Capítulo 18

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Desperté bocarriba en una habitación distinta a la mía. Alejandro estaba durmiendo a mi lado, con su brazo reposando en mi abdomen y abrazando mi cintura. Miré hacia el techo durante unos minutos que se sintieron eternos; debía ser temprano todavía. Agarré su brazo con cuidado de no despertarlo y lo apoyé en la cama. Con el mismo sigilo, me puse de medio lado para observar a través de la ventana. Entonces me abrazó por la espalda y se acomodó.

—Buenos días —dijo con voz ronca.

—Buenos días. Estaba a punto de levantarme —me escurrí de sus brazos y me senté en el borde de la cama.

—¿Siempre tienes que levantarte temprano?

—Es un mal hábito. ¿Tienes café?

Asintió todavía somnoliento.

El suelo estaba frío. Busqué entre su ropa, regada por todos lados, hasta encontrar mis pantuflas. Salí del cuarto y fui a la cocina. Había platos sucios acumulados en el lavavajillas desde hace días. Abrí una de las gavetas y me encontré con una suerte de Tetris hecho de pocillos, platos hondos y platos llanos. Saqué los trastes para poder alcanzar la cafetera que estaba detrás. La encendí y mientras el café se hacía, me dispuse a organizar los platos como debía ser. Terminé lavando los que estaban sucios y acomodándolos para que escurrieran.

—Iba a llamar a la señora de la limpieza —se excusó. Me giré para verlo: estaba recostado en la pared sin camisa y en ropa interior.

—No es nada del otro mundo si no dejas que se acumule.

Ignoró mi comentario y sacó de la alacena algunas cosas que dejó sobre el comedor sin menor cuidado. Serví el café en dos tazas y me senté con él. Entre nosotros había una bolsa con tostadas y frascos de mantequilla de maní y mermelada. Alejandro agarró un cuchillo y se preparó una tostada con un poco de ambas. Limpió el cubierto con su lengua y lo colocó en la mitad de la mesa. Le di un gran sorbo a mi café expreso y agarré un cuchillo nuevo.

—Esto es bueno —comentó con la boca llena—. Deberías mudarte antes de la boda. Hace mucho que partimos ese pastel —mordió su tostada dejando caer migajas en el suelo.

—¿Mudarme aquí? ¿Venir a vivir... contigo?

Soltó una carcajada como si hubiese dicho una broma.

—Eso es lo que las parejas hacen, Kathe.

—¿Y qué voy a hacer con mi apartamento?

Se encogió de hombros.

—Puedes venderlo.

—Pero...

—El mío es más grande. O podemos comprar una casa.

—Espera, espera... ¿Qué?

—¡Oh, mierda! —exclamó a la vez que observaba su celular—. Me olvidé del brunch de Carla y Sebastián —le dio un buen bocado a su tostada y tomó un gran sorbo de café—. ¿Vamos?

—¿Tengo que acompañarte? —hace semanas que estaba ignorando esa invitación. Sebastián era su mejor amigo y Carla era su esposa. No me gustaba salir con ellos ya que eran demasiado pretenciosos para mi nivel de tolerancia. Sus poros transpiraban privilegio.

—Es la revelación del sexo del bebé. Y somos los padrinos.

—No tengo ropa aquí —me excusé.

—Tenemos que comprar el regalo. Puedes mirar algo para ti.

Suspiré resignada.

—Yo me baño primero.

—¿Puedo acompañarte?

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora