Katheleen y yo nos quedamos hablando, entrelazadas, durante más de una hora. La posibilidad de expandir la fundación a la ciudad para que los chicos que estuvieran listos trabajaran en su proyecto de vida parecía tan remota e ilusoria que se lo conté con vergüenza. Ella, en cambio, me escuchó atenta. Cuando llegó su momento de hablar, me alentó a convertirlo en realidad ofreciendo posibles soluciones a todas las trabas que expuse. Sus conocimientos y su experiencia empresarial fueron de mucha ayuda. Me habló acerca de las empresas-escuelas en las que los empleados empezaban en cargos bajos sin tantos requisitos académicos y estudiaban carreras técnicas que les permitían ascender. Usualmente, estaban dirigidas a poblaciones vulnerables.
Pasadas las doce de la madrugada, Katheleen se preparó para irse. Quería que se quedara más tiempo conmigo, que durmiéramos juntas y compartiéramos el desayuno, pero no pude hacer nada. Entre tanto hablar sobre la fundación, me quedé con ganas de retomar el tema de nosotras. Sin embargo, lo último que quería era presionarla para que tomara una decisión. Se despidió con un beso y me prometió que otra noche se quedaría. Así, me quedé sola en esa habitación tan grande y llena de lujos, pero al mismo tiempo vacía y despojada de significado. Apagué las luces con el control remoto, me acosté en la esquina del colchón y me arropé para dormir.
Temprano en la mañana, me despertó un toquido en la puerta. Era el servicio a la habitación con el desayuno. Supuse que Katheleen lo había encargado antes de irse. Recibí la bandeja con huevos revueltos, tocino, una canasta con pastelería francesa recién horneada, frutas, un vaso de jugo de naranja, frutas picadas y café. Acomodé las cosas en la bandeja y comí sentada en la cama. Una vez la comida se acabó, me quedé acostada mirando hacia el techo. Agarré mi celular y le escribí a Katheleen para agradecerle y preguntarle cómo estaba. Los minutos pasaron y no recibí respuesta de su parte. Supuse que estaba ocupada, así que me dispuse a encontrar algo que hacer para distraerme. Podía salir al patio, meterme al jacuzzi, ver películas... Probé cada una de las opciones que el cuarto ofrecía, pero ninguna me hizo sentir a gusto. Terminé acostada sin hacer más que esperar a la tarde.
Eric y yo acordamos encontrarnos después del almuerzo. A las tres, recibí un mensaje de texto suyo avisándome que estaba de camino a recogerme. Salí de la habitación y me senté en el vestíbulo del hotel esperándolo. Unos minutos más tarde, me notificó que había llegado. Al salir, lo primero que vi fue una camioneta Ford plateada que llamó mi atención. La ventana se bajó revelando el rostro juvenil de quien la conducía. Me acerqué al auto y abrí la puerta. Una vez adentro, nos saludamos y tuvimos una breve charla cordial que, al cabo de un rato, culminó debido a nuestro silencio.
Aquella no era una reunión de viejos amigos como cualquier otra. Nos dirigíamos a exhumar las cenizas de su mejor amiga y mi primera novia; cenizas que enterramos ilegalmente en medio de la nada. Todo con el propósito de exponer a su padre abusador. Había un compilado de emociones de por medio: tristeza, rabia, miedo... Entre más nos alejábamos de la ciudad, más real, latente e inevitable se tornaba. Los dos debíamos enfrentar una situación que, si bien nos afectó de forma diferente, hasta ese día no nos dejaba en paz.
Con frecuencia alterné mi vista entre la pantalla que marcaba los kilómetros restantes y el camino repleto de vegetación a los costados de la carretera. Cada vez me volvía más consciente de las alteraciones que mi cuerpo manifestaba. Mis manos estaban sudando y tenía una sensación rara de vacío en el estómago. El tiempo parecía ralentizarse. Los indicadores eran claros. Temía estar a punto de tener otro ataque de pánico, pero traté de focalizar mi atención en otras cosas. Pensar demasiado usualmente lo empeoraba.
Al desviarnos de la carretera principal y tomar el camino definitivo, me entró una llamada. Observé el nombre de Katheleen en la pantalla esperando a que desapareciera. Si de por sí me sentía mal ignorándola, mi sentimiento de culpa se agudizó cuando vi que seguía insistiendo y ahora Eric me miraba de reojo con curiosidad.
ESTÁS LEYENDO
SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...