Capítulo 41

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Fueron días desde el amanecer hasta altas horas de la madrugada revisando, organizando y clasificando todo tipo de archivos de actos ilegales perpetrados por Charles. Entre más hondo cavábamos, más asqueada me sentía. Teníamos más de diez carpetas divididas en ejes temáticos, entre las que había una "carpeta negra" que destinamos para la información más delicada y nauseabunda: persecución, amenazas de muerte y vinculaciones con homicidios a sangre fría. Algunos de esos archivos señalaban la participación de otros personajes de la política. Ante lo peligroso que eran esos datos, Eric aseguró que los revisaría después para determinar qué hacer con ellos. Soltar todo sin escrúpulos sería causar un revuelo mucho más grande del que pensábamos.

Los primeros días fueron tensos. En las caras largas, cansadas y fastidiadas de mis compañeros encontraba cierto consuelo: parecía que no era la única que se sentía sobrepasada por la situación. Las horas dentro de la fábrica pasaban en tortuosa lentitud. Durante extensos períodos de tiempo, lo único que se escuchaba era el tecleo constante en los computadores y el murmullo de Eric repasando asuntos legales con Bonnie. Tomábamos pausas para comer en las que intentábamos charlar un rato para mantener el ánimo, pero poco a poco los temas se fueron extinguiendo. Queríamos acabar de una vez.

Nuestro anfitrión era el único que entraba y salía de la bodega con completa libertad. Cuando regresaba, traía consigo nuevo equipo que instalaba y dejaba ejecutando; su espacio pronto se convirtió en un sofisticado laboratorio. De acuerdo a lo que me contó, tenía máquinas que redirigían el tráfico de la IP, bloqueadores de ataques cibernéticos procesadores de alta calidad y equipos destinados tanto para el envío masivo de mensajes, como para la creación de cientos de cuentas falsas en redes sociales por segundo. No había pasado nada por alto.

Eric parecía ser el único que conservaba la emoción por realizar el ataque. El resto de sus amigos, cuando menos, estaban entre agotados y preocupados. Todos se fueron a dormir en sus respectivas casas por al menos una noche, pero se quedaron la mayoría del tiempo con tal de disminuir los riesgos. Ethan y Jamie tuvieron que pedir una licencia de unos días; dijeron en sus trabajos que debían viajar y compraron tiquetes aéreos para respaldarlo. Andrea dejó a su mánager a cargo de sus redes sociales para que sus seguidores no se dieran cuenta de su ausencia. Bonnie canceló sus reuniones de la semana e incluso aplazó una audiencia. Ninguno le pudo decir a nadie dónde estaba realmente, pero a quienes más nos afectaba era a Jamie, que no podía hablar con su pareja desde el jueves, y a mí.


La incomunicación acrecentaba mi ansiedad. No sabía nada de mis amigas, de la fundación, de mi mamá, de nadie. Mi celular continuaba apagado desde el lunes. A menudo, en mi tiempo libre cuando iba al baño o comía, pasaba por la caja donde estaban los teléfonos y me quedaba viendo el mío. Una vez que el tiempo hizo de las suyas para apaciguar mi rabia, sólo quedaba la duda. Me preguntaba si Katheleen habría intentado hablar conmigo en esos días. Me rompía el corazón imaginarla triste y pensando que me había marchado sin despedirme de nuevo. Estuve a punto de aceptar la propuesta de Eric en varias ocasiones, pero entonces recordaba que podíamos estar bajo el radar de Charles por esa foto. También me preguntaba qué habría decidido respecto a su boda. El tiempo apremiaba y me abatía pensar que mi ausencia podía ser un factor decisivo.

Aunque era consciente de que entre más pasaba el tiempo, más la perdía, ahí estaba: aislándome y embotellando mis sentimientos para darle cierre a un asunto con el que supuestamente estaba en paz desde hace años. Tal vez Katheleen tenía razón. No había dejado ir a Dhasia del todo. Era hipócrita de mi parte pedirle que me escogiera sobre su carrera y su estabilidad cuando lo único que había hecho era alejarla ocultándole cosas y tratándola con indiferencia. Reconocía mi parte de la culpa, pero no hacía nada por cambiarlo.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora