Los días pasaron y no supe nada más acerca de Marianne. Intenté llamarla tres o cuatro veces, pero se redirigía al buzón de mensajes de forma automática. Parecía que tampoco recibía mis mensajes de texto. Supuse que eso había sido todo. Entre más trataba de apartarla de mis pensamientos, más se empeñaba en regresar. En mi apartamento, en el trabajo, en medio del tráfico... No importaba dónde estuviera o qué hiciera; allí estaba ella, rumiando en mi mente. Una sensación de vacío en el estómago e inquietud aparecía poco después.
El sentimiento de abandono volvía como un viejo conocido. Ya lo había vivido con ella varios años atrás. No era la primera vez que desaparecía sin despedirse, pero esta vez era diferente. Esta vez había pasado años erigiendo murallas alrededor de mi lado vulnerable para evitar que algo así sucediera de nuevo. Estaba preparada para eso. Aun así, logró burlar mis defensas y hacerme sentir de nuevo como la niña de veinte años que dejó botada. Así que sí, estaba enojada.
Detestaba regresar a mi apartamento, tras un largo día de trabajo, y recordar todas esas cosas que hicimos en la cocina, en mi habitación y en la sala. Detestaba que, en las mañanas, me lo pensara dos veces antes de hacerme mi café expreso habitual y me sorprendía buscando formas de preparar té para que supiera mejor. Detestaba que incluso entre los brazos de Alejandro, cerraba los ojos y la imaginaba a ella; al principio como algo involuntario, y luego como método desesperado para sentirme a gusto. Pero, por sobre todas las cosas, detestaba la incertidumbre. Detestaba quedarme de nuevo con enigmas, piezas de rompecabezas y preguntas sin resolver.
El poco tiempo que tenía libre lo utilizaba para investigar a Eric Vineyard, el hombre que me encontré en el museo. Resulta que era bastante famoso por haber creado una serie de aplicaciones que se volvieron virales entre los adolescentes. En internet había decenas de artículos, noticias y entrevistas que hablaban sobre su éxito. Pasé días intentando establecer una posible conexión entre Marianne y él hasta que encontré una pista sugerente. La familia de Eric trabajaba en la política; justo como el padre de Dhasia, la ex novia de Marianne.
Busqué acerca del colegio donde estudió y me encontré con un registro virtual de los anuarios. En las fotos del curso completo solía aparecer Dhasia, pero nunca estaban juntos. Era extraño, pero supuse que eran amigos. Era una coincidencia muy grande que conociera a Marianne y que también estudiara con su ex novia. En cuanto a los números que estaban en la parte de atrás de la tarjeta, no tenía idea de qué podían significar. 52, 16, 27, 69 y 33, seguidos por una raya y un signo de interrogación. Debía ser algo importante, ya que sonaba bastante serio cuando me pidió que se la entregara.
A menudo me preguntaba por qué me afectaba tanto su ausencia y por qué era tan importante para mí resolver esas incógnitas. Cuando Marianne y yo discutimos, estaba segura de las palabras que le dije. Pensaba que no sentía nada por ella y que, cuando por fin volviera al pueblo, mi vida retomaría su curso normal. No obstante, era todo lo contrario. Las reuniones con la Junta Directiva, mi organizadora y los clientes parecían transcurrir en segundo plano y yo actuaba como en piloto automático. En mi cabeza, la recordaba todo el tiempo.
Ese día en particular, estábamos en el salón de conferencias de la empresa realizando una ceremonia para oficializar la asociación con la fundación cristiana Granitos de Mostaza. El público estaba constituido por accionistas de la Junta Directiva, reporteros, el pastor John quien dirigía la institución y su vasto cuerpo de voluntarios. Katherine estaba en el podio, junto al pastor, recitando un discurso. Como lo único que importaba era obtener una buena nota de prensa, se explayó contando que gracias a Habib y Asociados se construirían seis comedores para personas en situación de calle; estos estarían distribuidos en puntos estratégicos de la ciudad. No pude evitar pensar cómo habría sido si hubiese seleccionado a Sinestesia en su lugar.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomantizmA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...