Estaba teniendo el peor día de todos. Primero, mi suegra me asignó una reunión con un contratista que resultó siendo un tipo misógino y usurero. Entre palabras condescendientes sugería que yo, la gerente de la mejor empresa del país a cargo de proyectos públicos y privados en el sector de bienes raíces y turismo, no sabía nada acerca de costos de construcción. Ante mi postura firme, insistió en que quería hablar con el vicepresidente de la compañía; según él porque "así se entenderían mejor". Una hora más tarde, tuve que reunirme con los directores de cada departamento para discutir los resultados del trimestre pasado. Como era usual, algunos utilizaron el espacio para lanzarse indirectas entre ellos y pedir más presupuesto. Ahora, como cereza en el pastel, frente a mí estaban sentados Alejandro y la organizadora intentando convencerme de que no había forma de aplazar la boda.
—Esto es un desastre —dije de brazos cruzados.
—Ya han confirmado doscientas personas, Katheleen —respondió Emily con un tono impaciente. La chica no paraba de agitar su pierna bajo la silla—. A este punto no nos podemos echar para atrás.
—Te di permiso para escoger la decoración y el cáterin; no para decidir la fecha de mi propia boda —suspiré y miré a mi prometido—. ¿Y tú cómo pudiste pedirle a Sara que te diera el acceso a mi correo electrónico... ¡el corporativo!?
—Salgamos de eso de una vez, Kathe —dijo de lo más tranquilo.
—No tienes de qué preocuparte —aseguró Emily—. Verifiqué tu ciclo para que no tengas sorpresas ese día.
—Como si que me venga el período ese día fuera la mayor de mis preocupaciones —espeté. Alejandro contuvo una risa mientras que yo torcía los ojos; entonces volví a enfocarme en la chica—. Debe haber algo que podamos hacer. Ya hemos cancelado la boda dos veces y no fue el fin del mundo.
—Cuando sólo conocían la fecha el personal del hotel, familiares y amigos cercanos —me corrigió—. Esta vez hay más de cuatrocientas invitaciones circulando. Muchos ya reservaron en aerolíneas y hoteles. Incluso hay varias revistas interesadas en cubrir la boda.
—¿Y de quién es la culpa?
Le reproché con una mirada fulminante que me respondió con un gesto parecido, aunque disimulado. Se notaba que estaba perdiendo la paciencia conmigo, pero su profesionalismo la mantenía en raya.
—¿Por qué no te dejas llevar como las demás novias?
—Porque no soy una esposa trofeo.
—Señoritas, señoritas —Alejandro intervino a tiempo—. ¿Por qué no nos tomamos un descanso? —ninguna de las dos respondió, por lo que continuó hablando—. Emily, ¿me podrías permitir unos minutos con mi prometida?
—Toda tuya —tomó su cartera y salió de la oficina.
—¿Qué sucede, Kathe? —me preguntó en tono tranquilo—. Desde el principio hemos planeado todo como tú has querido. La locación, nuestros atuendos, el entretenimiento... Te has encargado de opinar hasta en lo más mínimo. Sólo dime qué hace falta y te lo consigo.
Deseaba tener una respuesta para esa pregunta. Alejandro me pidió matrimonio hace dos años. Tuvieron que pasar siete meses desde ese momento para que lo tomara como un hecho y empezara a planificar. Tuve tres organizadores; a unos los despedí y otros se cansaron de mí. Emily era la cuarta: demasiado testaruda para renunciar y demasiado buena en lo que hacía como para que la despidiera. Ella llevaba cinco meses trabajando conmigo y, aun así, sentía que no era suficiente.
—No lo sé, Alejandro —murmuré mirando hacia el suelo.
—¿Sigues enojada porque no te acompañé al pueblo ese?
ESTÁS LEYENDO
SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...