Acepté la propuesta de Katheleen bajo la condición de quedarme algunos días más en el pueblo hasta que las cosas se estabilizaran un poco. Apoyé a mis amigas con las labores del refugio, la fundación y la construcción. Los afectados, en agradecimiento, mostraron interés por ayudarnos con algunas tareas. Poco a poco, se involucraron más hasta que acabaron encargándose por completo de cuidar a los niños y los enfermos, cocinar, limpiar y atender el mantenimiento del refugio. El personal de la fundación, junto a conocidos de confianza, siguió a cargo de la vigilancia y la seguridad, así como de supervisar todo.
Parecía que los vídeos documentando todo tuvieron su repercusión porque cada día recibíamos visitas de diferentes medios, instituciones y empresas que querían apoyarnos. María José empezó a conceder unas entrevistas para dar a conocer las necesidades que había en el pueblo y hablar acerca de la fundación. La presión mediática jugó a nuestro favor haciendo que la empresa que instalaba las torres de telefonía por fin tomara en cuenta nuestras quejas. Los directivos prometieron que harían mejoras para que la señal fuese más estable.
Al llegar el fin de semana, ya teníamos el setenta por ciento de las casas construidas. Algunas familias empezaron a ocuparlas, por lo que mis obligaciones se aligeraron. Antes de contactar a Katheleen, hablé con mis amigas para contarles sobre mi viaje y preguntarles si estaban de acuerdo con que lo hiciera tan pronto. Aseguraron que no había problemas en cuanto a la fundación, pero se mostraron preocupadas por mi encuentro con Eric; sobre todo después de mi primer ataque de pánico. Las tranquilicé prometiendo que estaría en contacto.
Antes de irme, también hablé con Dayana. Ella seguía en el refugio, pero estaba segura de que había encontrado la forma de consumir de nuevo. Apenas le conté de mi viaje, empezó a actuar a la defensiva y a hacer comentarios sarcásticos y groseros. Sabía que toda esa mala actitud era un mecanismo de defensa para disfrazar su dolor, por lo que no lo tomé personal. Le recordé que la fundación la recibiría con gusto apenas estuviera preparada para volver. El domingo, cuando me fui del pueblo, me prometí que regresaría con una solución para ella.
Aterricé en la Capital a eso de las once de la noche. Me moría por ver a Katheleen, pero era muy tarde, así que tuve que contenerme un poco más. Abordé un taxi y le di al conductor la dirección del hotel donde Katheleen hizo una reservación para mí. Una vez llegué, me di cuenta de que había pasado por alto mis indicaciones por teléfono y optó por un establecimiento lujoso. Mi asombro mientras atravesaba la distinguida recepción no fue nada comparado con el de la primera vez que estuve frente a la que sería mi habitación. Era una suite elegante con una cama king size, una espaciosa sala con todas las comodidades, TV pantalla plana y un patio privado con jacuzzi. Salí al balcón para apreciar las luces de la ciudad. Algunos minutos más tarde, recibí una llamada de la responsable de los excesos.
—Entonces... ¿Qué te pareció? —preguntó emocionada.
—Es demasiado —dije con una sonrisa—. Te pasaste, ¿no crees?
—No es nada. Lo disfrutaremos juntas, al fin y al cabo —murmuró en voz ronca—. ¿Sabes a qué me recuerda?
—¿Al penthouse de nuestra segunda vez?
—Al menos ahora no tenemos que colarnos y salir corriendo antes de que nos descubran —bromeó un poco.
Me eché a reír a la vez que recordaba.
—Ya quiero que estés aquí —confesé.
—Mañana apenas salga del trabajo te alcanzo. Por ahora, relájate y disfruta. Por favor, cena algo —insistió—. Puedes pedir lo que quieras con servicio a la habitación.
***
Al día siguiente.
Llamé a Eric para confirmar el almuerzo. Hasta ese momento, sólo habíamos intercambiado palabras por mensajes de texto para cuadrar los detalles. Desde el otro lado de la línea, su voz sonaba más áspera y grave de lo que recordaba. Sus palabras tenían un ritmo constante y seguro. Me pregunté por qué me sorprendía, si debía tener veintiséis o veintisiete años: ya era todo un adulto. Entonces caí en cuenta de que había pasado al menos diez años desde la última vez que nos vimos.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...