El domingo en la mañana me desperté sin saber dónde estaba. Por lo que alcancé a ver sin moverme, era una habitación distinta a la que recordaba haber reservado. Me sentía fatal. Tenía un gran dolor de cabeza y sensibilidad a los pocos rayos de luz que se colaban por la ventana. La mezcla de tequila y cócteles estaba pasando factura. Me levanté para mirar a mi alrededor, aunque con los ojos entrecerrados. Descubrí que había dormido en el suelo sobre un colchón inflable. Arriba, en una cama, estaba Dafne roncando a profundidad. No sabía qué hora era, pero suponía que era bastante tarde.
Los recuerdos de la noche anterior empezaron a surgir. Tanteé la cama buscando mi teléfono. Entonces recordé que mi amiga me lo arrebató para evitar que hiciera alguna estupidez. A decir verdad, fue la mejor decisión que pudo haber tomado. En semejante estado de ebriedad y despecho, quién sabe de qué hubiera sido capaz. No es que hubiera cambiado de opinión sobre la gran epifanía que tuve; por el contrario, con cada segundo que pasaba, más sentido cobraba en mi cabeza. Sin embargo, debía hacer las cosas bien y con calma.
Intenté colocarme de pie, pero el colchón se movió haciéndome perder la poca estabilidad que mi cuerpo tenía gracias a la resaca. Me quedé inmóvil por varios segundos examinando todo con más detalle. En la mesa de noche, del otro lado de la cama, yacía mi celular. Me desplacé hacia allá en cuclillas para no despertar a mi mejor amiga. Cuando por fin agarré el aparato, una sonrisa de victoria invadió mi rostro, pero se desvaneció apenas me di cuenta de que no tenía carga. Ahogué un insulto. No tenía idea de dónde estaba mi cargador.
—Hey, Daf. ¿Todo bien allá adentro? —preguntaron desde el otro lado de la puerta; era una voz masculina.
La susodicha no reaccionó ante el llamado, así que decidí sacudirla para que se despertara.
—¿Mhm? —atinó a verbalizar.
—Alguien está preguntando por ti.
—Oh, debe ser Joshua —se restregó los párpados y abrió los ojos. Entonces arrugó la cara ante la exposición de la luz; le tomó unos segundos recuperarse—. ¡Ya vamos, amor!
Se colocó de pie y se apoyó en la pared para atravesar el colchón inflable sin caminar por encima. La seguí imitando sus pasos. Apenas llegamos al otro extremo, abrió la puerta de par en par y se apresuró para saludar a su novio. Yo, en cambio, caminé lento contemplando el resto del lugar. Estábamos en un apartamento doméstico común y corriente; ni muy grande ni muy pequeño. Parecía tener dos cuartos, cocina y sala. Había unos cuantos juguetes de niños regados en las esquinas, pero la falta de decoración, estilo y orden me sugirió que allí no estaba viviendo mi amiga.
—Tuvieron una noche alocada, ¿uh? —bromeó.
Giré mi vista en dirección a la voz. Entonces lo vi por primera vez: era alto, de tez trigueña y tenía rizos. Parecía más joven que nosotras, aunque Dafne me había contado que tenía veintiocho. La primera impresión que daba era de ser una persona agradable.
—Gracias por pasar a buscarnos —le dio un beso—. ¿Por qué no nos llevaste a mi casa?
—¿Querías que te llevara donde tu mamá? Si ni siquiera se podían poner de pie. Ese regaño no me lo iba a ganar yo —se echó a reír.
Dafne le dio un codazo. Me acerqué más para saludarlo.
—Es un gusto conocerte —le di la mano—. Soy Katheleen.
—La mejor amiga de la U. Creo que nos presentamos ayer, pero no importa. Yo soy Joshua —sonrió—. Siéntense, les hice el desayuno.
Dafne y yo tomamos asiento en el comedor y él fue a la cocina.
—Es increíble, ¿no? —me susurró.
Evoqué una sonrisa cordial y asentí.
—¿No están viviendo juntos?
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...