Epílogo

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Quince meses y ocho días después.

En el que sería el día más importante de mi vida, me encontraba sentada en la parte de atrás de una minivan que se dirigía a la terminal de transporte. A mi lado estaba Alison quien se asomaba en el espacio de los asientos delanteros para subirle todo el volumen a una canción de reguetón que estaba sonando en la radio. Su vestido fucsia de flecos bloqueó mi rango de visión; lo único que alcanzaba a ver a través del espejo retrovisor era el ceño irritado del pobre conductor. Por fortuna para ambos, al cabo de un rato llegamos a nuestro destino.

Alison se apresuró a abrir la puerta y salir del vehículo. Yo la seguí con mayor cautela mientras que utilizaba mi celular para enviarle un mensaje a María José avisándole que habíamos llegado. Al localizar a mis amigas, junto a los chicos de la fundación, una enorme sonrisa se formó en mi rostro. Hacía tiempo que no los veíamos; para ser exacta, Alison desde hace meses y yo tres semanas. Aun así, las dos corrimos con la misma emoción para abrazarlos. Estaban un poco ajetreados y sudados por el viaje en carretera, pero nos recibieron compartiendo la misma felicidad por vernos.

—Ten cuidado —me dijo Daniela entre abrazo y abrazo—. ¡Vas a ensuciar tu vestimenta!

Estaba usando un blazer blanco y un pantalón de bota ancha del mismo color, así que lo mejor era seguir su consejo, pero no pude contenerme. Cuando la ronda de saludos terminó, Alison ayudó a los chicos a guardar su equipaje en el baúl de la minivan. Mientras tanto,

María José, Daniela y yo aprovechamos para ocupar los asientos en la parte trasera del vehículo.

—Aún no puedo creer que hayas venido —dijo María José.

—No tenía nada más que hacer de todas formas. Kathe me sacó de la casa para que no la viera arreglándose —hice una mueca intentando opacar mis ganas de sonreír—. Alison y yo nos cambiamos en la oficina.

—Te ves preciosa —Daniela me miró de arriba abajo y me agarró la mano—. ¿Cómo te sientes?

—Bueno, ha sido muy repentino —no pude contener la sonrisa por más tiempo—. Un día estábamos acostadas en la cama hablando sobre lo bonito que sería casarnos. Una semana después, nos encontrábamos organizando una boda en sólo diez días. Y aquí estamos —los chicos empezaron a abordar—. Me alegra que hayan podido venir todos.

—No lo íbamos a perder, doc. —dijo Bayron—. Además, quiero conocer el lugar donde voy a vivir el próximo mes.

Me eché a reír.

—El próximo mes —recalcó María José—. Aun nos falta terminar de trabajar en tu proyecto de vida.

Le pedí al conductor que manejara de regreso a la oficina para que mis amigos dejaran sus maletas y se cambiaran antes de la boda. En la parte del medio iban Alison, Brittany, Andrés, Bayron y Juan; ellos se pasaron todo el camino hablando, jugándose bromas entre sí y riendo. Atrás íbamos María José, Daniela y yo quienes aprovechamos el ruido para hablar de cosas un poco más serias. Nos pusimos al día. Ellas me contaron sobre los otros chicos que se quedaron en la fundación ya sea porque se unieron hace poco tiempo o porque aún no estaban en condiciones de viajar. Entre esos estaba Dayana quien volvió a la casa hace tres semanas y estaba superando su desintoxicación. En total, teníamos a veinticuatro jóvenes y adolescentes a nuestro cargo.

La fundación estaba atravesando por la época de mayor auge hasta el momento. Sin embargo, nuestro éxito requería una responsabilidad enorme y un esfuerzo aún más grande. Agradecía que Katheleen y yo hubiésemos decidido quedarnos en la ciudad que en nos conocimos por primera vez; así podía viajar por carretera al pueblo una o dos veces semanales para impartir mis talleres y apoyarlas. Últimamente se me había complicado viajar debido a los planes de la boda y mis propios proyectos. Sin embargo, ellas lo manejaron bien ya que contaban con la ayuda de los tres nuevos miembros del equipo: dos psicólogos y una doctora que eran amigos de María José. Eso les permitía dar abasto para la gran demanda de atención y recursos.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora