Capítulo 3

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Apenas me desperté, lo primero que hice fue apresurarme a agarrar mi celular. Después de haberme pasado todo el día anterior revisando mi bandeja de mensajes, finalmente tenía uno. Una corriente de calor recorrió mi espalda cuando noté que el número remitente era el de Katheleen. Contrario a todas mis predicciones, ¡me había respondido! Mi estómago se revolvió de inmediato. Estaba tan nerviosa que en un principio no me atrevía a abrir el mensaje. Temía encontrarme con un vete a la mierda o algo parecido. Sin embargo, si había algo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo, era buscarla. Me tomó años armarme de valor. Lo que menos podía hacer ahora era leer su respuesta.

Mi confusión fue grande al encontrarme un mensaje con faltas de ortografía, espacios y signos de puntuación que sobraban, y letras que no correspondían. Las especificaciones mostraban que el mensaje fue enviado a las tres de la madrugada. Llegué a considerar la posibilidad de que ese número ya no fuese suyo y que alguien estuviera jugándome una broma. Pese a aquellos mensajes, la respuesta era clara y directa: aceptó que nos encontráramos. Y no sólo eso: me estaba diciendo el lugar y la hora. Nos veríamos a las dos de la tarde en una cafetería que, a partir de sus errores tipográficos, supuse era un Juan Valdez.

Cuando salí de mi asombro y caí en cuenta de que era esa misma tarde, me levanté de la cama como alma que lleva el diablo. Empecé a dar vueltas en la habitación en un estado entre la alegría, la ansiedad y la preocupación. Mi cabeza estaba siendo hostigada por un torrente de preguntas. ¿Debía confirmarle? ¿O volver a escribir era muy osado? ¿Cómo me iba a tratar? ¿Y cómo debía tratarla yo?

Los toquidos en la puerta interrumpieron mis pensamientos. —Adelante —dije sin parar de jugar con mis manos.

Mis amigas entraron a la habitación.

—¿Todo bien? —Daniela no tardó en notar mi nerviosismo. Atiné a señalarle mi teléfono y ella enseguida entendió a qué me refería. Se apresuró a agarrarlo y revisar los mensajes—. ¡Dios mío! —exclamó emocionada—. ¡Te respondió!

—¿Ves que no fue tan malo? —María José, quien antes leía desde el hombro de su esposa, le quitó el aparato para ver mejor. Tras unos segundos, arrugó la cara—. Ugh, pareciera que estaba borracha.

Daniela lo examinó con mayor detenimiento.

—Oh, sí. Definitivamente lo estaba.

—Sabía que algo andaba mal —murmuré.

—¡Oye! —Daniela puso su mano en mi hombro—. Dijo que sí. —¿Y si se arrepiente y me deja plantada?

—No te anticipes —María José trató de animarme.

Nosotras tres, mejor que nadie, conocíamos el patrón de conducta de una persona bajo el efecto de alcohol o drogas. Si Katheleen no me respondió a lo largo de la tarde y lo hizo estando borracha, era muy probable que se arrepintiera después. Además, ella no me debía nada. Fácilmente podía decidir ignorarme y no ir a nuestro encuentro.

—No le des muchas vueltas al asunto —finalizó.

—Trata de distraerte un poco hasta esa hora. Majo y yo iremos a comprar unos blazers para la reunión. Ven con nosotras —me dio un codazo—. De pronto encuentras algo bonito para usar más tarde.

—Vale —accedí—. Voy a darme una ducha rápida. —Te esperamos abajo.

No era la clase de persona que disfrutaba ir de compras, y mucho menos si se trataba de hacerlo en compañía de ellas. Mis amigas solían dar vueltas antes de comprar algo porque debían asegurarse de que no había algo mejor en los otros almacenes. Yo, por el contrario, cuando veía algo que me gustaba, me lo llevaba enseguida. Sin embargo, en aquella ocasión, la alternativa era quedarme sola en el hotel, entre esas cuatro paredes, viendo las manecillas del reloj moverse. Era casi que seguro que enloquecería antes de las dos de la tarde.

SERENDIPIA PARTE III: KATHELEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora