El ambiente en la casa continuó igual de tenso que el día anterior. Aunque tratamos de mantener la rutina en cuanto a las tareas, terapias y actividades grupales, los chicos estaban bastante dispersos. Nosotras procuramos mantener la compostura frente a ellos, pero la verdad era que nadie podía actuar como si nada hubiese pasado. Dayana era parte activa de la fundación: era una buena compañera, siempre estaba al pendiente de todos y se ofrecía a apoyarnos más allá de sus quehaceres domésticos. Es por eso que, pese a las insistentes recomendaciones de mis amigas, decidí ir a hablar con ella.
Javier, su ex novio, vivía en las afueras del municipio: junto al río, pero en el lado opuesto a la carretera principal. Aquella zona no era segura de transitar ya que allí vivían muchas personas en situación de pobreza extrema. Era bien sabido que algunos se dedicaban a vender droga dentro y fuera del pueblo, por lo que mi reputación no sería de ayuda. Debido a ello, tuve que pedirle el favor a Mario, un conocido cercano, que me llevara y pasara a recogerme.
Desde el primer segundo en que nos adentramos en esa zona, sentí pesadez en la atmósfera. Miré a mi alrededor con mayor detalle. Las casas en su mayoría estaban construidas con tejas de aluminio, restos de madera y acero. La calle no era más que una trocha estrecha y destapada donde apenas cabía la moto. No había nadie a la vista y el silencio predominaba. Sin embargo, pude sentir la mirada de algunos residentes desde el interior de sus casas. Mario se detuvo al comienzo de un callejón y me señaló dónde se estaba quedando Dayana. Le pedí que volviera por mí en una hora.
Una vez quedé sola, tomé un respiro y me dispuse a hacer lo que había ido a hacer. Caminé varios metros adentrándome en el callejón; tuve que esquivar el alambrado que me llegaba casi a las rodillas para acercarme a la casa. Toqué la lámina de la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido. Desde el interior, Dayana me preguntó quién era con voz de fatiga. Cuando supo que se trataba de mí, encontró fuerza para lanzarme una tanda de insultos. No iba a ceder así de fácil.
Me senté en el suelo, por lo que quedaba de hora, esperando a que Mario regresara por mí. Hice lo mismo durante cinco días de seguido. Tuve que aguantar sus insultos una y otra vez, al igual que las miradas hostiles de varios lugareños. En un par de ocasiones incluso tuve que quedarme bajo la lluvia, protegida por un pequeño techo de aluminio que no alcanzaba a cubrir mis pies. Toda esa situación al principio era intimidante, pero entre más pasaba el tiempo, más determinada estaba a seguir regresando hasta que Dayana hablara conmigo. Pese a que no recibía más que palabras groseras y amenazas, podía sentir que ella se estaba ablandando. Tenía la esperanza de que pronto abriera.
El sexto día transcurrió como los anteriores, salvo porque faltando unos minutos para irme, decidí insistir más. Como era usual, no tuve respuesta, así que caminé en dirección a la calle preparada para irme. Unos metros más adelante, escuché movimiento dentro de la casa. Me volteé esperando que fuese Dayana. Entonces la puerta se abrió de un solo golpe chocando contra la otra lámina de aluminio y causando un estruendo. El perpetrador era su ex novio. Javier, a leguas alterado, se acercó a toda prisa. Dayana corrió detrás intentando detenerlo. Por la conducta errática de ambos, su actitud hiperalerta y sus ojos saltones, era evidente que estaban consumiendo alguna droga pesada.
—¿Qué es lo que quieres? —me agarró de la camisa y me zarandeó.
—No quiero problemas contigo —respondí en un tono calmado y miré por encima de su hombro. Dayana se veía asustada.
—¿Entonces qué mierda haces en mi casa?
—Sólo quiero hablar con ella.
Él frunció el ceño y apretó los dientes.
—No queremos que vengas más.
—Con todo respeto, quisiera escucharlo de ella.
—¿Es que no entiendes? —apretó sus puños.
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SERENDIPIA PARTE III: KATHELEEN
RomanceA veces el amor germina de formas misteriosas. Cuando la conocí, era una nómada incorregible que arrastraba consigo como único equipaje sus penas y pesares; algunos de ellos, con nombre propio. En mi bagaje emocional no había espacio para nada más...