Estaba en la entrada de la feria llamando a Alejandro como loca. Se suponía que nos encontraríamos antes de que los organizadores dieran paso a los visitantes, pero no veía su figura en cuarenta metros a la redonda. No era la primera ni la segunda vez que llegaba tarde a algo importante. Para ser honesta, estaba acostumbrada a eso, pero en esa ocasión estaba enojada porque me prometió que iba a estar a tiempo. Tenía demasiado trabajo esperando en mi oficina y no podía darme el lujo de perder más tiempo.
—¿Dónde carajos estás? —resoplé con fuerza al escuchar que mi llamada se iba a buzón de mensajes.
—Ya llevamos quince minutos esperándolo —David se acercó para decirme; se estaba impacientando—. ¿Por qué no vamos empezando? Hay mucho por recorrer y tenemos poco tiempo.
Guardé el celular en mi bolso y me acerqué a Amelia, la directora de Publicidad. Era una chica de veinticuatro que, pese a su edad, tenía una maestría en Marketing Digital y poseía muchas habilidades en su campo. Me recordaba un poco a mí misma, pero sólo la conocía en el ámbito laboral, así que mantuve mis reservas.
—¿A dónde vamos primero? —le pregunté.
—¿Qué tal... —miró a su alrededor— allá?
Giré hacia la dirección que su mano señalaba. Me encontré con un puesto que, en lugar de tener afiches informativos, tenía cartulinas con fotos, colores y unos cuantos párrafos de texto. Mi primera impresión era que tenía que ver con niños, pero aun así lucía disonante.
—¿Hablas en serio?
Se encogió de hombros.
—Puede que se vea poco profesional, pero sobresale entre el resto. A fin de cuentas, es lo que buscamos en publicidad.
—Yo diría que tiene cierto toque íntimo —añadió David—. Vale la pena acercarse a escuchar qué tienen por decir.
—Está bien. Vamos.
Nos dirigimos al puesto. A medida que me acercaba, pude distinguir mejor a la mujer que estaba detrás del stand: tenía el cabello marrón con reflejos rubios, ojos negros y facciones marcadas. Nos sonrió con amabilidad. Alcancé a saludarla con un "buenos días" cuando del otro lado de la mesa vi que apareció alguien más.
—¿Marianne? —solté sorprendida.
—Katheleen... —no lucía tan atónita como yo.
Nos quedamos en silencio durante unos segundos.
—Dos veces en una semana —atinó a decir con cierto nerviosismo en su voz—. Debe ser un récord.
—Esta ciudad es tan grande y a la vez parece un pañuelo —intenté actuar de forma profesional, así que me giré para ver a la otra mujer y ofrecerle mi mano—. Mi nombre es Katheleen Moncrieff. Soy gerente de la empresa Habib y asociados. Él es uno de nuestros empleados de Recursos Humanos y ella es la directora de Publicidad y Mercadeo.
Empezaron las rondas de presentaciones. Mientras estrechaban sus manos, yo tenía mis ojos puestos sobre Marianne. Estaba tan absorta que no podía dejar de verla. Pronto se formó un silencio incómodo; tanto ellas como mis empleados esperaban a que dijera algo. David era el único que sabía lo que me pasaba, así que tomó la palabra.
—¿Por qué no nos hablan un poco sobre la fundación?
—Claro —María José empezó a hablar; me esforcé por enfocar mi mirada en ella y escucharla con naturalidad—. Bueno, principalmente ofrecemos apoyo psicosocial a personas con problemas de consumo de sustancias psicoactivas. Solemos trabajar con chicos muy jóvenes que nacieron en medio de un contexto socioeconómico vulnerable.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...