Capítulo 13

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Desde ese primer segundo en el que mis labios se encontraron con los suyos, cada parte de mi cuerpo sintió ese beso. Fue suave, pero intenso y arrollador. La suavidad de sus labios, el sabor de su boca, su lengua tibia y húmeda... Simplemente me robó el aliento cuando se separó. Nos miramos a los ojos en completo silencio, pero entonces Katheleen me agarró de la blusa, me llevó de regreso a la cama y me tumbó contra el colchón. Se sentó sobre mi regazo y enseguida buscó mi boca para besarla con mayor afán.

No podía creer lo que estaba sucediendo. Después de tantos años, estaba besando esa misma boca cuyo recuerdo me mantuvo en vela durante varias madrugadas. Como si se tratase de uno de mis sueños indecorosos, ella estaba encima de mí, moviéndose con la seguridad de una diosa y comiéndome a besos como si nada más existiera fuera de esas cuatro paredes. Yo, en cambio, estaba paralizada. Mis manos sostenían su espalda con anhelo, pero estaba asustada de dar cualquier paso en falso que pudiera llevarla a arrepentirse. Justo cuando estaba empezando a convencerme de que eso no iba a suceder, interrumpió nuestro beso de forma abrupta y se separó.

La oscuridad hacía difícil contemplar sus gestos, pero estaba casi segura de que el momento de entrar en razón había llegado, al menos para ella. Esperé en silencio temiendo lo peor. De repente, Katheleen me abrazó con fuerza. La rodeé con mis brazos con la misma entrega y acomodé mi cabeza entre su hombro y su cuello. Cerré los ojos y aprecié, mientras podía, el aroma que su piel emanaba.

-Deberías detenerme -murmuró.

Negué con la cabeza.

-No es justo que me pidas eso.

-¿Por qué?

-Porque nunca antes había tenido tantas ganas de hacer esto como ahora contigo -susurré en su oído-. No sabes cuánto te deseo.

Trazó un camino de afanados pero tortuosos besos en mi cuello. Al llegar a mi oído, se detuvo para responderme.

-Una sola noche -se separó poniéndole un fin al abrazo. Ahora estábamos frente a frente-. Por los viejos tiempos.

Coloqué mis manos alrededor de su nuca y acaricié los rebeldes mechones de cabello que yacían detrás de sus orejas. Su piel estaba caliente y su respiración cada vez más acelerada. Sentí cosquillas en mi estómago al saber que yo estaba provocando eso.

-Por los viejos tiempos -evoqué una sonrisa.

La llevé hacia mi boca de nuevo. Nos fundimos en un intenso y apasionado beso, uno que le rendía cuentas a todos los que nunca nos pudimos dar. Nuestros labios se movían en perfecta sintonía mientras que nuestras lenguas irrumpían sin cortesía alguna. Katheleen, todavía arriba, se acomodó de tal forma que su pierna rozara mi entrepierna y empezó a moverse hacia adelante y atrás con delicadeza. Aquel roce fue suficiente para hacerme perder los estribos. Deslicé mis manos por su espalda acentuando cada una de sus curvas y me detuve para agarrar sus nalgas: no quería que se detuviera.

En medio del frenesí, Katheleen se separó para tomar aire y dejar escapar un gemido. Aproveché el espacio entre ambas para abrir los botones de su pijama; me pareció que en el afán había arrancado uno, pero poco me importaba en ese momento. Cuando estaba por soltar los últimos botones que abrigaban su pecho, agarró mis manos y las apartó de su cuerpo. Las suyas, en cambio, se colaron bajo mi camisa sin pedir permiso. Desesperada, intenté desvestirla otra vez. No podía encontrar lo que me faltaba por abrir, así que agarré los extremos de la blusa y jalé hasta que la tela cedió. Se escuchó el sonido de unos botones rodando en el suelo, pero no le prestamos atención.

Arropé sus senos desnudos con mis manos hambrientas de sentirla. Solté un suspiro apenas sentí sus pezones duros rozando mi piel. Ella se acostó sobre mí impidiendo que continuara tocándola y se acercó como si me fuera a dar un beso, pero se detuvo a unos centímetros. Evocó una sonrisa arrogante ante mi boca entreabierta y esperándola. Estaba presumiendo del control que tenía sobre mí. Sin embargo, los papeles se voltearon cuando la tomé de la cintura y ejercí un poco de fuerza hasta quedar encima de ella.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora