de María José. El número salía como privado, pero ella no dudó en levantarse de la mesa y contestar lejos del ruido que provenía del resto de huéspedes. Desde la feria recibimos algunas llamadas de empresas, pero no pudimos llegar a nada en concreto. Por suerte, varias personas se identificaron con nuestro trabajo e hicieron donaciones de dinero, ropa usada y utensilios escolares. Aunque todas las ayudas eran bien recibidas, el presupuesto que disponíamos para lo que quedaba del año aún era escaso. Nuestros días en la Capital eran contados y queríamos irnos con buenas noticias.
—¿Quién era? —le preguntó su esposa apenas regresó.
María José se sentó. Su expresión facial era difícil de descifrar.
—Era el prometido de Katheleen. Nos invitaron a una reunión hoy en un restaurante llamado Black Garden Lounge —contó.
Daniela volteó a verme buscando aprobación.
—Hay algo raro en todo esto —murmuré—. En nuestro encuentro me quedó claro que no quiere saber nada sobre mí. ¿Cómo es que nos está invitando a almorzar?
—Tal vez estuviste exagerando —Daniela se apuró a decir.
—O le gusta la fundación —concluyó María José.
—No creo. La forma en que me miraba...
—¿Quién sabe? —la pelinegra insistió—. Quizás puedas conseguir un buen trato con la gerente de la empresa...
Contuve una risa ante su ocurrencia.
—Oh, créeme: si el pasado que tenemos en común sirve para algo, será para jugarnos en contra.
—Chicas —María José nos llamó—. ¿Confirmo o no?
Las dos me miraron enseguida.
—Si quieren intentarlo, está bien. Insisto en que es una probabilidad remota, pero adelante —me encogí de hombros.
—¿Y te sientes cómoda con que Alejandro esté allí?
—Estoy bien —insistí—. No siento nada por Katheleen; lo nuestro fue hace mucho tiempo. Ya es hora de poner la fundación primero y hacer lo que vinimos a hacer. Negocios son negocios.
La pareja lo meditó durante algunos segundos.
—Entonces les llamaré de vuelta —sentenció.
—Mientras tanto, vamos a investigar —Daniela abrió el navegador de su celular y buscó el nombre del restaurante.
Encontramos la página oficial y fuimos directo a la galería. El lugar estaba dividido en dos áreas: un salón y un jardín. En el salón había paredes de madera que exhibían una extensa colección de botellas de vino. Las luces, adentro, eran de un amarillo tenue que creaban un ambiente sofisticado. Afuera en el jardín, en cambio, las mesas estaban rodeadas por arbustos bien podados y la iluminación provenía de velas en vasos de vidrio creando una perfecta atmósfera romántica.
El primer pensamiento que pasó por mi mente fue preguntarme si ese era un lugar especial para ellos. El lugar se veía de ensueño; quizás habían ido para alguna de sus citas o aniversarios. Katheleen se vería preciosa, de eso estaba segura. Bajo la luz de las velas, como la primera noche que estuvimos juntas, su piel se teñiría de un color dorado como el ocaso y sus ojos brillarían. Ahora alguien más tenía esa vista.
—Ya está hecho —regresó a la mesa.
—¿Te dijeron si ellos pagaban? —preguntó Daniela.
—¿Por qué lo preguntas?
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
Roman d'amourA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...