Capítulo 40

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Desde esa última discusión, cuando tomamos caminos separados, no habíamos vuelto a hablar. Lo único que supe fue que la cuenta del hotel estaba pagada en su totalidad; por cuestiones de seguridad, los empleados no pudieron darme más información. Sería canalla de mi parte negar lo afligida que estaba. La primera noche lloré hasta caer rendida. Al día siguiente, tuve que aplicarme corrector para las ojeras, ocultar mis párpados abultados con sombras oscuras y poner mi más convincente sonrisa para ir al trabajo. En un principio, pensé que su decisión de terminar fue precipitada por la rabia, pero a medida que pasaba el tiempo, su frío silencio me indicó que era algo definitivo.

Yo la quería de verdad. En un mundo idílico elegiría estar con ella. Sin embargo, las razones que se oponían a lo nuestro hacían mucho ruido: teníamos compromisos que atender, cuentas que pagar, cientos de kilómetros entre nosotras y un futuro en que pensar. Sumado a eso, Marianne no me había dado la seguridad que necesitaba para saber que estábamos montadas en el mismo barco. Por el contrario, empezó a actuar como antes: era distante, guardaba secretos y en lugar de hablar de nuestros problemas, prefería discutirlo entre las sábanas. Sabía que lo más sensato era comportarme como la adulta que era y dejar lo nuestro atrás, pero me costaba mucho hacerlo.

Decidí meterme de lleno en mi trabajo y así enfocarme en la que era mi prioridad antes de que ella apareciera. Fueron un par de días pesados en los que pasé más de trece horas en la oficina hasta que el edificio cerraba y me tocaba continuar en casa. Tuve que terminar los informes de fin de mes, preparar diapositivas, adelantar reuniones de las próximas dos semanas y presentar el balance de los departamentos ante la Junta Directiva. Estaba comiendo pésimo, a duras penas tenía tiempo para dormir unas horas y andaba con jaquecas constantes, pero me gustaba estar tan atareada. Así no tenía tiempo como para pensar en mi ruptura con Marianne y gestionar mis emociones. Sin embargo, no podía mantenerme ocupada para siempre.

El sábado en la tarde, tuve mi última reunión con Sara. La puse al tanto de lo que estuve haciendo, le expliqué algunas cosas y le relegué mis funciones menores. Duramos tres horas en eso. Ella parecía estar emocionada por reemplazarme durante esas dos semanas. Yo, por el contrario, estaba inquieta. Dentro de poco, tendría que dedicarme a los preparativos de la boda y afrontar lo que por tanto tiempo estuve posponiendo. Apenas me quedé a solas en mi oficina y sin un solo compromiso laboral pendiente, me sentí más agobiada que nunca en toda mi carrera empresarial.

No estaba lista para volver a mi realidad. Nada de lo que hice fue suficiente para impulsarme a perseguir mis aspiraciones. Necesitaba que alguien más me colocara los pies sobre la tierra, y sólo había una persona que podía hacerlo. En medio de un impulso súbito, abrí el navegador y empecé a buscar tiquetes aéreos. Me tomó menos de una hora preparar una escapada de dos días mientras ponía en orden las cosas en mi cabeza. Lo único que me quedaba era excusarme ante mi prometido quien tenía planes para nosotros ese fin de semana. Por aquellos días, lo único que hacía era mentirle. Tuve que inventar algo para justificar que Marianne estuviera en mi oficina, su huida abrupta y, ahora, mi viaje de imprevisto.

—Es la primera vez que tomas vacaciones en años —Alejandro comentó sin despegar sus ojos de la carretera. Se había empeñado en llevarme al aeropuerto—. ¿Cómo te sientes?

—Extraña —lo simplifiqué.

Se echó a reír y dio unas palmadas en mi rodilla.

—Nada que nuestra luna de miel en las Maldivas no solucione.

—Por ahora tendré que conformarme con mi ciudad natal.

—¿De verdad tienes que ir? Cancela el vuelo y quédate conmigo.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora