Debía estar fuera de mis cabales, pero habiendo dejado escalar las cosas a ese nivel, no podía, ni mucho menos quería, dar vuelta atrás. Agarré su mano y la llevé hasta el sofá. Una vez allí, le di un empujón haciendo que quedara recostada en el espaldar. Me senté en su regazo justo como había estado deseando hacerlo hace más de una hora. La miré desde arriba: ella observaba mi cuerpo con una apreciación y un anhelo que no disminuía a pesar de que ya me había hecho venir. Sus manos me agarraban como si en cualquier instante pudiera desaparecer. Eso me excitó más de lo que ya estaba, así que me lancé a su boca.
Había algo verdaderamente adictivo en la sensación de sus labios suaves, el contacto de su piel desnuda y cálida, y la forma en que me tocaba. No quería separarme de ella. No quería que la noche acabara. Pese a ello, era consciente de que, por fuera de esas cuatro paredes, nuestros mundos tan opuestos nos esperaban; muy pronto, la realidad tocaría la puerta. Al menos por esa noche, quería cogerla como nunca antes me había cogido a alguien. Esa vez, en mi apartamento, a solas y con un par de horas libres, no me iba a quedar con ganas de nada.
Besé su cuello subiendo hasta su oído a la vez que acariciaba sus senos. Sus pezones erectos rozaban la palma de mi mano con firmeza; de sólo imaginar cómo estaba más abajo, se me hacía agua la boca. Deslicé mi mano por su abdomen, evadiendo su vagina a propósito, y detuve el recorrido en sus piernas. Con mi mano libre, acaricié su nuca en dirección ascendente hasta abarcar unos mechones de su cabello. Jalé hacia atrás obligándola a verme. Entonces pasé las yemas de mis dedos por la parte interior de sus muslos.
Marianne cerró sus ojos sumergiéndose en la sensación. Aproveché para contemplar sus facciones sin culpa. Sus labios rosados, sus cejas pobladas, su piel de porcelana... Podía jurar que el tiempo no pasaba para ella porque se veía igual que en mis recuerdos. No es de extrañar que me hubiese vuelto loca por esa chica años atrás. Me acerqué para besarla a la vez que mi mano se aproximaba a su entrepierna. Cuando por fin llegué a su vulva, soltó un gemido que se fusionó con el mío en perfecta sincronización. Sentir sus labios vaginales, rebosados por sus fluidos, hicieron que me estremeciera.
Una vez mis dedos quedaron bien lubricados, coloqué el anular e índice arriba de su clítoris y empecé a estimularlo dibujando pequeños círculos. Ella me lo agradeció abriendo sus piernas lo más que pudo y gimiendo en mi oído. Me apoyé en mis rodillas y me alcé para tener mejor alcance. Marianne aprovechó para tocar mis senos y chupar los pezones. Evoqué una sonrisa mientras aumentaba la velocidad de mi mano. Antes de que me diera cuenta, empecé a mover mi cuerpo al mismo ritmo de mi mano, pero frotándome contra su pierna. Ella me ayudó en mis movimientos agarrando mi culo.
En medio de eso, volví a observarla: sus mejillas estaban rojas, su ceño fruncido, su cabello despeinado y su boca entreabierta. Esa vista me llevó de nuevo a un pasado no tan lejano donde, así como ahora, nuestros cuerpos no dejaban de buscarse. Un sentimiento abrumador me invadió por completo. Era una especie de nostalgia mezclada con algo de dolor y rabia... Algo que hacía unos años no sentía. Sacudí la cabeza recordándome que esa vez yo tenía el control.
—Acuéstate en el piso —le ordené.
Algo confundida, me obedeció. Se acostó sobre la alfombra que le señalé. Me ubiqué arriba de ella en posición de gateo. Liberé mi mano derecha para pasarla por el orificio de su vagina. Marianne acarició mi rostro y me dedicó una suave sonrisa que se borró apenas empecé a penetrarla. Sus gestos pasaron a convertirse en la máxima expresión de lujuria y placer. Sus uñas estaban clavadas a los lados de mi cuello y su mirada, casi que amenazante, rogaba que no me detuviera.
Bajé la mirada y me encontré con la imagen de mis dedos mojados entrando y saliendo de su interior a toda velocidad. Mordí mis labios ante esa majestuosa escena que, asimismo, estaba acompañada por el descarado sonido de choque y sus gemidos cada vez más desatados. Observé a mi alrededor: aún no podía creer que todo eso estuviera ocurriendo en mi apartamento, en mi sala de estar y en el tapete que mandaba a lavar con tanto cuidado cada mes. En el vaivén, Marianne agarró mi cara y me obligó a verla de nuevo.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...