Apenas me quedé sola en el auto, empecé buscar en el navegador ciudades cercanas y establecí una lista con varias opciones para nuestro viaje repentino. No sabía si era mejor una ciudad grande y concurrida o un pueblo pequeño con poco movimiento turístico, así que sopesé todas las alternativas. De igual forma, medité si era mejor viajar por carretera o hacerlo en avión. Tenía que asegurarme de tomar buenas decisiones y minimizar los riesgos. Mientras existiera la posibilidad de que Charles Waldorf encontrara a Marianne y le hiciera daño, no podía simplemente estar tranquila.
Traté de mantener la compostura frente a Marianne porque sabía que era peor para ella, pero en realidad estaba atemorizada. Era una situación delicada; mucho más que los distintos escenarios que pude haberme imaginado antes en medio de mi desconocimiento. Pese a la magnitud de lo que nos enfrentábamos, no dudé por un solo segundo sobre estar a su lado. Ella estaba en un estado vulnerable y necesitaba a alguien que le diera un poco de calma. Yo, por mi parte, necesitaba saber que estaba bien tanto física como emocionalmente; y en caso de que no, cuidar de ella. No había manera de que me hiciera a un lado y la dejara sortear las cosas por su cuenta.
Pronto, una notificación interrumpió mi búsqueda obligándome a volver a mi realidad. Alejandro me escribió para preguntar si ya había llegado a la Capital. Con las nuevas eventualidades, no había tenido tiempo para pensar en él, en mi boda o en mi trabajo. Había llegado el tan temido pero inevitable momento de enfrentarlo. Mi estómago se revolvió mientras consideraba cómo abordar la situación.
Al cabo de medio minuto, me armé de valor para responderle que necesitaba hablar con él. Alejandro, en su habitual actitud despistada, continuó metiéndome otro tema de conversación. Tuve que insistir y preguntarle dónde estaba. Aparté la vista del celular cuando escuché la puerta del carro abrirse. Marianne tenía una expresión en el rostro difícil de descifrar. Sin decir nada, se sentó y abrochó su cinturón.
—¿Cómo te fue? —le pregunté.
Soltó un suspiro.
—No le dije nada sobre el plan ni sobre los que estamos detrás de ello. Sólo le dije que debía irse de la casa por varios días. Espero no le diga nada —me miró; sus ojos mansos denotaban desasosiego—. De verdad quiero confiar en ella.
—No creo que lo haga —intenté calmarla.
—No puedo meter las manos en el fuego. Después de todo, sigue recibiendo el dinero de Charles.
—Lo hizo porque te quiere y se preocupa por ti, incluso llevando años sin hablar contigo —coloqué mi mano en su pierna y la acaricié con delicadeza—. No creo que haga nada que te ponga en riesgo.
—Tienes razón —forzó una sonrisa y cambió de tema—. Ya hice todo lo que necesitaba hacer. ¿A dónde vamos ahora?
Mi celular sonó alertando de una nueva notificación: era la respuesta de Alejandro. No tuve que hacer más que leer la visualización previa para torcer los ojos y arrugar la cara.
—A la casa de mi futura ex suegra. Lo bueno es que mataré dos pájaros de un tiro. Lo malo es que será peor de lo que pensaba.
El tiempo era un lujo que no nos podíamos dar, así que empecé a manejar en dirección a la casa de Katherine. Mi acompañante guardó silencio en solidaridad a mí durante el camino; yo lo aproveché para ensayar lo que le iba a decir a mi prometido y su madre quien también era la dueña de la empresa donde trabajaba. En esos momentos me odiaba por no haber tomado la decisión de terminar las cosas antes. Como no podía retroceder el tiempo y cada minuto que dejaba pasar lo empeoraba, lo único que podía hacer era ser valiente.
Detuve el auto frente a la mansión y me quedé observándola en la lejanía mientras me armaba de valor.
—¿Estás bien? —me preguntó Marianne.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...