Las tres se pusieron de pie apenas nos vieron. Por la forma en que estaban ubicadas, Marianne fue la primera en recibirnos. Mientras me acercaba, le eché un disimulado vistazo: estaba utilizando una camisa negra, un pantalón del mismo color y zapatillas blancas. Una chaqueta de jean estaba amarrada en su cintura, probablemente debido al calor. Le di un obligado beso de mejilla y saludé al resto.
—En diez minutos una chica de la fundación vendrá por nosotros. Su caso es bastante prometedor —dijo María José.
Miré de reojo a mis empleados. David se veía interesado e, incluso, hizo una pregunta que no pude escuchar porque mi atención se desvió a mi teléfono, el cual no paraba de vibrar. Alejandro estaba llamando. Traté de ignorarlo y unirme a la charla, pero ya me había perdido una buena parte de los detalles. Cansada de la insistencia de mi prometido, me excusé para retirarme y contestar de una vez.
—¿Qué es lo que quieres?
—Saber de ti —tenía ese molesto tono dócil que usaba adrede cada vez que discutíamos.
—Pues yo no quiero saber de ti.
—Vamos, Katheleen. No es para tanto.
—No, Alejandro. Tengo razón. Prometiste que me acompañarías, pero como tu mamá te pidió que te quedarás... —exhalé con fuerza—. ¿Sabes qué? No importa. Puedes ir dónde quieras con quién quieras y hacer lo que te dé la puta gana.
—Mi amor...
—Aún no he terminado —lo interrumpí—. Dile a tu madre que le cobraré cada hora que pase fuera de la Capital incluyendo los recargos y cada peso que gaste. Puede que me subestime, pero no sabe cuánto vale una hora de mi trabajo —colgué la llamada y apagué el celular de una vez por todas para que no me volviera a molestar.
Seguido a esto, me dirigí al primer puesto de comidas que vi para abastecerme de café. Con mi expreso doble en mano, regresé a donde estábamos y descubrí que teníamos compañía. Una chica de apariencia juvenil, con piel trigueña, ojos achinados y una larga cabellera negra se encontraba sentada al lado de Marianne.
—Dayana, ella es Katheleen, la gerente —María José nos presentó.
—Katheleen Moncrieff —extendí mi mano. Ella se la quedó viendo por unos segundos, como dubitativa, pero acabó tomándola.
En cuanto noté algunas cicatrices de cortadas en sus brazos, aparté la mirada de aquella zona y fingí una sonrisa. Una vez nos separamos, tomamos nuestras maletas y caminamos hacia el parqueadero. Allí nos esperaba una vieja minivan con lodo seco y polvo en las llantas. María José guardó nuestro equipaje en el baúl mientras que Daniela nos abría la puerta. Mis empleados y yo nos sentamos en los asientos del medio, la pareja ocupó los de atrás y Dayana y Marianne se ubicaron en el de piloto y copiloto respectivamente. La chica empezó a manejar.
—Pensé que Alejandro nos acompañaría —comentó Daniela.
—Oh, él tuvo que quedarse por una reunión —mentí.
—¿Quién es Alejandro? —preguntó la chica.
—El vicepresidente de la empresa... y mi prometido.
—Es una lástima —movió la palanca de cambios y colocó su mano sobre la rodilla de Marianne. Ella, de inmediato, se la quitó.
—Concéntrate en el camino —le reprochó en voz baja.
—Será un fin de semana interesante —María José murmuró.
—De eso no me cabe duda.
***
Estuvimos recorriendo la carretera principal por al menos una hora y treinta minutos durante los cuales David y María José se la pasaron charlando sobre la fundación. Supuse que se llevaban tan bien porque los dos eran psicólogos y podían hablar a rienda suelta de sus cosas. Amelia intentó seguirles la conversación, aunque sólo para tomar notas en su cuaderno. Yo, en cambio, pasé la mayor parte del tiempo viendo la puesta de sol a través de mi ventana. A veces, como si fuese un viejo hábito, me descubría desviando la mirada hacia Marianne, quien tenía los ojos cerrados y estaba disfrutando de la brisa.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...