Capítulo V

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Maximiliano

Dejo la habitación por la mañana temprano sin ganas de apartarme de su lado. Había imaginado por años lo que sería volver a tenerla desnuda para mí, dispuesta a complacerme y hoy por fin estaba terminando con esa tortura.

Fue mejor de lo que me imaginaba.

Su cuerpo gira sobre las sábanas y debo pensar en cubos de hielo para no volver a follarla. Volver a probarla fue mi propia condena y es que ella es… no se puede describir con palabras lo que es.

Intentar hacer las cosas bien para alguien como yo no es fácil, pero lo había medio logrado y necesitaba una recompensa.

En realidad, no quise contenerme más, no podía hacerlo después de lo bien que sus labios se sintieron sobre mi verga.

—¿Por qué sales como un ladrón?

La figura de Alexander se alza del otro lado y me dan ganas de volarle la cabeza con sus intromisiones.

—¿Qué no tienes casa?

—Si – se encoje de hombros. —Pero tu hermana se molesta si estoy con Lí…

Se calla cuando lo miro mal.

Y es que el simple hecho de que quiera poner sus manos sobre mi hermanita es algo que todavía no logro procesar.

—Lo siento – se disculpa.

No tendría que hacerlo ya que tal cosa comienza a alzar un muero entre nosotros, muro que no puede existir, muro que amenaza con borrar la confianza que hemos construido por años.

—¿Trajiste lo que te pedí?

Asiente tirándome el juego de llaves que atrapo en el aire.

El viaje al viñedo no es por mero placer ya que demás esta decir que no puedo perder el tiempo en tonterías, pero es necesario después de haber recibido esa llamada.

—Trasladaré lo primordial al segundo laboratorio – informa.

—¿Y los dobles?

—Ya están viajando para acá – avisa. —Los mataran pensando que son los mellizos.

Eso me quita un peso de encima, uno muy enorme. Lo lamento por los niños esos, pero son ellos o mis hijos y a los míos nadie vuelve a tocarle un pelo.

—Gracias por ocuparte de todo.

—No tengo nada mejor que hacer – suelta con cinismo, como si comandar Sicilia no fuese “algo para hacer”. —¿Cuándo nos vamos a Tokio?

La facilidad con la que se desprende de sus obligaciones es algo que envidio ya que también quisiera tener un hermano que me ayude.

Lástima que el mío solo me traiciono de todas las formas posibles.

—El lunes a primera hora.

—Le avisaré a Exequiel para que este al tanto – saca el teléfono y lo detengo antes de que marque el número.

—Azul insiste en quedarse – hablo conteniendo los celos. —¿Tienes alguna casa, finca o algo para que se esté quieta sin jodernos a todos?

Intenta, pero no puede ocultar la sonrisa que se le forma en los labios.

Mal parido.

—Yo me ocupo de ella.

—Bien – alego dejándolo a mitad de corredor.

Me encantaría seguir viéndolo botar la baba por mi hermana, pero tengo cosas más importantes que hacer, como avisarle a mi contacto en Rusia que su mensaje fue recibido.

Rojo Carmesí [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora